El rey está desnudo
Una cosa es defender el derecho de la mujer a una vida libre de violencia y otra muy distinta es la defensa del derecho al libertinaje de la mujer y a promover una cultura de muerte
Elinor Montes:
Los cuentos “El Rey y los Pícaros” de Don Juan Manuel (1335), y “El Traje Nuevo del Emperador” de Hans Christian Andersen (1837), no pierden vigencia. La manipulación de la masa ha sido y seguirá siendo un hecho para estafar e imponer ideas que, aunque el sentido común dice que no son razonables, terminan siendo aceptadas por una buena parte de la sociedad como pasables y hasta plausibles.
Así como los truhanes, en ambos cuentos y en otras versiones más de este planteo, estafaron al Rey, con el apoyo de sus ministros, y la posterior participación de los súbditos, que por cobardía a perder la herencia, en “El Rey y los Pícaros” y a ser considerados como no aptos para su cargo o irremediablemente estúpidos, en “El Traje Nuevo del Emperador”, decían ver una extraordinaria tela que no existía, salvo un súbdito que si se atrevió a decir lo que veía, así ocurre hoy con cantidad de ideas que están siendo posicionadas a través de canciones, películas, propagandas, eventos, discursos políticos, cambio en el lenguaje, etc.
La descalificación a quienes no aceptan tales ideas es brutal: intolerantes, homofóbicos, intransigentes, fascista, excluyentes, segregacionistas, etc. Y la fundamentación de tales ideas la encontramos en el derecho a la libertad individual de cada quien hacer lo que mejor le plazca, lo cual se parece más a libertinaje que a libertad.
Me refiero al enfoque que se le ha dado al discurso en pro de los derechos de la mujer, y a la ideología de género, hoy voy a tratar “el derecho al aborto”, en las próximas publicaciones desarrollaré otros tópicos.
Quien defiende el derecho a la vida y entiende que la vida comienza con la fecundación del óvulo, no puede comulgar con la idea de que como la mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que le plazca puede poner fin a la vida que se está gestando en su vientre y que en nueve meses aproximados será un bebé, su bebé, su hijo, que es otra persona distinta a ella, que también ha de tener un padre, porque hasta la presente fecha para procrear un bebé se requiere de un hombre y de una mujer, de allí que la familia tal como la conocemos, y que debemos defender a toda costa, se conforma por un hombre y una mujer que se unen en matrimonio para amarse y procrear a sus hijos.
No obstante que en todos los tratados de derechos humanos el derecho a la vida es un derecho fundamental, en los diversos ámbitos de la sociedad, incluyendo los defensores de derechos humanos, abogan a favor de legalizar el aborto, y por supuesto tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe, ya en muchas legislaciones tal violación al derecho a la vida está siendo aprobado, en otras palabras, se está legalizando el derecho de las madres a poner fin a la vida de sus hijos por nacer. Lo paradójico es que quienes abogan por el derecho al aborto pueden hacerlo porque a ellos se les garantizó y respetó su derecho a nacer, poque si sus madres, en uso del derecho a hacer con su cuerpo lo que les venga en gana los hubiesen abortado, no existiesen para abogar a favor de nada. Entonces, ellos si tuvieron la protección legal de su derecho a nacer que sin duda alguna tiene un efecto moral en las personas acostumbradas a respetar la Ley, pero ¿le niegan esa protección a los no nacidos? Esto no perece tener mucho sentido común.
Una cosa es defender el derecho de la mujer a una vida libre de violencia y otra muy distinta es la defensa del derecho al libertinaje de la mujer y a promover una cultura de muerte, porque la respuesta al ejercicio de una sexualidad irresponsable no puede ser el acabar con la vida de un ser inocente que no pidió ser engendrado, y que está demostrado que en la mayoría de los casos el aborto trae consecuencias psicológicas para la mujer que en algún momento se preguntará ¿cómo habría sido ese bebé si lo hubiese tenido? Así como la insensibilidad ante la muerte.
Dios nos dotó de conciencia y del conocimiento del bien y del mal y todos tenemos una tendencia natural hacia el bien, por eso la gente cuando hace mal se engaña, se justifica, tergiversa los hechos para tranquilizar su conciencia.
Lo loable sería que con la misma intensidad y fuerza con la que se promueve el aborto, se promueva el matrimonio y el ejercicio de una sexualidad responsable, con recato, como una expresión de amor profundo y sincero que se desenvuelva en un ambiente de respeto y con una planificación a futuro para el desarrollo de la familia, pilar fundamental de la sociedad.
¿No les parece que sería más útil gastar esas energías y recursos en combatir la promiscuidad que está siendo impulsada profusamente a través de los medios de comunicación en películas, canciones, propagandas, programas, etc.? Si el sexo se hace de manera responsable no hay necesidad de abortar.-