Opinión

Bien común y responsabilidad del yo

Y es que la política es, entre otras cosas, como un juego

Bernardo Moncada Cárdenas:

«…Hacía la comparación de David y Goliat. Precisamente la persona que, frente a un mecanismo como el que tú has descrito es lo más ridículo, lo más desproporcionado que exista, y que no puede tener posibilidad alguna de éxito, precisamente la persona es el punto del desquite. […]  El valor social más grande de ahora para un contraataque es precisamente el ideal de movimiento. Efectivamente su lugar de nacimiento es la partícula más incauta e inerme que exista: la persona. Yo no consigo encontrar otro índice de esperanza que no sea la multiplicación de estas personas». (Luigi Giussani, fundador del Movimiento de Comunión y Liberación)

«Y me siento parte culpable de esto porque, siendo esa élite de jóvenes técnicos y trabajadores en el proyecto Metro de Caracas, nos desinteresamos de la política gremial. Así llegó a ser líder sindical Nicolás Maduro y vemos las consecuencias. » (José Rodríguez, hablando sobre el gran logro que fue el Metro de Caracas, invitado en mi clase de Arquitectura).

A los adversarios (y creo que también a partidarios) del régimen que gobierna a Venezuela, sorprende la tenacidad con que un proyecto político asediado, tambaleante, inepto y corrompido, permanece en el poder, con apoyo popular cada vez menos cuantioso y la bestial hiperinflación que asola al pueblo.

Y es que la política es, entre otras cosas, como un juego. Como todo juego, triunfar depende de habilidad entrenada y táctica exitosa, pero también influyen los errores del contrincante. En el tenis, bilateral como otros deportes, existe la categoría de los “errores no forzados”, metidas de pata por falta de anticipación, imprudente exceso de confianza en sí mismo, o poco entrenamiento. No solamente las astucias, la ferocidad, la disponibilidad de recursos, y algunos aciertos políticos, han permitido la subsistencia del chavismo en el poder, sino los grandes errores no forzados de líderes y grupos tan codiciosos como novatos, así como del foro internacional. Pero los ciudadanos comunes, en gran parte integrantes de la masa de ilusos volcados multitudinariamente a votar por este proyecto, y luego entregados a endosarle la total responsabilidad de su bienestar y del futuro del país a la dirigencia disidente, no podemos escurrir el bulto en cuanto a nuestra responsabilidad sobre la situación de este país crucificado.

Esta última suena como una triste noticia, pero en verdad es un buen descubrimiento: así como la responsabilidad del desastre es personal y recae sobre cada uno de nosotros, también cada uno tiene parte en el contraataque, en la epopeya del rescate. “Donde crece el peligro, crece también el poder de salvación”, escribió el filósofo Heidegger. Leíamos al comienzo que el lugar de nacimiento para esta victoria de David sobre Goliat “es la partícula más incauta e inerme que exista: la persona”. Y sigue Giussani: “no consigo encontrar otro índice de esperanza que no sea la multiplicación de estas personas”. Si cada uno lo decide, el futuro, aun no conociéndolo, le pertenece, cada uno es esperanza.

Ejemplos de este buen dividendo de la responsabilidad personal abundan; escribe el historiador Tomás Straka, «justo la misma sociedad que fracasa con su educación, como pareció fracasar en mucho de lo demás en el manejo de su república a partir de la década de 1980, fue la que acunó uno de los movimientos sociales más exitosos y prometedores de los que se tengan noticia, Fe y Alegría, un invento de un jesuita, un obrero y unos estudiantes venezolanos, que ya se extiende a más de veinte países». Y uno escucha la historia de esta revolucionaria y exitosa iniciativa, nacida en una pobre casita de un barrio caraqueño, y va llenándose de una valentía que impulsa a cambiar nuestra consciencia de las cosas y dejar la usual quejumbre plañidera, la obsesión por los mendrugos que la inflación nos cede y la resignación a la esclavitud.

Son muchos los venezolanos que ya actúan con esta nueva consciencia. No niegan los brutales obstáculos y la continua merma de recursos, los enfrentan y vencen la inercia pesimista en que otros se estancan. En este momento, más que nunca, el bien común ha de ser un compromiso personal. Basta de inercia complaciente; como dice del llanero aquel refrán, el venezolano ha de ser “del tamaño del compromiso que se le presenta”. Para alcanzar bien común, la responsabilidad es de la persona que se atreve a decir “yo”.

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