Entrevistas

“En el arte no hay que darle protagonismo al hecho político, sino al filosófico”

A sus 75 años, Mariel Jaime Maza recoge las bondades de haber dedicado su vida a su gran amor: el teatro. En sus palabras no le faltó nada para estar completa, ya que el escenario le dio todo lo que necesitaba

Arropada por la opulencia natural de un jardín botánico y la premura de que algo solemne estaba por pasar en su vida, María Elvira Jaime Maza asevera, palabras textuales, que a los 15 años se casó con Dios. Con Dios, con el arte y con el trabajo. La pompa nupcial fue su fervor por la actuación, arte en el que ya tenía cuatro años de experiencia. A su vez, con estos votos se alejaba de un destino como el de su madre, quien se casó y renunció a su vocación. María Elvira se empeñó en que eso no se repetiría: ella ya se había entregado al escenario.

Jaime Maza nació en Córdoba, Argentina. Durante sus 75 años ha conocido varias dictaduras y corrientes políticas, pero, en su perspectiva, ella no es de una ni de otra: es Mariel, como prefiere que la llamen y como la reconocen todos. Recuerda su infancia, en la que pululaban las responsabilidades, al ser hija única, los anhelos de su madre recayeron en ella y pasaba sus días a merced de profesores particulares de baile, danzas y declamación.

No le son desconocidos los extranjeros ni la multiplicidad de culturas: una gallega le instruía en el ritmo del flamenco; a su vez tuvo una maestra de origen alemán a quien responsabiliza de su afición por el arte. Hija de un abogado y una cosmetóloga, llevó una adolescencia acomodada en la que pudo costear colegios privados y codearse con la alta sociedad cordobesa. Pero, insiste, las respuestas que necesita en la vida se las ha dado la espiritualidad.

Comedia Cordobesa, un espacio para interpretar

Pese a que estudió sus primeros años en casa, la libertad la sacudió a los 10 años cuando empezó a asistir a clases de interpretación. Se recuerda como la más menuda del grupo, pero con un desenvolvimiento envidiable, así como cuestionadora de cuna y eficiente para acatar las correcciones.

Entró a la Comedia Cordobesa, un grupo de teatro, luego de mostrarse en una exigente audición. Allí pasaron sus años de infancia, suspirando ante la pericia actoral de Azucena Carmona, actriz argentina y bajo la dirección de Eugenio Filipelli.

– ¿A qué edad comienza su pasión por la actuación?

– A los 11 años. A esa edad ya estaba en teatro, yo era la más joven allí. Nosotros habíamos fundado la Comedia Cordobesa, dependiente del Ministerio de Educación. Ya sabía inglés, francés, declamación y manejaba bien la parte interpretativa.

– ¿Cuál fue su debut en el mundo artístico?

– A los 8 años participé en un programa radial y me permiten permanecer a través del baile y la poesía. La maestra que tenía me enseñó a declamar y vocalizar poesía. En definitiva, todo ese proceso me estimuló el intelecto. Participé en un concurso radial para obtener un lugar en un radioteatro infantil; había como 500 niños optando por el lugar. Había una niña que era sobrina de una conductora. Yo le dije a mi mamá que ella iba a ganar. “No, vas a ganar tú”, me respondió. Y gané. Esa fue mi primera experiencia en público. El otro programa donde estaba era para bailar y decir poemas, pero esto incluía el teatro. Los nervios del primer día hicieron que me diera un ataque de risa ante el micrófono; el director cortó el radioteatro. Eran las aventuras de Tom Sawyer. Nos retó, pero lo volvió a poner al aire. Ese fue mi debut directo con el micrófono. Esa primera conexión con el micrófono me llevó a tener seguridad. En las clases de oratoria me doy cuenta que hay personas inhibidas con el micrófono. Esa base me dio una gran seguridad que me permitió desenvolverme en entrevistas. Yo iba a la radio y no hablaba con el micrófono, hablaba con la gente. Totalmente desinhibida. Cuando se tiene contacto desde la niñez con el público y el micrófono llegas a una adolescencia siendo muy segura de ti misma.

– ¿Cuál fue el hito que marcó su decisión de dedicarse a ser actriz?

– Fue entrar a la Comedia Cordobesa. A mí me aceptaron porque me manejaba libremente. Pedían improvisación, lectura a primera vista… yo tenía las bases de mis maestros particulares que me enseñaron vocalización e interpretación. Creo que fue esa maestra la que me plantó la vocación internamente. Aunque mi madre también tenía su gusto por el arte, era una excelente cantante; pero se casó con mi papá y lo dejó todo. Mi padre era abogado y amante de la palabra. Teníamos colecciones de diccionarios. Yo me levantaba en las madrugadas para ir a la biblioteca a buscar una palabra. Fue mi padre quien me instó a trabajar y compartir amando la palabra. El teatro es y ha sido siempre el contribuyente directo para ser íntimos amigos de la palabra. Tengo 55 años en oratoria y 65 en teatro.

