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El Sínodo de la sexualidad

Han pasado sesenta años y yo creo que hoy el tema central es la relación de la Iglesia con Dios

P. Santiago Martin, FDM:

Desde hace muchos años, se ha vuelto un tabú hablar de moral sexual en las homilías o enseñar algo sobre ello en las catequesis. Con la excusa de que antes todos los pecados se reducían al sexto mandamiento, se ha llegado prácticamente a suprimirlo. Sin embargo, la obsesión, al menos en la izquierda eclesiástica, no ha desaparecido. Tanto es así que el Sínodo de la Sinodalidad bien podría pasar a llamarse el Sínodo de la Sexualidad. Al menos a juzgar por lo que aparece en el documento de trabajo que acaba de ser presentado en Roma. Se estaría, así, en la línea de lo que ya se está haciendo en el Sínodo alemán, donde se ha pedido, entre otras cosas, derogar la moral sexual de la Iglesia.

Para dar un poco más de luz a lo que se pretende, el relator general del Sínodo, jesuita y arzobispo de Luxemburgo, cardenal Hollerich, ha publicado un artículo en forma de entrevista, nada menos que en el diario oficial de la Iglesia, L’Osservatore Romano. Hollerich se muestra muy preocupado por el abandono de la Iglesia por parte de los que practican la homosexualidad y también por parte de los que piensan que el ejercicio de la homosexualidad no es pecado. Cita el ejemplo de una joven que ya no va a misa porque a una amiga lesbiana le han dicho que sus relaciones de pareja son pecado. Me sorprende mucho que alguien, del que estoy seguro que es inteligente y sobradamente preparado, acuda a un ejemplo tan simple para explicar el abandono de la Iglesia por parte de los jóvenes. ¿De verdad alguien cree que porque se suprima la moral sexual los jóvenes van a volver a la Iglesia? No digo que no haya algún caso, pero la mayoría no volvería a la Iglesia, aunque ésta dijera que nada es pecado. Lo que diga la Iglesia les trae absolutamente sin cuidado.

Tiene razón Hollerich y también acierta el documento de trabajo del Sínodo al decir que hay que acoger a todos, incluidos los homosexuales, los jóvenes que conviven si casarse o los divorciados vueltos a casar sin haber conseguido la nulidad matrimonial. Claro que la Iglesia tiene que ser un hospital de campaña para los heridos de la vida y una casa abierta a los pecadores y no un castillo reservado sólo para los perfectos. ¿Se ha dicho alguna vez en dos mil años lo contrario? Lo que sucede es que la acogida, hasta ahora, se le brindaba al pecador y no al pecado. Todos somos pecadores y Cristo es nuestro salvador. Pero Cristo le dijo a la adúltera: “No peques más” y eso es lo que ahora se quiere suprimir. Además, ¿de verdad alguien cree que se conformarán con aceptar que el ejercicio de la homosexualidad o de las relaciones sexuales fuera del matrimonio no sean pecado? Es como cuando reclaman el diaconado femenino. Si se cede en un punto, se terminará por aceptar todo, como han hecho los protestantes. Habrá que aceptar el paquete entero de lo que reclama el colectivo LGBT+, incluido lo concerniente a la transexualidad o a la aceptación del sexo como un concepto ligado a la voluntad personal y no a la biología, lo mismo que habrá que aceptar el sacerdocio y el episcopado femenino. Y si se acepta todo eso, con la excusa de que así habrá más jóvenes en la Iglesia, ¿no ocurrirá, como ha pasado entre los anglicanos, que se producirá un cisma y se irán muchos más que los que entren? Es todo tan evidente, que, como no dudo de la inteligencia de los que proponen abrir un poquito la mano, tengo que pensar otra cosa mucho peor de ellos.

Esta semana también se ha conocido la carta enviada por Benedicto XVI a una Universidad católica norteamericana. En ella, el Papa emérito habla del Vaticano II y afirma que la relación de la Iglesia con el mundo se convirtió en el tema central del evento. Han pasado sesenta años y yo creo que hoy el tema central es la relación de la Iglesia con Dios.

¿El objetivo de la Iglesia, su misión y su razón de ser y existir, es dar gloria a Dios conduciendo a los hombres a Cristo, o es llevarse bien con el mundo, con la excusa de que así será más fácil y eficaz la evangelización?  ¿Estamos en el mundo para ser la sal de la tierra, la luz del mundo y la levadura que fermenta la masa o estamos para aceptar todo lo que el mundo nos proponga? O, dicho de otra forma, si se opta por cambiar la moral sexual, llegando inevitablemente hasta esas últimas consecuencias que rechazan incluso las feministas, ¿qué hará la Iglesia con un Jesucristo que dice no al adulterio, o con un San Pablo que rechaza el ejercicio de la homosexualidad? ¿Los repudiará? La cuestión moral es la consecuencia de la cuestión dogmática. Si se toca aquella, se toca ésta, y al revés. Si Cristo está equivocado o superado, como dicen, por los descubrimientos científicos, significa que Cristo no es Dios, que su resurrección fue sólo un mito y que no merece otro lugar más que el reservado a los grandes hombres de la historia humana. Parafraseando a Dostoievski, si Cristo no es Dios, todo está permitido. Para poder permitirlo todo, que es lo que buscan, tienen que volver a matar a Cristo, en este caso por la vía de negar su divinidad, para echar su incienso de adoración en el altar de los ídolos del mundo: el sexo, la ambición y el dinero. Por ahí, al menos algunos, no vamos a pasar.-

 

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