Iglesia Venezolana

El Cardenal Porras en la Asamblea de Conver: «Si estamos aferrados a lo que siempre hemos hecho no estamos soñando sino vueltos hacia atrás»

HOMILÍA EN LA CLAUSURA DE LA XXI ASAMBLEA DE SUPERIORES MAYORES -CONVER- A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. Casa Madre Emilia, Montalbán. Caracas domingo 26 de junio de 2022.

 

Queridos superiores mayores de la Vida Consagrada en Venezuela:

 

Es un honor poder acompañarlos al final de la XXI Asamblea en la que se han congregado todos juntos para evaluar la vida y seguir soñando con una vida consagrada encarnada. Es un reto que a la luz de la palabra de este domingo y de la realidad circundante, la social y la eclesial, adquiere una relevancia mayor, un desafío por la responsabilidad que tienen entre manos cada uno de ustedes, más allá de los límites siempre estrechos de sus propias comunidades. Está en juego el presente y el futuro de la vida consagrada en Venezuela en el marco mayor de una auténtica sinodalidad con el resto de los creyentes y de la sociedad toda para la que tenemos la tarea de ser luz y sal.

 

Tiene lugar esta asamblea en un doble escenario. Primero, la realidad social con la crisis que la acompaña, modificando, exigiendo una lectura cercana a la realidad para entenderla, asumirla y roturar nuevos surcos; y en el marco de una Iglesia que nos llama a gritos a caminar juntos, a vivir la sinodalidad con la radicalidad bautismal que tiene también sus exigencias novedosas a las que, muy probablemente no estábamos acostumbrados.

 

Las lecturas de hoy son un llamado a meditar sobre la vocación y la libertad en el seguimiento a Jesús. Hay tres caminos que caracterizan al seguidor de Jesús, como Eliseo al llamado de su maestro Elías: primero, “el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”: es el camino de la desposesión, porque la confianza está puesta en el Padre. Segundo, “deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, vete a anunciar el Reino de Dios”: es el camino de la mirada permanente hacia lo que crea vida, a lo que Jesús nos invita a colaborar. Tercero, “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el Reino de Dios”: el camino de la perseverancia y fidelidad en lo comenzado con Jesús, lo que nos pide unas cuantas renuncias. Es el camino de la vocación, siempre lozana, “semper reformanda” y en el que no podemos quedarnos estancados en nuestros laureles y comodidades.

 

San Pablo nos indica que el camino de la vocación es el de la libertad interior profunda. La libertad humana tiene limitaciones, por eso el apóstol nos advierte que cuidemos no tomarla como pretexto para satisfacer nuestros egoísmos. La libertad se va haciendo conforme se va ejercitando, dando unos primeros pasos con arranques juveniles, otros más arriesgados, más hondos, a medida que avanza la vida. Además, la libertad está condicionada por el tiempo, de tal manera que el cansancio, el agotamiento, el transcurso de los días y de los años nos pueden afectar. Nuestros prejuicios nos hacen equivocarnos o aferrarnos al oropel y no a lo esencial. Nos muerden la pereza, el egoísmo, el miedo, nuestras ideas fijas. ¿Acaso no somos conscientes del acto de libertad que hicimos cuando prometimos y entregamos un futuro que no estaba ni está en nuestras manos?

 

Lo que Dios nos pide es que pongamos nuestra mirada en Él y le sigamos con confianza y fidelidad abiertos a los demás. Si verdaderamente “el Señor es el lote de mi heredad” no podemos ser vengativos como como los discípulos de Jesús al ser rechazados por los samaritanos. La actitud de Jesús es de misericordia y no de destrucción. Así debe ser la de los que quieren seguir.

 

Pero, queridos hermanos y hermanas, mi reflexión quiere dirigirse a ustedes, y en primer lugar a mi mismo, más allá de nuestro testimonio personal, por la responsabilidad de acompañamiento y dirección que tenemos entre manos, no por nuestros méritos sino por una elección en la que debemos descubrir la mano del Señor y no la vanidad de creernos o sentirnos los mejores. No somos superiores en el sentido de estar por encima de los demás, sino por estar al servicio de una causa que no es nuestra, es el llamado a la conversión permanente, personal, comunitaria,misionera, comunional.

 

No somos los únicos ni siquiera los principales evangelizadores de la Iglesia. En virtud del bautismo somos discípulos misioneros en la medida en que hemos encontrado el amor de Dios en Cristo Jesús, como nos dice la “Praedicate Evangelium”. La verdadera reforma será real si brota de una reforma interior, “con la que hagamos nuestro el paradigma de la espiritualidad del Concilio, expresado por la antigua historia del Buen Samaritano, de aquel hombre, que se desvía de su camino para acercarse a un hombre medio muerto que no es de su pueblo y al que ni siquiera conoce” (Praedicate Evangelium 11).

 

Se han propuesto revisar y discernir sobre el trabajo pastoral y la vida de los consagrados en el país. No dudo que los temas compartidos son importantes. Me pregunto si estamos dando en la diana porque debemos responder en primer lugar a las necesidades y exigencias de la gente concreta a la que no podemos encerrarla en el corsé de nuestros pensamientos y valores.

