Opinión

Vivimos en una Venezuela sin brújula ni aliento

Egildo Luján Nava

Meditar sobre la situación venezolana y llevar la similitud al recuerdo de las experiencias construidas durante la época infantil -y hasta adolescente- cuando el parque de atracciones permitía disfrutar de la posibilidad de la conducción de vehículos conocidos como «carros chocones», lo inevitable es concluir en que, en ese momento, se podía ser chofer  para acelerar libremente, avanzar hacia lugares sin una dirección determinada y hasta embestir a aparentes rivales. Nacía así el hecho de disfrutar de un poder momentáneo y de una sanción que sólo era posible cuando culminaba el período por el tiempo  aprovechable, y se sabía que antes había habido una inversión asumida por padres o representantes.
Por supuesto, dicha comparación es válida cuando, extrapolando el alcance del espacio de los «carros chocones», la ciudadanía venezolana aprecia que, inexplicablemente, la llamada dirigencia venezolana insiste y persiste en el hecho de ir hacia donde se le ocurre, mientras cree estar en condiciones de embestir, aunque sin saber a quién. Sólo eso con base en la promoción de bandos interesados en el control del ejercicio del poder, obedeciendo a la administración de intereses, intenciones y ambiciones.
En fin, se trata de la modalidad  práctica de construir, mantener y sostener a ¿tres grupos? o de bandos que sobresalen por ser: los partidarios del régimen en labores de «raspado de olla», los de una oposición que sobresale por su dedicación al placer de estar en un fantasmagórico ring de boxeo, y una mayoritaria y obstinada Sociedad Civil obligada a llevar sobre sus hombros y sistema de vida, una especie de castigo histórico ante la ausencia de un eficiente liderazgo necesitado.

La orfandad de ese liderazgo que se insiste en mantener  en un ambiente sin brújula ni aliento, se refleja en el desempeño de un segmento distinguido por ser calificado de gobiernero, y en el que sobresale la multivariedad de los llamados  Chavistas, los Militaristas, los Chavistas Light, los Maduristas, los de la Primera Combatiente, los Diosdaistas y los que están a punto de «saltar la talanquera», entre unos y otros.

De la otra parte, es decir, del lado de los llamados partidos o grupos de oposición, están: sopotocientas expresiones agrupadas y conocidas con distintas denominaciones e intereses. Entre ellos, sobresalen los conocidos como: los «4-G» ( que, aparentemente, ya no son ni 4, ni 3, ni 2). La «MUD» o Mesa de la Unidad Democrática integrada por varios partidos ( desconocidos, en vista de que prefieren justificar la identidad, aprovechando la obligación de usar «tapa-boca»),  los «Alacranes», especie de aglomeración de partidos que ni sí, ni que no, pero que han sabido aprovechar la ventaja de la relación con un término beisbolero, porque son los que están en un constante «pisa y corre» ( pisi-corre), aun cuando están conscientes de no estar en primera ni en segunda base, por lo que traduce la obligación de estar mirando para ambos lados, con el fin de decidir y de precisar  hacia dónde hay que  correr.

Adicionalmente, están los «Mariacorinos». A ellos, les identifican como «foco fijo» de buenas intenciones. Sin embargo, no superan lo que en el ámbito musical académico se describe, cuando se actúa  como trompetista viendo chupar limón, con la boca ensalivada, pero sin poder soplar la trompeta adecuadamente.

Por último, desde luego,  está la otra mayoritaria «Sociedad Civil Opositora», que los analistas se atreven a  clasificarla de acuerdo a los distintos estratos sociales o ingresos económicos. Aunque muchos los denominan «ciudadanos de a pie», en vista de que  el 93% de dicho estrato vive en pobreza extrema  o pobreza crítica. Se trata de la  gran mayoría de venezolanos que lucha por sobrevivir en un país destrozado, arruinado y desesperanzado.

Asimismo, decepcionados de ver como los dirigentes o voceros políticos de las organizaciones convertidas en «carritos chocones», día tras día, y como resultado de sus dedicaciones, no logran construir  rumbo ni objetivos, por lo que la conclusión ha terminado por convertirse en una modalidad organizada para agotar paciencia, y a punto de provocar una explosión social de impredecibles consecuencias.

Esta difícil y complicada situación en la que la dirigencia política de ambos lados no logra coincidir objetivamente en el restablecimiento del orden constitucional de manera inteligente y práctico, se mantiene afectada por un quietismo sorprendente  ante la inquietante  inminencia de la destrucción del país.

El hecho acusador ante dicha realidad sigue siendo  la gran estampida que se continúa produciendo en la sociedad venezolana. De hecho, no sólo va rumbo a convertirse en la más numerosa del mundo en un país sin guerra; es que también persevera en su huída rumbo a otros países en procura de la conversión de logros positivos de sus sueños y esperanzas.
Sin duda alguna, se trata de la Sociedad Civil mayoritaria, distinguida por sus  profundas raíces y genéticamente expuestas como herencia  de históricas vivencias democráticas. La que repudia y reconoce el terrible daño y la destrucción que, sin duda alguna, causan los  gobiernos forajidos y comunistas. Y que también, para beneficio de la nación que sufre, insiste en organizarse con apego a la Constitución vigente, como en reconocimiento a los derechos ciudadanos claramente señalados en la misma.

De hecho, actualmente, integrada en una gran organización civil conformada por todos los sectores del país, se mantiene firme en su decisión de mantener activa su propuesta inicial de  la  «REFUNDACIÓN», dándole inicio a una nueva Venezuela democrática, libre y próspera, tal y como lo propuso acertadamente la Conferencia Episcopal Venezolana. Ella lo señaló y hoy lo sigue manteniendo: hay que  reestructurar al país desde su base, restableciendo la bicameralidad parlamentaria ( Senadores y Diputados), y descentralizando al país con autonomía regional, e independizando a los distintos poderes.

De igual manera, establecer el sistema de doble vuelta electoral en elecciones presidenciales, la redistribución de ingresos nacionales, permitiendo la autonomía regional, la descentralización y la modernización de los sectores judicial, de salud, educación, investigación, reestructuración y modernización de las Fuerzas Armadas Venezolanas.
Por supuesto, todos funcionarían con prioridad en la asignación presupuestaria, el estricto respeto a la propiedad e instituciones privadas, y la vigencia de un  sistema de libertades de acción y protección al desarrollo económico. Sería inevitable la eliminación del Estado empresario, entre otras tantas reformas necesarias que permitan el despegue y desarrollo del país, rumbo a la integración internacional de los que denominan países del primer mundo.

El país no se puede conformar con un cambio de Presidente que no resuelva nada, salvo dejar al país como «papagayo sin cola», es decir, dando bandazos. Lo que se requiere, es un cambio y la reestructuración conceptual que haga posible el funcionamiento de todo un gobierno con estricto y celoso apego a la vigencia y cumplimiento de lo que está establecido en la vigente  Constitución Nacional. Hacerlo en esos términos, equivaldría a la necesaria modalidad de un sistema de gobernanza  para producir en paz, con un verdadero gobierno democrático, positivo y próspero, capaz de lograr el desarrollo de la Venezuela que anhelan todos los venezolanos.

FELIZ NAVIDAD, APRECIADOS LECTORES.

                                EGILDO LUJAN NAVA

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