
Cardenal Jorge Urosa Savino, Arzobispo Emérito de Caracas:
La Conferencia Episcopal Venezolana, a través de nuestra Comisión Permanente, ha publicado hoy un Comunicado sobre la defensa de la vida, titulado “Grandes Valores Humanos”. Tiene que ver con la discusión en la Asamblea Nacional de varios proyectos de Leyes que afectan precisamente el derecho a la vida. En plena sintonía con ese esclarecedor documento de mis hermanos Obispos, expreso aquí unas reflexiones y preocupaciones sobre la concreta amenaza a la vida, que es la eutanasia.
Se está discutiendo en la Asamblea Nacional un proyecto de ley para la protección del adulto mayor. Eso en sí es loable, sin duda. Pero hay un gravísimo problema: al amparo de la angustia por la pandemia, que acapara toda nuestra atención, sin que nos demos cuenta, se quiere establecer la eutanasia como forma de resolver el problema de los ancianos y los enfermos incurables. La eutanasia, disfrazada como muerte digna, es terminar la vida de alguien que está en condiciones difíciles, terminales y que decide personalmente – o deciden otros por él – , que ya no deba vivir.
Ante esta gravísima iniciativa, absolutamente innecesaria y menos en estos tiempos terribles para todos nosotros, es preciso recordar que el derecho a la vida es algo fundamental, inscrito en la naturaleza y en la conciencia de todos los seres humanos. Y que la eutanasia es auténtico suicidio, si la promueve el sujeto que la solicita; u homicidio, si la permiten o inducen o exigen otras personas con supuestos derechos legales para decidir tal barbaridad. Así lo declara nuestra Iglesia en el gran manifiesto de la doctrina cristiana, que es el Catecismo de la Iglesia Católica, en los números 2276 y siguientes, que los invito a leer. “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en pone fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable” ( C.I.C. 2277).
Por estas razones, no es posible aceptar la eutanasia. La Iglesia católica, defensora de la vida y de los derechos de las personas, la rechaza totalmente. La recta razón, y la conciencia serena y clara indican que la eutanasia es simplemente asesinato o suicidio. Y por eso no la podemos aceptar.
Pero además: aprobar la eutanasia va en contra de la letra y espíritu de la Constitución Nacional Vigente. En efecto, en sus artículos 80, 81, 83 al 86, ella indica la obligación del Estado venezolano de defender y proteger el derecho a la vida, a la salud y a los cuidados que deben recibir las personas de alguna manera disminuidas, enfermas o moribundas. Por eso la Asamblea Nacional no puede aprobar legítimamente la eutanasia. Ello requeriría una reforma de la Constitución, aprobada por el pueblo en referéndum nacional. De hecho no ha habido ningún debate abierto sobre el tema con y entre diversos sectores del acontecer nacional: academias, Iglesias, universidades, etc.
La Asamblea Nacional no puede ni debe llevarnos a la funesta corriente mundial de la cultura de la muerte, promovida por poderosas corporaciones internacionales y denunciada hace varias décadas por San Juan Pablo II. Es la cultura del descarte, denunciada ahora muchas veces por el Papa Francisco: descartar a los inútiles, a los débiles, a los que molestan, a los que no producen sino gastos e inconvenientes.
Ser venezolanos es defender la vida. La eutanasia no responde a la cultura del venezolano. Esa tampoco es la cultura del cristiano. Esa nos es la visión de los creyentes en nuestro Dios de la vida y del amor, el Padre de Jesucristo y de las misericordias.
Caracas, 22 de marzo de 2021