Opinión

La velocidad de los cambios y la sinceridad de los compromisos

Egildo Luján Nava:

Cuando surgió la idea de formalizar la presencia de Formato del Futuro entre los diferentes medios de comunicación a los que les pudiera interesar su contenido y objetivos, a ninguno de los ganados para la idea de convertirlo en hecho se le ocurrió la idea de darle sustentabilidad a la convicción de que dicho esfuerzo conceptual no sería un accidente emocional.

Por el contrario, desestimaron que dichas reflexiones pasarían a ser una respuesta ante las dudas, inquietudes que habían comenzado a tomar cuerpo en el país, y que, de una u otra manera, demandarían atención, seguimiento y razonamientos.

De igual manera, manifestaciones sinceras ante un hecho obvio: no perder de vista lo que traducía la necesidad del que pudiera ser el futuro que añoraban más de 25 millones de venezolanos presentes para el momento, además de las nuevas generaciones que luego habrían de ser los demandantes de atención familiar y gubernamental.

Desde entonces, han transcurrido más de doce años. De dedicación a colocar semanalmente, entre medios venezolanos e internacionales, lo que, a nuestro juicio, siempre consideramos útil, y jamás  con la pretensión o el propósito de pontificar sobre falsas verdades, y menos de presumir ser un dominante pensador en rol de útil sordo y mudo comprometido.

Desde luego, haber transcurrido dicho trayecto y encontrarnos ante la necesidad de evaluar lo pensado, escrito y tratado, además del tiempo comprometido con lo expuesto, se pudiera convertir en una especie de autolatigazo obligado por improductivo. Y esa tampoco es la finalidad, porque, cuando las ideas fluyen, hay servicio eléctrico y al servicio telefónico  internet no se ha ido de ocio improductivo, lo que se diga es siempre un pensamiento valioso, y, a partir de allí, es la utilidad que se le pueda dispensar, o el tratamiento que quien juzga pueda minimizar.

Lo cierto es que, mientras el tiempo transcurre, lo evaluado como hecho nacional no pasa de ser una demostración fehaciente de incompetencia administrativa, la evaluación relacionada con el futuro actúa como dedo acusador de lo que ha sucedido. De igual manera, de lo que está aconteciendo y la casi seguridad de que a ese terreno de juicio histórico hay que tratarlo con menos tolerancia.

Y el señalamiento emerge cuando, después de haber escrito acerca de la sacudida mundial que ha estado produciendo la cibernética, no dejan de hacerse presentes los señalamientos relacionados con el innegable comportamiento cómplice, de parte de quienes, supuestamente, lo que se escribe y publica, no pasan de ser gestos de complicidad o de entrega fácil ante la capacidad seductora de los destructores del país.

Sin duda alguna, negar que hay seducción funcional, posibilidad de diseñar, instrumentar y de imponer comportamientos en consonancia con la administración del poder, es pecar de ingenuidad, o de –ahí sí- entrega servil.

Pero no admitir que el futuro nacional sigue bajo secuestro dirigido y tarifado, mientras se difunden evoluciones que no son tales, definitivamente, de lo que hay que ocuparse es de no entregarle la confianza en  el futuro del país y de su recuperación, a ese esperpento político que denominan alianzas, pero  con base en principios infuncionales.

Y no sólo porque esa posibilidad de coincidencias también está secuestrada y hasta posiblemente tarifada, sino porque la fuerza de cambiar y para lograrlo, exige comprender que la Venezuela de hoy ya no es siquiera la misma de diez años antes. Y que se está ante la obligación de admitir que es un error histórico plantear que se hacen necesarias ciertas actitudes de vanguardia, mientras se repite, una y otra vez, que  hay que avanzar, aunque sin que se perfilen estrategias, ni se describan compromisos al servicio del país. Mientras se ofrezcan voluntarios, pero a partir de pautas, condiciones y hasta limitaciones que imponen aquellos que siguen confiados –y convencidos- de que morirán en los cargos; nunca claudicando en la entrega de sus supuestos derechos a convertir al país en el modelo de paraíso de origen y características desconocidas.

Por lo pronto, mientras que la velocidad de los cambios no se contiene, sino que, por el contrario, avanza y proyecta el desarrollo de países que han estado capitalizando la oportunidad de los entendimientos políticos inteligentes, en América Latina se perfilan connivencias en las que las fuerzas dominantes continúan extendiendo camas para nuevos liderazgos internacionales.

Y sucede así, ante la comprometedora demostración de que, en esta parte del mundo, la política se amarra a la voluntad de quienes evidencian dominio, no ante la urgencia de establecer un liderazgo capaz de construir futuro. De, por lo menos, impedir que la pobreza, el hambre, el delito organizado y la política moralmente comprometida, sigan funcionando al gusto de cierta institucionalidad entregada al ocio y al ejercicio del poder que garantiza el lucro.

En el caso venezolano, ¿quiénes realmente están dispuestos a construir futuro?. ¿En dónde pueden ubicarse a quienes están dispuestos a ofrecer nombre, prestigio, honradez y voluntad como compromisos?.

Desde luego, hasta hace horas apenas, las tesis transformadoras giraban alrededor de la garantía de celebrar procesos electorales al gusto de las ocurrencias del ejercicio de la política de acuerdo al formato, gusto y estilo de una nueva República. Pero ¿y en qué consiste esa potencial nueva República, cuando la vigente carece de certificado de probidad?.

Definitivamente, la tarea que hay que desarrollar, no es fácil. Y, mientras los días transcurren respondiendo a hechos bélicos como los que se desarrollan entre Rusia y Ucrania, entre ofertas de vidas humanas y nuevos equipos funcionales para la destrucción, hay cambios inspirados en la utilidad de la cibernética y las ventajas que ofrece la era del conocimiento.

Sin embargo, el ambiente del entendimiento, de las soluciones, como de la comprensión humana, sigue huérfano de la voluntad de las expresiones organizadas de la sociedad.

Evidentemente, es cierto, hay orfandad de visión de futuro. Quizás por aquello de que más vale el dominio en el presente y su sustentabilidad, aunque lo único que lo mantiene de pie  sólo sean los discursos, las amenazas vedadas y la garantía de que el hoy es mucho mejor, antes que el sueño en función del mañana.

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