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Todo está permitido: la “profecía” de Dostoievski

Una frase en una novela del gran escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881), a saber: “Si Dios no existe, todo está permitido”, conduce la reflexión de este artículo sobre uno de los rasgos fundamentales de nuestro tiempo: la impunidad y la espectacularización de todo.

Edgar Aguilar:

Una frase en una novela del gran escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881), a saber: “Si Dios no existe, todo está permitido”, conduce la reflexión de este artículo sobre uno de los rasgos fundamentales de nuestro tiempo: la impunidad y la espectacularización de todo.

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“Si Dios no existe, todo está permitido”: a través de Iván Karamazov, Fiódor Dostoievski formula esta concepción de la modernidad y del hombre ilustrado. Aunque quizá tenga un origen en esencia religioso (espiritual), es innegable que el gran escritor ruso se adelanta –una vez más– a su época.

Si no existe una autoridad que regule el comportamiento del ser humano, y éste es capaz de cometer cualquier tipo de atrocidades, precisamente por la ausencia de autoridad, de control, no habrá una sanción para aquellos que cometan delitos porque actúan con entera libertad.

Más o menos así se podría definir de modo simple esta premisa. Ahora bien, el criminal lleva a cabo su crimen, por lo regular, de manera clandestina, oculta, buscando siempre y en lo posible no levantar sospechas, en los demás, de sus actos viles. El ser “descubierto” implica no sólo su perdición, sino algo inherente a su conducta criminal: no desear, por ningún motivo, ser reconocido.

El mostrarse al otro (al policía, al detective, a la víctima) es una falla o falta de sí mismo, y una transgresión de quien lo identifica, pues se rompe un pacto establecido: me escapo y no me das alcance, me escondo y no me encuentras; y si al final eres capaz de echarme mano, tu trabajo te ha de costar…

Pero si Dios no existe, todo está permitido. Aquí hay una base fundamental, que es antitética: para que se dé esa permisividad, más que una ausencia, debe haber una supresión: la supresión de esa ausencia; pero, para que esa ausencia pueda ser suprimida, anulada, esa ausencia debe (o debió) por fuerza de existir: no puede suprimirse lo que de antemano no existe.

Pareciera entonces que Dostoievski, a partir de una frase en principio concluyente, plantea más bien una ambigüedad: ¿debe acaso el hombre, ese hombre racional y libre, permitirse todo porque lo que no existe (en este caso Dios, en su calidad de omnipotente, omnisciente y omnipresente) está regido en realidad por su presencia, en condición, de acuerdo con lo anteriormente dicho, de su ausencia o su nulidad?

Según esto, Dios no existe en la medida en que se vuelve ineficaz, inoperante: nos vigila todo el tiempo pero a su vez es nulo, ausente, indiferente… Y si, por la misma razón, todo está permitido, ocultarse, realizar una acción reprobable sin ser reconocido, sin que alguien nos señale y nos diga “tú fuiste”, “tú lo hiciste”, carece por lo tanto de sentido. De ser así, el crimen, de un acto velado e ilícito, pasaría a convertirse en un acto visible, normalizado.

Cometer un acto deleznable, a la vista de los otros, es entonces parte de la fórmula dostoievskiana: si todo está permitido, ¿qué caso tiene aventar la piedra y esconder la mano, si no existe una autoridad (o la hay en su forma de ausencia) que regule o sancione mis actos en presencia de los demás, quienes no sólo justifican ese mismo obrar deleznable, sino que –y aquí lo más terrible de la cuestión– lo complementan con un permiso ya establecido?

Arremeter contra aficionados del equipo visitante en un estadio de futbol y golpearlos salvajemente a la vista de todos sin reparar en cámaras de televisión, celulares, aficionados; amedrentar a periodistas como si fuera una cosa trivial por parte de funcionarios públicos del más bajo nivel a la vista de todos (medios de comunicación); realizar peleas en la vía pública de actores de televisión barata o abofetear sin miramientos a un presentador cómico en una ceremonia cinematográfica a la vista de todos (cámaras de televisión, celulares, público asistente); emprender una guerra cruel y sangrienta en pleno siglo XXI de un país poderoso hacia uno más débil y anunciarla y captarla en pantallas de televisión, internet, redes sociales…

Todo está permitido. Actuar con cinismo y sin escrúpulos es una forma del espectáculo actual, en donde cualquier comportamiento es susceptible de presenciarse y difundirse sin recato para un espectador entrenado. Así, funcionarios de pacotilla, actores de telenovelas o de Hollywood, fanáticos del futbol, incursiones bélicas parecen confirmar, en estos tiempos en que todo se ve y se transmite en directo de modo masivo, la tesis del escritor ruso: la inexistencia de Dios. Y la realidad –una vez más Dostoievski– supera a la ficción.

 

La Jornada Semanal

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