Opinión

Lo enemigo de lo bueno

Bernardo Moncada Cárdenas:

Moro, Santo Tomás Moro por cierto, santo patrono de los políticos, fue un hombre profundamente religioso a la vez que competente y leal servidor de la corona británica. Su desacuerdo con el giro tomado por Enrique VIII le costó prisión y seguidamente la condena a morir decapitado como traidor al rey. Pero antes tuvo tiempo de escribir y publicar una rotunda visión crítica sobre los males que veía crecer en su sociedad. Lo hizo por contraste, al describir una sociedad ideal, imaginariamente florecida en la isla llamada Utopía.

El título ya advertía de su inexistencia: Utopía es, en griego, “Lo que no tiene lugar”, lo que no existe en sitio alguno. Utopía no es realmente una propuesta de sociedad; es contraparte, un metafórico correctivo para la sociedad que rodeaba y desalentaba a Moro. La difusión que se le ha dado, banalizándola sin intentar entenderla, la ha cargado de pinceladas rosa, santurronería moralista, para hacerla santo y seña de algunas ideologías, especie de zanahoria que cuelga ante el hocico del viejo caballo de la ilusión.

Algo similar sucede con el vocablo “vanguardia”, proveniente de la terminología militar. La vanguardia o “avant garde”, es la guardia adelantada, el pelotón que se anticipa al ejército para reconocimiento del terreno que va a recorrer, explora el territorio adelante. Tiene un sentido espacial, geográfico. Su popular distorsión en la actualidad arraiga en la adaptación del marxismo realizada por Lenin en su lucha contra la Rusia de los zares. El primer fracaso del marxismo fue la incapacidad de subvertir fatalmente las sociedades capitalistas industrializadas como planeaba. La clase obrera especializada, y cada vez mejor tratada, tendió a “aburguesarse”, en lugar de optar por la revuelta comunista. Entonces Lenin fue a agitar la nación menos capitalista, el medieval Imperio Ruso; y para lograrlo sustituyó el rol de la clase obrera, que no llegaba, con el de un puñado de intelectuales visionarios y comprometidos con el líder, capaces de avizorar el futuro que la masa adormecida e ignorante sería incapaz de percibir. Ese puñado de arrogantes, luego, persuadiría o mejor dicho, forzaría, las masas a lanzarse en pos de un proyecto que hacían ver como futuro.

Pero el futuro no es un territorio, ni una inmensidad que yazga delante de nosotros esperando ser conquistada. El futuro va construyéndose con actos y eventos, es un engaño decir que puede vaticinarse con las fulanas y deterministas “leyes de la historia”. La vanguardia, con el significado leninista que mudó el término de su acepción inicial, creyó significar el futuro histórico, específicamente el forzado por un puñado de luchadores políticos de acuerdo a sus caprichos, preconceptos e intereses. Luego, el término vanguardia es adoptado por artistas y críticos que exigen lo trasgresor, lo que abandone su parsimonioso avance y opte por lo acelerado, lo espasmódico. 

Una primera cosa tienen en común Utopía y vanguardia: ambas aíslan la realidad presente, como poniéndola en cuarentena, para lanzar una estrategia calculada para inmovilizar tradiciones y movilizar masas ignorantes, y, sobre todo, para reducir realidad y actualidad a un puesto secundario, como despreciándolas. Y una segunda cosa es el empobrecimiento de su contenido para manejar ambos términos displicentemente, ligeramente, ideológicamente, peligrosamente.

En la dura circunstancia que sufrimos como pueblo, vemos asombrados a los partidos sobrevivientes y sus líderes defendiendo utopías, peleándose entre vanguardias, mientras ese ansiado territorio de la historia no acaba de llegar y la tragedia continúa paseándose con toda su soberbia. Se defiende utopías y vanguardismo en una orgía de visceralidad e inmediatismo, para provecho de los opresores de ambos lados, sin valorar lo acrual. Es hora de entender que la actualidad es el germen de la futura realidad, y que el pueblo, con su necesidad concreta, debe ser protagonista del cambio, no en tumultos sino en trabajo cotidiano y creativo. La historia sobreviene con y por la realidad y no a pesar de ella; y Dios la diseña, pero espera que, estudiándola y discerniéndola,  no ignorándola caprichosamente, el hombre la optimice. Es hora ya de exigir menos utopía y menos vanguardismo, es hora de exigir que la realidad sea tomada en cuenta.-

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