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Encuentros 27

La misión del Espíritu Santo en el tiempo de la Iglesia

Nelson Martínez Rust:

 

¡Bienvenidos!

En toda acción litúrgica se realiza un doble intercambio. Si se quiere, una doble línea de acción: una ascendente que partiendo del hombre llega a Dios-Padre por medio de Jesucristo, su Hijo, avivada por la escucha de la Palabra bajo la luz del Espíritu Santo, que tiene como fundamento la fe de la Iglesia. En ella se reflexiona sobre la obra de salvación, se reconoce el señorío de Dios-Padre sobre todo lo creado, se le rinde la debida pleitesía y se le reconoce como nuestro “Dios” y “Señor”. Podríamos llamar a esta línea ascendente, “Teológica” (lo que la teología medieval denominaba con la expresión “ex opere operantis”). La otra línea es descendente. Parte de Dios-Padre y, mediante, Jesucristo, concede su gracia a los fieles reunidos en torno a la acción litúrgica, que el Espíritu hace efectiva en los corazones de los creyentes. De esta manera, Dios-Padre lleva a cabo la santificación de los hombres. A esta línea se la llamó “antropológica” (“ex opere operato”). Cuatro notas se originan de la consideración anterior y que deben siempre ser tenidas en cuenta: 1º. Toda acción litúrgica es un obrar del Dios-Trino en favor de los hombres. 2º. Ésta es la razón por la cual todas las oraciones, salvo muy contadas excepciones, están dirigidas a Dios-Padre como artífice de la creación y en cuanto realizador de la acción salvación de todo lo creado por medio de Cristo en el Espíritu Santo. 3º. La liturgia es obra de la Iglesia que, reunida, celebra “los misterios que le dieron nueva vida” y 4º. La Iglesia, teniendo en cuenta el desarrollo antropológico de los tiempos, puede y debe adaptar estos ritos a la realidad temporal – “adaptación” o “inculturación” -, siempre y cuando conserve intocable el significado fundante de los mismos establecido por Dios, no claudique del patrimonio adquirido durante los siglos de vivencia litúrgica y que la han enriquecido, y que los nuevos cambios estén dirigidos a una mayor y mejor vivencia y conocimiento del misterio de Dios y de su obra de redención. De donde se concluye que no se pueden cambiar indiscriminadamente los ritos por el capricho o el deseo o la sabiduría de un grupo o personas por muy preparadas que sean o, peor aún, por la arbitrariedad del momento.

Teniendo presentes estas prenotandas pasemos a responder las interrogantes que señalábamos la semana pasada:

1º.- ¿Qué se celebra?

Se celebra a Cristo y a su misterio de redención. Él se hace presente hoy mediante los sacramentos que instituyó. Ahora bien, los sacramentos, a su vez, están constituidos por signos sensibles – la Palabra y la Acción – que pueden ser entendidos y vividos por el hombre actual siempre y cuando exista la debida y adecuada catequesis. El sacramento, debidamente celebrado, proporciona la gracia que le es propia mediante el Espíritu Santo. De este aspecto se deduce y comprende la gran responsabilidad que atañe al ministro ordenado de preparar convenientemente a su comunidad para la recepción del sacramento.

En efecto, Cristo significa y lleva a cabo su misterio pascual. Durante su vida terrena Jesús trasmitió su enseñanza y anticipó mediante actos simbólicos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (Jn 13,1; 17,1) llevó a cabo el único acontecimiento de la historia que no pasa y continúa teniendo vigencia por toda la eternidad: Jesús muere, resucita y se sienta a la derecha del Padre (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es el Misterio Pascual. Es un acontecimiento real, que la historia ha registrado. Sin embargo, es muy singular en cuanto que todos los demás acontecimientos suceden una vez para luego pasar y ser absorbidos por el inexorable paso del tiempo. El misterio pascual de Cristo no es un acontecimiento del pasado, ya que con su muerte destruyó la muerte y todo lo que Cristo es y todo lo que realizó y padeció en favor de los hombres participa de la eternidad de Dios, por consiguiente, sobrepasa, toda realidad temporal haciéndose presente para el hoy de la historia. De esta manera, por intermedio de los sacramentos, el misterio pascual mantiene su permanente vigencia y se hace presente. Por lo tanto, el acontecimiento, el significado y el valor salvífico de la Cruz y de la Resurrección tienen vigencias actuales y, bien celebrados y vividos, conduce hacia la Vida Eterna a la entera creación.

La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, y “preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza” (LG 2), conserva como parte integrante e irremplazable de su patrimonio, haciéndolo suyo, algunos elementos de la liturgia veterotestamentaria. Estos elementos se hacen presente en la liturgia cristiana y son: Las lecturas del Antiguo Testamento, la recitación y meditación de los Salmos y, de manera especial, mediante el memorial de los acontecimientos salvíficos y las significativas realidades que encontraron cumplimiento en el misterio de Cristo como son la Promesa, la Alianza, el Éxodo, la Pascua, el Templo, el Exilio y el Retorno.

En todo lo anteriormente visto debemos señalar que la misión del Espíritu Santo en el tiempo de la Iglesia es: 1º. preparar la asamblea para el encuentro con Cristo al final del tiempo, 2º. manifestar y presentar a Cristo los cristianos que peregrinan en el hoy de la historia, y hacerlo presente por medio de la fe de la asamblea de creyentes, 3º. actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y, finalmente, 4º. hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.

 

Valencia. Junio 5; 2022

 

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