Opinión

Ante el colmo del descaro y de la indolencia

Egildo Luján Nava:

Cada día se hace más evidente: la descomposición social, económica, ética y moral que se registra en Venezuela, además del descarado «despelote» que exhibe el comportamiento de la autoridad en cualquiera de sus variables y en la más insospechable instancia pública del país, demuestra una dolorosa verdad.
Tal verdad no es otra cosa que no saberse interpretar en qué se ha apoyado lo que ha sucedido realmente con la nación, y cómo es que el país ha llegado a ubicarse en un espacio de semejante descomposición. Además de si semejante acontecimiento es el logro de un propósito, o si todo lo que se aprecia, realmente, es un efecto subjetivo al que se le puede asignar una determinada condición, dependiendo del criterio de quien se atreva a interpretar el hecho y de emitir algún juicio de valor a su manera.
¿0 acaso no será  que, por el contrario, a la par de encontrar alguna calificación sobre la innegable verdad, tiene sentido y no es descabellado preguntarse si lo que ha sucedido aquí -y sigue sucediendo- ha sido un hecho concebido premeditadamente, y que lo que hoy se observa no es más que la consecuencia de la implementación de la acción destructiva de la República de Venezuela?.
Lo innegable, en todo caso, es que la magnitud del dolor y de la rabia aplicable en la interpretación de lo sucedido, concluye en lo mismo, cuando hay una constante reflexiva que termina planteando, una y otra vez,  ¿cuál es verdaderamente el grado de descomposición al que se ha llegado?. ¿Qué hacer y cómo puede hacérsele frente a la . vigencia de dicha descomposición?.
Hace pocos días, exactamente el viernes 4 de febrero, los venezolanos -que no salen de un asombro para entrar en otro- quedaron perplejos al ser informados sobre el descaro y abuso en el que incurrió un grupo de personas -incluyendo algunas del exterior-cuando  le restregó en la cara a los venezolanos la celebración de una reunión social. De  un encuentro lleno de una variable de la descomposición que describe en qué consiste la sinergia amoral en la que se combinan descaro e indolencia, mientras que a una sociedad carente de todo, y que naufraga a diario entre  una crisis de hambre y de miseria, se le demuestra  cómo es que aquí sí hay riquezas para todo.
También de cómo es que se malbaratan, desperdician y «se gozan» fortunas en nombre del ejercicio del derecho de una propiedad particular,  mientras  las bondades monetarias van de un lado a otro, de la mano de unos nuevos ricos. Asimismo, de la interesada canalización a la vista y comentarios de todas las redes sociales, como del mundo noticioso al que poco le interesa e importa que América Latina siga agitada todos los días por los millones de ciudadanos que no puedan acceder al mínimo derecho de satisfacer sus necesidades básicas.
No es posible que el dinero lave todo, además de acentuar la gran crisis de valores que ha degradado a la sociedad venezolana.

No hay encuestas que lo puedan demostrar -o se atrevan a hacerlo- y se trata de cuantificar cuántos pudieran haber leído las reseñas del suceso, como de calificar lo que sucedió en un espacio conocido en el mundo por su importancia geográfica . Pero lo innegable es que hoy, seguramente, millones de personas atraídas e interesadas en el hecho, no salen de su sorpresa, después del llamado «encuentro del Tepuy» venezolano.

Por lo pronto, lo indiscutible es que deben ser millones los que se enteraron del hecho, como de en qué consistió la construcción de las imágenes de unos seres haciendo alarde de un derroche de dinero, como de una  provocativa demostración de lo que traduce ostentar un frágil componente moral, en un medio natural y en un país cuyo reflejo de su problemática social sólo basta con relacionarlo con más de 6 millones de ciudadanos, arrastrados hasta sitios ubicados en más de 90 países, en procura de lo que ya no es posible de encontrar  donde nació, se formó y  perdió las motivaciones para permanecer, soñar y poder triunfar.

La realidad  de lo vivido lo han descrito de diferentes maneras. Allí, estiman, que se ha profanado uno de los templos naturales de la humanidad ubicados en la geografía venezolana. El día del hecho tuvo lugar una ridícula fiesta privada con pernocta en el lugar, con carpas y todo tipo de aparejos para un bochinche, celebrando los 50 años del Director General de «Campamento Canaima», en la cima del Kussan Tepuy ( Cerro Venado).

Obviamente, este tipo de turismo -o más bien de «despelote»-  en parques nacionales, más aún, en un sitio declarado patrimonio del mundo , como es Canaima, viola todo tipo de reglamentos y disposiciones de protección de un lugar único en el planeta. Y debe contar con todo tipo de protección y de vigilancia por parte de las autoridades correspondientes.

Ahora bien, ¿ cómo es posible que se haya podido hacer este enorme despliegue de equipos, helicópteros, instalaciones, bebidas y comidas, además del traslado de un enorme grupo de irresponsables que se prestaron para efectuar semejante absurdo?. Allí no sólo violaron la normativa de protección ambiental, sino que, adicionalmente, con su atrevimiento,  alardearon en las redes con su osadía, a la vez que hicieron una desproporcionada demostración de inútil derroche de dinero, en un país arruinado, afectado por una hambruna colectiva de la gran mayoría del pueblo ciudadano.

Fue un suceso desafortunado, sin recato de ningún tipo, ante las autoridades relacionadas y responsables del cuido y de la protección de este sagrado patrimonio de la humanidad.

¿Quién autorizó dicho espectáculo?. Cuesta creer que las autoridades competentes no estuvieran al tanto de esto. Mover tantas aeronaves, equipos y pertrechos, es imposible hacerlo inadvertidamente. Esto ya no es un asunto ideológico o político. Es una demostración más de que la ciudadanía venezolana está en una anarquía total y ante un «sálvese quien pueda». Esto ya no es un asunto de chavistas, de maduristas o de  opositores. Sólo demuestra que se está inmerso en un país desorientado, destruido y sin norte. El país avanza -si es que lo hace-  como tren descarrilado.

La Santa Iglesia Católica tiene toda la razón que le asiste, al recomendar la «REFUNDACION» del país. Porque  todo está mal. Y llegó la hora de recapacitar. No hay cabida para más diferencias, pleitos ni odios. Es necesario, indispensable y urgente, construir unidad; hacerlo todos en una gran cruzada nacional de acción común para rescatar el país y tomar el camino del progreso y de la Paz. Que Dios acompañe  a los venezolanos, indistintamente de sus inclinaciones políticas. Hay que salvar a Venezuela; rechazar todo propósito de seguirle haciendo el juego a su destrucción.

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