– ¿Quiénes fueron sus referencias en el mundo artístico?

– Escogí un padrino que nunca conocí y que tampoco me conoció en el mundo del arte y la expresión oral: Sir Laurence Olivier, un actor y director británico reconocido por su gran trayectoria. En esa época había poca televisión, fuimos educados con cine. Yo lo veía y me encantaba; él y Bette Davis, actriz norteamericana de teatro y cine. Era una expresión facial, oral, una composición de los personajes. Yo quedaba atónita.

En la Comedia Cordobesa éramos un grupo muy selectivo en cuanto a talento actoral. Yo valoraba mucho la forma de actuar de Azucena Carmona: fue una de las grandes actrices cordobesas. Y, por último, mi primer director de teatro Eugenio Filipeli. En esa época se contrataban directores de Buenos Aires que ya tenían mundo, (y) él fue uno de los que me marcó. En cuanto al mundo creativo, a quien bautizo como un realizador de utopías y le aseguré que sería su mejor alumna, fue Carlos Giménez, creador de la Fundación Rajatabla y fundador del Festival Internacional de Teatro en Caracas.

Teatro para ciegos: una invención propia

De ese día en el que se casó con Dios en el jardín botánico, Jaime Maza recuerda otra cosa, una promesa en la que empeñó su palabra: crear algo. Su fe la llevó a prometer que ella no sería una imitadora, que la autenticidad impregnaría sus pasos por la vida. A raíz de eso, en ese momento, que para sus recuerdos fue una revelación y determinó el rumbo de su vida, prometió que ella sería la creadora de algo jamás visto en el mundo.

El tiempo pasó y sería años más tarde que tendría la dicha de construirse un reto a la medida de su promesa. A los 24 años era voluntaria de un instituto para ciegos. Su colaboración consistía en ir a leerles. Por supuesto, destacaba como lectora por su entonación y dicción: no había mejor voz para narrar el clímax de la historia. Eso lo sabía Dodo, directora de la institución y a quien la actriz evoca como una mujer muy culta educada en Londres. Dodo disfrutaba de las lecturas de Mariel y sería ella quien le confiaría una oportunidad para demostrar de qué estaba hecha.

– ¿Cuál era su sueño durante su juventud? ¿Lo cumplió?

“Cuando se tiene contacto desde la niñez con el público y el micrófono llegas a una adolescencia siendo muy segura de ti misma”

– Mi sueño era crear algo que nunca nadie hubiera hecho en el mundo. Yo era voluntaria del Instituto de Ciegos Julián Vaquero y la directora, Dodo, era ciega. Le propuse hacer teatro de ciegos, pero con movimiento; que no pareciera que eran ciegos en el escenario. Me dijo que sí, que toda la vida había querido eso. Cuando me fui me pregunté en qué lío me metí. Cómo hacer que el ciego camine como si viera en el escenario. Mis padres se opusieron, mi pareja se opuso; pero yo había dado mi palabra, me propuse cumplirlo y lo logré. Llegué a 41 kilos, pero logré que los ciegos caminaran en el escenario como si vieran. Los llevé hasta Colombia con mi obra de teatro. Nadie me ayudó ni me respaldó, la gente creía que yo estaba loca. Los llevé a vivir a mi casa con camas donadas, teniendo solo un teatro para ensayar. A ocho ciegos que yo había seleccionado de 18 para montar una obra de teatro. Ordené sus ocho camas en el garaje de mi casa. Tenían que entenderse entre ellos, necesitaba que fueran un equipo.

Nadie me creyó en el ambiente del teatro. Estaba loca. Nadie me apoyó. Para mí fue el honor y la satisfacción más grande. No me importa el mundo porque el mundo lo tienes hoy, cuando tienes éxito, pero cuando no, te ignora. Entonces no vale la pena, hay que valorar. Cuando volvimos nos hicieron una entrevista en el principal canal de televisión allá. En aquella época no permitían entrevistas a los ciegos, pero nos la hicieron como algo fuera de serie. Hicieron un diagnóstico e investigaron para saber si ese método de teatro con ciegos se había hecho en alguna otra parte del mundo y se demostró que lo que yo había hecho era una creación única a nivel mundial.

– De todos tus papeles, ¿cuál fue tu favorito?

