La Literatura y el Papa
Javier Duplá sj.:
“El domingo 4 de agosto, el Papa Francisco publicó una larga carta dirigida a sus sacerdotes, pero mejor aún, no sólo para ellos, sino para todos los cristianos, sobre la importancia de la lectura de novelas y poesía en la formación.” (RCL, 7 de agosto 2024).
A muchos devotos les habrá llamado la atención que el Papa hable de literatura. Les recomiendo la carta y me siento identificado con ella por varias razones semejantes a las que él plantea. No las voy a resumir, sino presentar las mías, que se pueden resumir en la siguiente: no conocería yo todo lo bueno y todo lo malo del ser humano – que abarca un anchísimo espectro – si no fuera por las novelas que he leído. Yo fui formado como él en una familia muy cristiana y luego, como él, en la Compañía de Jesús, a la que tengo que agradecer los grandes valores espirituales que me transmitió, sobre todo a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Alguno podría pensar que en la confesión uno llega a conocer grandes debilidades humanas, pero puedo asegurar que están teñidas de arrepentimiento, lo que las hace más cercanas. He leído en cambio novelas muy duras, que reflejan un mundo muy violento, cruel, lleno de sangre y de desprecio por los vencidos. Ese mundo me es ajeno. Otras novelas me han mostrado hasta dónde puede llegar la sensualidad y la búsqueda de placeres morbosos en hombres y mujeres de todas las edades. Qué ingenioso es el hombre para hacer el mal; ¿mucho más que para hacer el bien?
Es verdad, como dice el Santo Padre, que la lectura de ficción tiene dos autores, el novelista y el lector. Éste va construyendo en su interior una novela paralela, que consiste en una reacción intelectual y emocional frente a la trama y sus personajes. Siente simpatía por alguno, porque lo ve semejante en carácter; siente rechazo por otro, porque lo ve muy lejano de sí mismo. A lo mejor la historia le conmueve, a lo mejor le deja indiferente, y él la hubiera llevado por otros caminos.
Cuando uno de joven ha sido profesor de literatura, como el Papa o como yo, hay autores que tocan fibras muy íntimas y otros le dejan a uno indiferente. Federico García Lorca, desechado y asesinado en la guerra civil española, fue uno de mis favoritos, como lo fue de Bergoglio. Recuerdo que dediqué todo un trimestre a leerlo en clase y pude observar las reacciones de mis alumnos, que no querían salir a recreo para que continuara leyendo.
Quiero ahora hacer mención de Carmelo Vilda (1940-2001), un jesuita de mi edad, verdadero literato, a quien le publicaron algunos libros de poesía que reflejan sus tres preferencias: el amor, la soledad y Dios.
Un ejemplo:
Me sobra corazón en esta tarde,
poder soltarlo como un pájaro.
Se sostendrá sin alas esta tarde,
vuela ciego, profundamente deshabitado
¡con tanto frío en su historia!
Me sobra corazón en esta tarde
Ya tremola al viento su bandera
¿Se puede al amor poner tijeras?
Me sobra corazón en esta tarde,
cuando ya las sombras anochecen y las nubes
se retiran altas, maternales y despacio…
Me sobra corazón en esta tarde
Es poroso el aire y su piel
¡aspea la nostalgia de un amor que aún humea!
Me sobra corazón en esta tarde
¡No sé a quién darlo!
En la hora difícil de la enfermedad terminal Carmelo supo de la presencia honda de Dios en su propio dolor. Lo encontró, en el aleteo amoroso y fortalecedor de su espíritu, y le dio gracias en un salmo sublime por su hondura y su entrega:
Gracias, Señor, por inclinarte hacia la vida
Por los dolores, aval del tratamiento,
Por ese estilo tuyo de decir “te quiero”.
Gracias por la quimio y la radioterapia inofensivas
por las manos que evitan los derrumbes
porque, al final, la noche contempló la madrugada.
Gracias, Señor, por disfrazarte de enfermera
por quitarme la tos y espolearme el paso
¡eres veloz para el amor y el fuego!
Gracias, Señor, por el azul del cielo,
por haber escrito en verde tu nombre en las estrellas
por la luz de la resurrección adelantada.
Gracias, Señor, por la amistad y el beso
por tanta gente que me ofreció su hombro
como señal de amor y de cariño hondo.
Gracias, Señor, por el futuro y el presente inciertos
por los pájaros que alegran el esplendor del aire,
Gracias por lo interno de lo externo prosaico y cotidiano
por la penumbra del secreto
en el pabellón del alma descubierto.-