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Camino del centenario

El mundo entero a nuestro alcance. ¿Y nos vamos a quejar?

Alicia Álamo Bartolomé:

El 13 de este mes amanecí con 97 años, ¡Dios, cuánto he vivido! ¿Y cuánto me falta para despegar? Sólo Dios sabe, pero, por lo pronto, parece que voy camino del centenario. Si llego a éste con la lucidez de que gozo hoy, valdrá la pena, si no, pues también valdrá, pues en los planes divinos no hay nada inútil. Con o sin cabeza, Dios me llevará hasta donde quiere y me dará un oficio. Tal vez sea orar en el silencio de mi soledad, en una aparente ineptitud total y sobre una silla de ruedas que me llevará de un lado a otro sin que yo opine adónde, pues otros la empujarán. Pues bien, ese será mi oficio y bienvenido sea, si es voluntad divina. Yo seré feliz, nadie me quitará el placer de seguir sirviendo desde mis circunstancias tan precarias.

Eso es la felicidad: aceptar la realidad. Si no la aceptas, cámbiala. Si no puedes cambiarla, pues acéptala y sonríe. Lo que no puedes hacer nunca es resignarte y lloriquear. Yo, la palabra resignación y el verbo correspondiente, los tengo borrados de mi diccionario, porque significan derrota. La gente dice con cara larga y tono quejumbroso: me resigné a tal o cual situación, dando a entender lo inalcanzable de cualquier solución satisfactoria. Esa entrega es maligna, corta las alas de la esperanza.

Siempre hay que estar dispuesto a luchar. La vejez no es ineptitud, ni vencimiento, ni fracaso, es un cambio de perspectiva. Cuando era joven tenía que perseguir mis sueños y prepararme para realizarlos. Para eso necesitaba energía, ímpetu, no sólo en la mente, sino en los miembros motores, en el cuerpo en general. A mi edad actual eso estaría de más porque ya me hice, ya fui. Mi presente es lo que importa, en éste me concentro. El pasado se fue y futuro no tengo sino el muy inmediato, el que es prácticamente hoy. Ese es el cambio de perspectiva. Vemos las cosas hoy y ahora, sin esperar mañana para realizarlas. No posponemos una conversación o un consejo. Hay que hablar ya si es para bien de alguien. Un anciano puede ser luz y guía para los más jóvenes, siempre que no se quede callado para esperar un mejor momento para hablar. En la vida senil no hay mejor momento que el ahora.

No sé si voy camino del centenario o no, si la pelona me está esperando dentro de unos años o a unos minutos. Estoy lista. Gozo del presente que me trae el sol todos los días, su luz, su calor, su reflejo en el agua, en las hojas y flores mojadas, en las superficies lisas que devuelven sus rayos. Es bello todo lo que acaricia el sol. Y así como el sol y según sus posibilidades, están la luna y las estrellas, el vuelo multicolor de los pájaros, sus trinos, las parábolas y planeadas majestuosas del zamuro, la cortina transparente de la lluvia, el susurrar del aire y su frescura. ¡Tanto de qué gozar en el silencio!

Y no sólo de la Creación de Dios, sino de la obra del hombre, como el arte. Todo lo que podemos ver, leer y oír. Cuánto goce de belleza nos pueden dar las artes plásticas, la literatura, la música. La tecnología actual nos permite disfrutar desde nuestro cómodo sillón todo lo que apetece a la vista y el oído, escudriñar en bibliotecas, pinacotecas y archivos musicales. El mundo entero a nuestro alcance. ¿Y nos vamos a quejar? ¡No hay de qué!

Estoy bien en la espera o no del centenario. En ese mientras tanto que no se sabe cuánto tiempo dure, simplemente…, ¡vivo!.-

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