– Roberta, de la Querida Familia. En ese momento, ya de carácter universitario, estaba en el grupo de teatro El Juglar. Yo hacía de la novia de Jacobo. Era un personaje absurdo que siempre estaba vestida de novia y tenía un gran velo. Ese velo venía en un sombrero de alambre que me presionaban con pinzas a la cabeza para sostenerlo bien. Cuando te concentras no sientes dolor, pero cuando terminábamos era un dolor terrible. Viajamos mucho con esa obra en el exterior hasta llegar a un famoso festival en Colombia.

Llevamos la obra a Perú y, casualmente, llegamos un día en que en Perú no había funciones de teatro. El director, Carlos Jiménez, se empeñó en que hiciéramos la presentación y asistieron solo 10 personas: Luis Alfonso Diez, que era representante de Vargas Llosa en Lima; Atahualpa del Cioppo, actor; Mario Brigado, actor peruano; y Anabella Arzón, actriz argentina radicada en Lima. No recuerdo quién más, pero estas cuatro personas marcaron una parte fundamental. Del Cioppo era jurado en el Primer Festival de Teatro Latinoamericano en Manizales y dijo que hablaría de nosotros: “El festival es de carácter latinoamericano en cuanto a autores y ustedes tienen autor europeo, pero vamos a ver si logro que los inviten”, nos dijo. Esto se concretó y nos invitaron.

Luis Alfonso Diez nos invitó a Londres. Quedó impresionado con la puesta en escena y el trabajo actoral. Anabella Arzón y Mario Brigado querían viajar con nosotros a nivel actoral. Justamente, Carlos había decidido sacar a dos actores que eran pareja porque el comportamiento de ellos era terrible hasta de faltar a una función. Ese día ya tuvo el reemplazo. Se aceptó el ingreso de Mario y Anabella. Llegamos al festival y había un montón de grupos de Latinoamérica, incluyendo a Venezuela. Carlos hizo contacto con el grupo venezolano y ellos se interesaron en él, en llevar el espectáculo a Caracas. Cuando actuamos en Manizales nos dieron una mención de honor y Enrique Buenaventura, padre del teatro en Colombia, aseguró que Argentina se merecía el primer premio, pero no lo obtuvimos porque no trajimos la obra de autor latinoamericano.

Rajatabla llega a Caracas

Fue después de su puesta en escena en Manizales que el director de Jaime Maza, Carlos Giménez, puso el ojo en Venezuela. El Ateneo de Caracas aplaudió su capacidad de dirección y talento de su equipo actoral y, cómo no, si Mariel lo recuerda como un líder innato. “Yo voy a ser tu mejor alumna”, le dijo una vez y así fue. La actriz permaneció con Giménez durante toda su trayectoria artística y, por supuesto, fue una de sus alumnas ejemplares.

El dúo se proponía objetivos ambiciosos y estar a casa llena siempre los deleitaba. Mariel recuerda cuando viajaron a Canarias y ella se dedicó durante varios días a repartir folletos por toda la ciudad. Se tomó tan en serio su trabajo publicitario que el día del espectáculo había una larga fila para ver la obra. Así retribuía las enseñanzas que el director le brindaba: dándole un espectáculo a casa llena.

– ¿Después de Manizales el grupo giró la vista hacia Caracas?

– Sí. Regresamos y Carlos comienza a preparar una obra, Los Amores de Belisa y Perlimplín. Allí yo hacía un coprotagónico. El objetivo con esa obra era llegar a Caracas, pero yo seguía estudiando en la Universidad de Arte de Córdoba. Tuve que quedarme. Busqué una actriz que me reemplazara porque ese era el código para que el director no tuviera que enseñarle desde cero. Preparé a la actriz y con todo el dolor de mi alma no me podía venir. Ellos viajaron y yo me quedé. Le dije a Carlos: “cuando yo termine mi carrera, le doy el título a mis padres y me voy contigo”. Para mí, él era el director maestro que me marcó. Terminé la carrera, le di el título a mis padres y le llamé para decirle que ya estaba libre. Él me llevó el contrato del Ateneo de Caracas hasta Córdoba con una duración de dos años.

– ¿Cómo fue tu llegada a Caracas?

– La verdad que no tuve mala suerte en nada. Cuando salgo de Argentina tenía mi libro de William Shakeaspeare. Cuando venía en el avión le dije llorando a Dios “haz de mí lo que quieras”. Estaba dividida emocionalmente. Hicimos escala y me quedé 15 días en Lima, ya había estado allí y conocía gente. Luego parto a Venezuela, era un diciembre. Yo me sorprendí porque no sabía que no había mucho respeto en el horario. Lo que más me sorprendió es que había personas sentadas en el piso del avión y veníamos con sobrepeso. Yo estaba aterrada de que el avión se cayera. Cuando llego, le digo al taxista que me lleve al hotel más cercano al Ateneo de Caracas, entonces me llevó al Hilton. Yo ya estaba acostumbrada a hoteles cinco estrellas, pero me quedé casi sin nada ya. Unos días después me fui al Ateneo, donde me reuní con Carlos. Él ya había preparado todo, fui de huésped a la casa de los Otero Silva. El señor Miguel Otero Silva me recibió en su casa, pero debido a que eran fiestas navideñas partió con su familia a Chile. Me quedé con la servidumbre quienes me atendieron y me llevaban a todos lados.