 

La próxima asamblea nacional de pastoral nos invita de entrada a “inspirar a todos a soñar con la Iglesia que estamos llamados a ser”. Si estamos aferrados a lo que siempre hemos hecho no estamos soñando sino vueltos hacia atrás. En “querida Amazonía” el Papa Francisco nos habla del sueño social que privilegia la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, y los respeta como protagonistas. El sueño cultural que requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura. El sueño ecológico, con la larga experiencia espiritual y renovada conciencia sobre el valor de la creación y su preocupación por la justicia con su opción por los últimos. Y, el sueño que le da vida a los anteriores es el sueño eclesial: “nos une el fuego del Espíritu que nos impulsa a la misión. Nos une el mandamiento nuevo que Jesús nos dejó, la búsqueda de una civilización del amor, la pasión por el Reino que el Señor nos llama a construir con Él. Nos une la lucha por la paz y la justicia. Nos une la convicción de que no todo se termina en esta vida, sino que estamos llamados a la fiesta celestial donde Dios secará todas las lágrimas y recogerá lo que hicimos por los que sufren”.

 

Para llevar adelante estos sueños, vuelvo a los objetivos de la asamblea nacional de pastoral; tenemos que “hacer florecer las esperanzas de todos los miembros del pueblo de Dios, en momentos de grandes dificultades”. Esto es imposible que lo hagamos nosotros solos. Nos hemos preguntado qué significa modernizar, poner al día nuestra acción pastoral desde las nuevas tendencias mundiales para los que las ciencias sociales nos brindan precioso instrumental. Contamos, mejor, buscamos la asesoría de gente capaz que nos ilumine para fortalecer la gestión y propiciar lo que debemos hacer conjuntamente.

 

El país es otro, no es el mismo de hace veinte años, ni siquiera el de hace dos o tres años atrás. No es cuestión de gustos o apetencias, sino asumir los valores y contravalores para que tenga sentido lo que hacemos en el hoy para construir un mañana mejor. Nos quejamos y con razón de la pobreza y carencias para mantener a las personas e instituciones a nuestro cargo. Pero, qué estamos programando como colectivo para que no caigamos en la tentación de cerrar obras, de seguir vegetando, pero con la convicción de que vamos hacia menos. Eso no es la postura de quienes tienen puesta la esperanza de hacerse servidores los unos de los otros por amor. El individualismo, tan propio de nuestra cultura, nos juega una mala partida si seguimos su senda. Estamos llamados a vivir en comunión pero no como eslogan doctrinal sino como medio operativo eficaz.

 

Hablamos y reflexionamos mucho sobre el ser y sentirnos que somos miembros de una única iglesia. No será esto una verdad a medias cuando en tantos asuntos nos caracterizamos por la fragmentación, cada uno por su lado, con muchos proyectos excelentes sin conexión entre sí. Una cosa es la diócesis o la parroquia, otra la vida consagrada, otra mi obra, pero todos caminamos en paralelo. Necesitamos con urgencia un sistema estratégico de gestión que oriente los fines y medios. Cuánto no hacemos, por ejemplo, en ayuda humanitaria, en atención a los más débiles,… si trabajáramos más unidos, con planes claros interconectados el efecto sería mayor. Si lo aplicamos al plano comunicacional, poseemos miles de redes, cada una con un mensaje… pedimos unidad a los líderes sociales, gremiales y políticos, pero nosotros vamos, también, muchas veces, por nuestra cuenta. La unidad de la Iglesia debe verse también, en las muchas formas en las que actuamos. De nuevo, San Pablo hoy nos exhorta a que vivamos de acuerdo con las exigencias del Espíritu para no dejarnos arrastrar por el desorden egoísta que está en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de ese desorden.

 

La confianza solo se estimula, con el estudio y la formación permanente, con la participación de todos, con procesos de sustentabilidad y emprendimiento. Existen experiencias exitosas pero requieren ser parte del tejido integral de la acción pastoral. Los cambios estructurales son enormes: la crisis humanitaria, la depresión económica, la hiperinflación que nos hace cada día más pobres, la migración nos roba lo mejor de los afectos y de la capacidad creadora. En este nuevo escenario no nos queda otra sino “vigorizar las manos para nuestra misión común, para ser en verdad una Iglesia en salida misionera”.

 

Todas las instancias eclesiales tienen un rol importante en este momento de la historia. La vida consagrada como preludio de vida eterna, sacramento de esperanza en la fe trascendente tiene como misión construir el futuro desde la sinodalidad vivida a fondo para bien de toda la humanidad. La experiencia de consolación y gozo profundo, vivido seguramente en estos días, sea no para adormecernos sino para lanzarnos con mayor pasión en la tarea que el Señor nos ha confiado y que podamos decir “¡Què agradecido estoy por lo que me ha tocado: mi suerte es seguir a Jesús!”. Que esta alegría y esperanza nos aumenten nuestras fuerzas cada día en el seguimiento de Jesús y sean señal de que fcamos caimando con Él y según Él. Que la Virgen Santísima nos bendiga y arrope con su manto.

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