Lecturas recomendadas

La libre libertad

Bernardo Moncada Cárdenas:

«La verdadera prueba de un hombre no es cuando desempeña el papel que quiere para sí mismo, sino cuando desempeña el papel que el destino tiene para él». Vaclav Havel

Uno de los privilegios que más reclamamos en el mundo de hoy es la Libertad. Libertad, pensada como libertad de acción, de pensamiento, de expresión, de movimiento…

Las libertades (así, en plural) son concebidas como derechos; derechos que se nos “otorgan” -pudiendo también sernos negados- desde el poder. Es decir, la Libertad (o las libertades) nos parecen estar, paradójicamente, sujetas a la voluntad del poder, que ha decidido imponerlas, paradójicamente, como normas promulgadas por él.

Una libertad así concebida, ¿puede ser verdaderamente libre?

Y una libertad que necesita ser “conquistada”, o arrancada por la fuerza, de las manos del poder, ¿puede considerarse libertad?

Una libertad, así concebida, no es libre.

La libertad es, básicamente, lo opuesto a la necesidad (a “lo que tiene que ser”); es, positivamente, la “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” Claro que hay también una definición que llamo negativa: “Estado o condición de quien no es esclavo”. Nótese la diferencia entre una facultad y una condición o estado. La primera, la facultad, es una “Aptitud, potencia física o moral”; la segunda es la “Situación en que se encuentra alguien o algo”. La facultad nos es inherente, es innata; no así la condición o estado casual, momentáneo.

La verdadera libertad, la inherente, es la más deseable de nuestras escaseces: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida», leemos en el capítulo 58 de El Quijote.

Aventurar la vida es una responsabilidad, como escribió otra gran referencia de la literatura universal, Franz Kafka: «Tememos a la libertad y a la responsabilidad y cada uno prefiere ahogarse detrás de los barrotes que él mismo ha construido.»

Se nos dificulta exigir libertad a nuestro propio actuar; gritar “¡Libertad! ¡Libertad!” a nuestro propio corazón. ¿Es más fácil gritarlo ante un amo, reconociendo nosotros mismos que nuestra libertad está en sus manos? ¡vaya drama!

¿Podemos, entonces, ser esclavos, aunque nuestra condición objetiva, adjetiva, sea la de “libres”, o, por lo contrario, ser libres, aunque por años, como a San Juan de La Cruz, hombre libre como él solo, nos encierren en una celda?

Mientras concibamos la libertad como arbitrariedad, como ese poder-hacer-lo-que-nos-viene-en gana, sin el compromiso de la responsabilidad inherente, y mientras la veamos como un bien que otro nos arrebata y nos adeuda, y no como esa facultad innata que podemos o no ejercer independientemente de nuestra situación, no habrá “liberación” que no esté entre comillas.

Nuestra libertad no está en las libertades; es una sola, y no está fuera de nosotros mismos, es la única capaz de sacudir el cascarón opresivo de una historia que se repite, como la necesidad. «Lo que usualmente permanece intacto en las épocas de petrificación y ruina predestinada es la facultad de la libertad en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima -escribe Hannah Arendt- e inspira todas las actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandes y bellas.» Lo otro es la impotencia, así esté disfrazada, o no, de libertad.

Hemos sido creados libres, como con un deseo y un ideal impresos en nuestro corazón, los cuales, desde niños, (aunque luego la pensemos de otra manera), deberían llevarnos a cumplir con ser “nosotros mismos” sin depender de algo ni de alguien ser libres verdaderamente, es decir, como niños, ante la realidad. “La libertad, parafraseando a Emmanuel Levinas, consiste en hacer lo que nadie más puede hacer en mi lugar”.

Solamente cumpliendo con  ser libres así podemos contribuir a esa “pura capacidad de comenzar”, para que las cosas, para nosotros o para los demás, no necesariamente sean sufridas como “lo que tiene que ser”.-

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