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Encuentros 38

"La respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosas y morales, la da Jesucristo"

Nelson Martínez Rust:

 

IV

 

¡Bienvenidos!

Todo pensamiento filosófico tiene como trasfondo una tradición cultural, una visión del mundo, de la historia y del mismo hombre – antropología – que lo precede, lo encuadra y le brinda un sentido y una coherencia. En otras palabras: todo pensamiento tiene un trasfondo que le brinda una significación o sustentación. Nunca se ha pensado en el vacío. La reflexión filosófica presupone unas raíces y unos presupuestos aceptados previamente que han sido heredados y, muchas veces, escasamente analizados o discutidos con seriedad. Por consiguiente, se hace indispensable conocer el trasfondo de todo pensamiento filosófico si se quiere, no solo comprenderlo sino también valorarlo en función de la adquisición de La Verdad; meta de toda reflexión. Según esto, nos debemos preguntar: ¿cuáles son los presupuestos desde donde se ha pensado la “Veritatis Splendor”? Consideramos que la “Veritatis Splendor” tiene varios presupuestos que deben ser conocidos para su estudio y valoración. Ellos son:

1º.- Presupuesto cristocéntrico

Las preguntas que plantea la “Veritatis Splendor”, y que se han convertido en fundamentales para toda vida humana en cuanto que deben ser resueltos, adquieren respuesta plena, no a partir de un determinado sistema filosófico previamente elaborado, sino partiendo de afirmaciones bíblicas: “Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosas y morales, la da Jesucristo; …” (“Veritatis Splendor” 2; 25). Aún más, la respuesta que ofrece la exhortación, no solo debe considerársela exclusivamente cristocéntrica, sino que, de alguna manera, representa algo mucho más profundo. El ¿qué debo hacer? es una interrogante profundamente religiosa que no elude el contenido trascendente. Es un “existencial”. La afirmación anterior la fundamentamos en el hecho de que dicha pregunta comporta en sí mismo el hecho de que, consciente o no, está dirigida a Dios, en cuanto plenitud de todo bien y bondad en sí mismo. Dicho de otra manera: la “vida moral” se convierte en una respuesta de amor que el ser humano dirige a un principio sobrenatural – Dios – y que no es un mero cumplimiento de una ley impuesta sino un acto que, nacido del “amor”, se convierte permanentemente en acción.  Definitivamente, “por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a Dios…No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de aceptar por obediencia un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, y participar de su obediencia libre y amorosa” (“Veritatis Splendor” 19). De esta manera, las palabras y los comportamientos de Jesús adquieren carácter normativo y se convierten en el criterio de la moralidad de las acciones de todos los hombres para todos los tiempos, y no solo de los cristianos, ya que la persona de Jesús viene a constituir el “modelo” o el “espejo” en donde se debe mirar para descubrir la altura o la bajeza moral de toda vida humana.

2º.- Presupuesto existencial

La “Veritatis Splendor” parte del principio filosófico de que toda reflexión, en cuanto tal, busca las respuestas a los interrogantes más profundos de la vida humana: ¿Qué debo conocer? (aspiración a la posesión de “la verdad”), ¿Qué debo hacer? (aspiración a la posesión del “bien”), ¿Qué debo esperar? (aspiración a la posesión de “la felicidad” y “la trascendencia”). Ahora bien, todas estas aspiraciones o interrogantes están contenidas en una única pregunta: ¿Qué es el hombre? Así, pues, estas mismas interrogantes se las plantea la encíclica en el mismo sentido, aunque de manera diferente y en mayor profundidad y trascendencia: ¿Cuál es el sentido de mi vida?, ¿cómo puedo ser feliz? Como nos lo demuestra el diálogo de Jesús con el hombre rico: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener en herencia vida eterna?” (Lc 18,18) Estas preguntas que se convierten en existenciales e ineludibles en todo ser humano. Creemos que la “Veritatis Splendor” supone esta dimensión existencial del pensamiento filosófico actual y la asume. Sin embargo, es necesario tener presente que para el paradigma cristiano la reflexión no se centra solo en una especulación académica, conocimiento o conceptualización vacía y abstracta formalización, sino que conlleva e implica un foco iluminador de la vida moral tanto a nivel personal como social y, al mismo tiempo, se convierte en propulsora de comportamientos dignificantes para la vida del hombre.