– ¿Con qué te encontraste en Venezuela distinto a la forma de hacer arte que había en Argentina?

– Cuando llegué a Venezuela, iba a la librería del Ateneo y me la pasaba allí. Me sorprendió lo caro de los libros y, además, que la calidad de un estudiante de Arte o de Relaciones Públicas no fuera lo suficientemente elevada en la manera de transmitir su información. Me percaté de que todo era demasiado frágil y que todo ese mundo intelectual estaba como complemento de lo que predominaba que era lo material. En Argentina había mayor profundización para elevar el nivel intelectual. Había un ego bastante marcado de ser siempre el mejor y eso te lo inculcaban en la escuela, todo era muy exigente. La cultura europea tiene influencia en países sureños y la cultura americana influye más en el Caribe. De allí nacieron profesionales con un nivel de información intelectual bastante medio, era más todo de memoria. La cultura europea exige más ser analítico que memorista.

Fundación La Barraca, un nuevo sueño

El paso por Venezuela de Jaime Maza ha contado con tres grandes escenarios: el Ateneo de Caracas, la Fundación Rajatabla de la cual fue una de las fundadoras, y la Fundación La Barraca. Esta última fue el motivo de su llegada a Guayana.

La Barraca inició, como su nombre lo indica, siendo una pequeña construcción. En 1973 fue fundada por el argentino Juan Pagés, quien buscaba impulsar un movimiento teatral en Guayana. Mariel recuerda que las edificaciones y construcciones que hoy se erigen en el espacio no existían. De hecho, ella llegó al teatro porque casi no había participantes. No obstante, esta iniciativa tuvo su apogeo en los años 90. Giras y viajes nacionales e internacionales se apoderaron de su agenda; más tarde se convirtió en Patrimonio Cultural de Caroní.

Ubicado en El Roble por fuera, San Félix, la fundación continúa sirviendo en la formación de niños, adolescentes y adultos para que puedan destacarse en la interpretación. A su vez, Mariel continúa siendo miembro honorario.

– ¿Qué te trajo a Guayana?

– Aquí estaba Juan Pagés. Él creó Fundación La Barraca. Él era mi hermano del alma. A los 15 años le dije que él era mi hermano. Era muy buenmozo y todas las chicas locas por él. Carlos era como mi papá, quien me daba mis gustos. Juan era mi respaldo moral y emocional. Cuando estoy en Caracas, me di cuenta de que Juan no tenía gente en el teatro; en Caracas había mucha gente, así que decidí venir a apoyarlo. Empecé a movilizarme. A Juan lo delegan como coordinador de Cultura en Ferrominera. Estuve en La Barraca con diferentes roles, estuve fuertemente dedicada para el proceso evolutivo.

– ¿Cuál era el objetivo de esta fundación?

– Presentar obras de teatro. Se hizo una gira espléndida por Europa llevando gente de acá a quien él formó. Allí yo hacía de todo. Me quedaba hasta las 12:00 de la noche preparando textos, llenando la casa de afiches, organizando encuentros.

– ¿Cómo cree que ha desmejorado el mundo artístico en Guayana durante los últimos años?

– No me gusta mezclar el tema político. Lo peor que podemos hacer los que estamos en el mundo del arte es no darle el protagonismo que requiere y que es el arte en general. Seguimos siendo culpables y condescendientes con lo que se va produciendo en la realidad. Considero que no se debe estar en relación de dependencia del hecho político. No hay que darle protagonismo al hecho político sino al hecho filosófico en sí.

– ¿Es un error que las organizaciones artísticas dependan del Estado?

– Un grupo es poder y los demás sometidos y en relación de dependencia. Los que tenemos la oportunidad de involucrarnos con el teatro ampliamos nuestra consciencia de manera intensa, nuestra dinámica del pensamiento se proyecta de manera infinita. Asumimos una personalidad libre. Sin resentimientos ni rabias. Estamos dentro de una realidad y si estás dentro de ella, no te lamentes. Asúmela. Y si no, vete. ¿Por qué tanta inconformidad estando dentro de esa realidad? Vete entonces, busca otro destino. Si te quedas, vive dentro de esa realidad que es condicionada, pero que tu libertad interna siga prevaleciendo.-

Correo del Caroní

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