Testimonios

Sor Myryam, monja de clausura: «¿Qué es eso de que todo lo que nos gusta tiene que ser pecado?»

La felicidad no es ausencia de dolor. No es un estado de paz absoluta. Si no, el cristianismo no tendría sentido en su momento culminante: la Pasión de Cristo

 

Valenciana, de 39 años, esta monja de clausura en el monasterio vizcaíno de Santa Clara de Orduña, vende sus exquisitos chocolates hasta en Japón, junto con las hermanas de su antiguo convento, en Belorado, Burgos. A sor Myryam la sensación de haber encontrado su sitio y por tanto la felicidad le llegó con 16 años cuando fue a visitar a unas hermanas de clausura: «Y fue fácil reconocerlo, precisamente por la de veces que había sentido todo lo contrario», explica.


La felicidad está en la plenitud. En sentir que tu vida es plena porque has encontrado tu sitio. A mí, eso me pasó con la clausura. Todo empezó con 12 años durante un viaje a París.

Siempre he sido precoz. En casa me daban mucha libertad. Mi madre no era católica practicante, pero hacía su vida y era bastante permisiva. En realidad, yo me he criado con mis abuelos. Les ponía la excusa de que me iba con el grupo de la parroquia y salía de fiesta con mis amigos hasta las tres de la madrugada. Pero pronto descubrí que aquello no me llenaba y con 12 o 13 años me agarré una depresión. El mundo no me satisfacía, no encontraba ningún sitio que valiera la pena.


Para ayudarme, mi familia me animó a ir a unas jornadas con el Papa a París. Y yo pensé: ‘Genial. Un semana de fiesta y a mi bola’. Cuando llegué, la celebración se complicó bastante porque se esperaban 300.000 jóvenes y nos presentamos 700.000, así que todo estaba saturado y yo solo sabía quejarme. Hasta una noche que decidí ir a dar una vuelta por el recinto donde estábamos y me crucé con unos peregrinos, muchos enfermos y en silla de ruedas, cantando y superalegres. Y entonces me golpeó una pregunta: ‘¿Por qué eran felices y yo no?’. Algo habían encontrado allí que yo no tenía, y no era el Papa.

Entonces descubrí que era Cristo. Que me había acompañado durante toda la vida, incluso en mis peores momentos. Fue como darte cuenta de que un hombre te ama. Reconocerlo me llevó a querer corresponder y lo que me vino a la mente es la consagración, es decir, el entregar al vida al servicio de Dios, pero yo no sabía cómo hacer esto.

 

«Yo solo conocía a las monjas de mi colegio, a las que se las hice pasar canutas»

Yo solo conocía a las monjas de mi colegio. Y, claro, ¡de todo menos eso! Que yo a esas monjas se las había hecho pasar canutas [se ríe]. Al principio, me planteé ir a misiones, cuidar enfermos… Pero con 16 años conocí a unas hermanas de clausura y vi que aquello era la entrega total sin división del corazón. Fue como decirme a mí misma: estoy donde tengo que estar. Y fue fácil reconocerlo, precisamente por la de veces que había sentido todo lo contrario.

Ser sincero con uno mismo es uno de los mejores secretos para ser feliz. Muchas veces hablamos del ‘postureo’ en las redes sociales, pero yo he visto gente fuera que te dice que está fenomenal y, después de estar un rato hablando, acaba llorando. No hay nada peor que sufrir e intentar ocultártelo. Te lo digo por experiencia. Si no te conoces a ti mismo es muy difícil ser feliz.

«Ser sincero con uno mismo es uno de los mejores secretos para ser feliz. No hay nada peor que sufrir e intentar ocultártelo»

La felicidad no es ausencia de dolor. No es un estado de paz absoluta. Si no, el cristianismo no tendría sentido en su momento culminante: la Pasión de Cristo. Una cosa es que te quiten la vida, pero entregarla tú no puede ser si no lo haces desde la felicidad. Que no somos tontos.

Tener sentido del humor ayuda muchísimo a quitar amargura. Y, sobre todo, reírte de ti mismo. Aquí nos pasa. Hay hermanas muy graciosas y nos partimos de risa. Antes de llegar, la imagen que tenía de una monja era la de alguien amargada. Incluso me parecía una bendición que quisieran estar encerradas sin interferir en la vida de los demás. Pero no es real.

En el monasterio de Santa Clara de Belorado, en Burgos, empezamos haciendo bombones. El pastelero Manuel Morales apostó por nosotras y también el cocinero Pedro Subijana, del restaurante Akelarre (Donostia). Luego nos ayudó mucho con consejos y recetas Paco Torreblanca. Ahora también exportamos trufas de cava a Japón. Incluso hemos participado en Madrid Fusión.

«La felicidad está en la plenitud. En sentir que tu vida es plena porque has encontrado tu sitio»

Decir que el chocolate es pecado es una barbaridad. ¿Qué es eso de que todo lo que nos gusta tiene que ser pecado? No creo que ese sea un buen concepto, ni cristiano ni humano. De hecho es muy sano, es un estimulante que recomiendan a las personas que están con el ánimo bajo.

Sí que me hubiera encantado conocer mundo, viajar. Pero cuando eliges un camino y lo abrazas, eso tiene mucha fuerza. Es verdad que en algunos momentos de bajón puedes mirar hacia fuera y querer muchas cosas, pero eso pasa porque no estás bien y, cuando ha ocurrido, enseguida he abrazado con todas mis fuerzas la vida que tengo por delante. Sí que hubiera querido tener hijos, y muchos. Pero, aunque no tenga hijos físicos, normalmente en la vida religiosa cuidas de mucha gente que se acoge a tu oración o que te llama para desahogarse y contarte sus problemas.-

XL Semanal/ABC de Madrid

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