3o.- Presupuesto salvífico 

Si nos fundamentamos en el texto de Lc 18,18, texto ya citado, se debe suponer una estrecha relación entre la “vida moral” y el “destino final del hombre”. El hombre rico con su pregunta sugiere una conexión entre el bien moral y el propio destino, y la respuesta de Jesús confirma esta relación: “Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre”. De esta manera la obediencia a los mandamientos de Dios se convierte en aquello en lo que ha de conducir al hombre a la vida eterna, hacia la verdad. Además, esta relación de la vida moral y la felicidad – la salvación – se fundamenta en el hecho ético-antropológico de que cada hombre reconoce en sí una “ley escrita en su corazón” según la cual el hombre será juzgado: “En efecto, cuando los gentiles, aunque no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, para sí mismo son ley. Ponen de manifiesto que la realidad de esa ley está escrita en su corazón; así lo atestiguan además su conciencia y los juicios contrapuestos que emiten de condenación o alabanza…para el día en que Dios juzgue las acciones secretas de los hombres, según mi evangelio, por Cristo Jesús” (Rm 2,14-16) ya que ella se convertirá en el “testigo” del bien o del mal” (Veritatis Splendor 57). Ahora bien, la conciencia moral es la “voz de Dios”; por consiguiente, el comportamiento moral de cualquier hombre debe relacionarse con su destino personal más allá de la muerte.

4º.- Presupuesto teológico

La prohibición bíblica de comer del árbol (Gn 2,16-17) enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino solo a Dios. El hombre permanece libre, y por cierto goza de una libertad amplia, puesto que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Esto viene significado en el hecho de poder comer “de cualquier árbol del jardín”. Pero esa libertad no es ilimitada (Veritatis Splendor 35).  Sin embargo, la ley de Dios no elimina la libertad del hombre, por el contrario, la promueve y defiende. El conocer las verdades morales depende de la razón humana con respecto a la sabiduría de Dios. Lo que quiere decir que Dios es el autor de la ley moral y el hombre, por consiguiente, mediante la razón natural, conoce la ley eterna que él no ha establecido (Veritatis Splendor 36). Lo correcto es hablar de “participación”, en el sentido de que “la libre obediencia del hombre a la ley de Dios implica efectivamente que la razón y la voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de Dios” (Veritatis Splendor 41). El hombre no es poseedor del conocimiento del bien o del mal, sino que participa de este conocimiento por medio de la luz de la razón natural y la revelación.

5º.- La Ley natural

La “Veritatis Splendor” entiende por “Ley Natural” aquella ley que, fundamentándose en la naturaleza de los seres humanos, también goza del hecho de que “la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana” (Veritatis Splendor (42). Esto le permite al hombre alcanzar la “dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados para ellos (Cf.: GS 17). El hombre, en su tender hacia Dios – “el único bueno” -, debe hacer libremente el bien y evitar el mal” (Veritatis Splendor 42).  La “Ley Natural”, así entendida, se convierte en “la norma suprema de la vida humana que viene a ser la misma ley divina, eterna, objetiva y universal mediante la cual Dios ordena, dirige y gobierna, con el designio de su sabiduría y de su amor, el mundo y los caminos de la comunidad humana. Dios hace al hombre partícipe de esta ley suya, de modo que el hombre, según ha dispuesto suavemente la Providencia divina, pueda reconocer cada vez más la verdad inmutable” (Dignitatis Humanae 3).

Objeciones al paradigma del cristianismo-católico: La próxima semana.

 

Valencia. Septiembre 18; 2022

 

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