Lecturas recomendadas

Un pensamiento adelantado

 

Alicia Álamo Bartolomé:

 

Aún dentro de la Cuaresma, el 25 de marzo, Día de la Encarnación, nos trae a la mente el 25 de nueve meses después, cuando celebramos el nacimiento del Redentor. Es como iniciar una novena de meses para la gran fiesta navideña. El calendario de la Iglesia, a pesar de que la Redención se hace en la Cruz y el dolor, nos invita más a las fiestas. Nuestra religión no es una religión de llanto sino de alegría.

 

De los 365 días del año tenemos sólo 61 de penitencia: 21 en Adviento y 40 en Cuaresma, ¡y qué penitencia! Muy suave, apenas un par de días de ayuno y unos cuantos de abstinencia  (los viernes de Cuaresma), adaptados a las difíciles condiciones económicas del mundo de hoy. Estos días son, más que todo, un recuerdo, un estar alerta a la etapa que se vive, no un precepto impositivo y difícil. El pueblo ingenuamente cree, por tradición, que en Semana Santa hay que comer pescado. No, eso es hoy penitencia para el bolsillo y delicia para el paladar. Lo que hay que hacer es ofrecer algo que nos cueste, como abstenernos de una golosina o dar una buena limosna.

 

Incluso la cumbre del dolor redentor que se conmemora el Viernes Santo con la Pasión, Crucifixión y Muerte de Cristo, está incluida como un todo en el Triduo Pascual. La palabra pascua ya anuncia la fiesta, la máxima de nuestra religión: el Domingo de Resurrección. Este domingo es la apoteosis de la alegría, más que la de la Encarnación, más que la de la Navidad: ¡Jesucristo resucitó! Es la confirmación de su divinidad, como dice San Pablo, si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe.

 

Con el título de este artículo, que se refiere a pensar en la Navidad hoy justamente, fiesta de la Encarnación, quiero referirme a otro aspecto de nuestro andar terrenal: la prevención. Es adelantarnos a los hechos. Bien dice el dicho popular: más vale prevenir que lamentar. Parece también la publicidad de un seguro, pero es una gran verdad que, si la acatáramos en nuestro país, evitaríamos tantos desastres que provocan los cambios climáticos.

 

Es costumbre que en época de lluvias se desborden las quebradas en Caracas con los consecuentes desastres de arrastre de viviendas improvisadas en sus riberas y a veces pérdidas de vida.

 

Ninguna autoridad civil ni militar prevé la limpieza de cauces y desagües que acumulan la basura de los meses de verano, de los ranchos alrededor, construidos sin previsión alguna, por la escasez de vivienda.

 

El mantenimiento de terrenos e instalaciones no es una virtud que tengan lo habitantes del Trópico. Como no tenemos el rigor del cambio de clima de los países de cuatro estaciones y prácticamente podemos vivir a campo traviesa todo el año, no conocemos el afán de prepararnos para afrontar un invierno y evitar morir por bajas temperaturas. Los nórdicos tienen que tener techo y calefacción. Cuando no existían los combustibles sino la leña y el carbón, los recintos se calentaban con chimeneas y eso hace menos de un par de siglos. Si no se limpiaban anualmente éstas, sus usuarios se hubieran ahogado. Y así otros mantenimientos imprescindibles por el cambio de estación. Mientras los nórdicos se acostumbraron a mantener sus instalaciones, los tropicales se dedicaron a gozar de su clima benigno y se olvidaron de mantener las suyas.

 

Es doloroso ver el deterioro de lo que una vez fue orgullo nacional, como el Metro de Caracas, el Hipódromo de la Rinconada y muchas otras instalaciones por allí. Es el imperio del no mantenimiento, de la dejadez, de la no prevención.

 

Deberíamos tener, todos, ese pensamiento adelantado que nos hace volver los ojos hoy, 25 de marzo, Día de la Encarnación, hacia el 25 de diciembre.

 

Ante el solemne saludo del ángel, la jovencita se asustó. Demasiado pequeña se sentía para tales homenajes. El personaje celestial se explicó. Ella se dio cuenta de que Dios la invitaba a ser la Madre del Mesías y no titubeó en aceptar. Tuvo el pensamiento adelantado de que traería al mundo a quien todos esperaban. Tal vez también tuvo la visión de un niño en una cuna, envuelto en pañales. No sabía a ciencia cierta lo que le esperaba, pero seguramente muchas contradicciones, como el ser madre sin intervención de varón y estando desposada con uno que pronto la llevaría a su casa. No sabía cómo se resolverían estos conflictos, cómo enterar a José de este acontecimiento. No le tocaba a ella y calló. Confió en que Dios lo resolvería todo. Si le había dado una misión, le enseñaría cumplirla. Su pensamiento adelantado fue siempre cumplir la voluntad de su Creador.-

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