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La belleza de la creación

Alicia Álamo Bartolomé:

Ahora, en Pascua Florida, cuando los cristianos conmemoramos el nacimiento de la nueva Creación, de la Nueva Alianza, inauguradas por la Resurrección de Cristo, vale la pena que nos detengamos a observar y cantar las maravillas de esa Creación. Más que nueva, es una prolongación y progresión brillante de aquella que nació con el tiempo por la palabra de Dios, el big-bang o la evolución de no sé qué.

Poco importa si escribo a creacionistas religiosos, evolucionista ateos, empedernidos materialistas u otras especies. Da lo mismo. Ninguno puede negar que vivimos en un planeta mínimo y singular en medio del majestuoso universo pleno de galaxias, estrellas, luceros, agujeros negros, cometas, meteoritos y astros errantes, que medio conocemos por telescopios, pero de los que en realidad nada sabemos, salvo los años luz que nos separan de ellos, aunque quizás ya no existen.

No sabemos si muchas de esas hermosas luces pobladoras de nuestras noches despejadas están todavía ahí, o si sólo nos llega una presencia de lo que fueron. Misterio de un universo, tal vez infinito, que nos hace sentirnos mínimos en nuestro planetita azul, precisamente azul porque tiene agua, indispensable para la vida y nuestros telescopios no han logrado descubrirla en esos otros mundos.

¿Será la Tierra el único planeta vivo, que alguna vez fue el Paraíso Terrenal, en este vastísimo universo? Cuesta creerlo. Parece más lógica la incapacidad de nosotros para descubrir la vida entre esa pléyade de astros. ¿O no es nada la vida? ¿Es más esa aridez helada de los cuerpos celestiales? ¿Quién puede medir la validez de ser o no ser? ¿Estará la Tierra viva? ¿No seremos también nosotros un ya fuimos, la imagen fantasmal de lo que ya no es?

Pero más vale aterrizar de estos viajes espaciales entre filosóficos, teológicos o especulativos y centrarnos en lo que tenemos, conocemos o no conocemos del todo, pero está a nuestro alcance despejar ese desconocimiento: me refiero a la Tierra. Aquí, nacemos, vivimos y morimos.

Aquí hemos progresado de la barbarie a la civilización gracias a la inteligencia y capacidad del hombre, como ser racional, con poder sobre los otros seres de su propio reino, el animal, como también del vegetal y el mineral. Lástima que los seres humanos, racionales y libres tengan tanto la capacidad de construir como de destruir, por su ambición de poder y dominación. Hoy nuestra bella Creación está en peligro.

¿Por qué es bella la Creación? Basta abrir los sentidos y mirar alrededor. La naturaleza es un caleidoscopio de ofrecimientos a estos sentidos. Luces y sombras, colores y matices diversos, infinidad de aromas, de ruidos y susurros del aire, de pájaros o aguas, suavidades o rugosidades para deleitar del tacto, frío o tibieza, sabores variados; en fin, un descubrir constante de posibilidades sensitivas.

Eso, tan sólo en las cercanías nuestras, pero si nos desplazamos en viaje a otros panoramas, nos vamos a encontrar con la grandiosidad plana de la llanura o del mar, con sus líneas de horizonte que tocan el cielo; el mullido y húmedo verde de la selva que, en su penumbra porque su denso follaje deja apenas que se cuele el sol, esconde flores y animales, para sorprendernos o asustarnos; la fría altura de la montaña abierta sobre valles de ensueño; el relámpago, la tempestad, el granizo, la nieve, todo ese concierto fogoso o reposado que la naturaleza puede brindarnos. Sí, la Creación es bella. Más todo lo que el hombre ha agregado a esa belleza creada a través del arte y la cultura. ¿Por qué no disfrutamos más de este maravilloso entorno?

Porque nos perdemos en el mundo que arruinamos con nuestros conflictos de incomprensión, egoísmo, discriminación, persecución, odios y miserias. No tenemos tiempo de contemplar sino de pelear, arrebatar, dominar, esclavizar, no sólo a otros, sino a nosotros mismos atados a vicios y pecados.

Nunca el hombre ha sido más esclavo que hoy cuando hace alarde de libertades sensuales que lo atan hasta aniquilarlo.  Sólo quien hace de su espíritu un cóndor remontando alturas, desprendido de sólidas o débiles ataduras materiales, pero ataduras al fin, puede anegarse, con sencillez y humildad, en la belleza de la Creación.-

Publicado originalmente en Plumas mirada en 360, de la Universidad Monteávila

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