«Un puñado de hombres blancos de Silicon Valley ha triunfado más allá de sus sueños más salvajes»
Aclamado tanto por la derecha como por la izquierda, Johnson es uno de los economistas más influyentes del mundo. El último Nobel de Economía ha emprendido una cruzada contra lo que considera el gran enemigo de nuestra era: las nuevas élites tecnológicas y su descomunal poder

Carlos Manuel Sánchez/ ABC, Madrid:
Simon Johnson es quizá el economista más influyente del momento. Este premio
Nobel británico-americano de 62 años, hijo de un fabricante de tornillos de Sheffield
(Reino Unido) que vivió la debacle industrial de los años ochenta, planta cara a Silicon
Valley desde su cátedra en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Su
batalla no es ideológica, sino académica: tras pasar décadas estudiando las
contradicciones del sistema económico global, ha conseguido algo insólito: que lo
aplaudan tanto desde la derecha como desde la izquierda. Johnson, que estudió
Filosofía, Economía y Política en Oxford antes de doctorarse en el MIT, fue
economista jefe del Fondo Monetario Internacional durante la crisis de 2008, y ahora
libra una cruzada intelectual contra «los multimillonarios tecnológicos que han
hipnotizado a la sociedad».

XLSemanal. La inteligencia artificial ya está poniendo el mundo patas arriba.
¿Solucionará todos los problemas o nos estamos metiendo en un gran lío?
Simon Johnson. No comparto el ‘tecnooptimismo’ de los que dirigen esa industria,
pero tampoco creo que nos tenga que llevar inevitablemente a la destrucción de
empleo. Estoy en una posición intermedia. La IA va a tener efectos transformadores,
eso está claro, ¿pero quién se va a beneficiar de esta transformación?
«Le pregunté a Sam Altman, el creador de ChatGPT, qué iba a pasar con los
empleos. Me respondió: ‘Simon, no te preocupes. Tú y yo jugamos en otra
galaxia. Seremos dioses’»
XL. Usted dirá…
S.J. Es algo que tenemos que decidir entre todos. El problema es que hay una élite
tecnológica muy muy pequeña tomando decisiones que afectan a miles de millones
de personas.
XL. Siempre ha habido élites…
S.J. Pero nunca hubo una concentración de riqueza tan grande. En 1900 también
había grandes corporaciones, pero ahora combinan el poder industrial y el de la
información. Además, sus tecnologías están tan arraigadas en nuestras vidas que no
podemos vivir sin ellas.
XL. ¿Cómo hemos llegado aquí?
S.J. Mucha inteligencia artificial, no toda, viene de un sitio muy concreto de Estados
Unidos y de un grupo muy peculiar: hombres blancos que han triunfado más allá de
sus sueños más salvajes. En los años ochenta, todavía existía en Silicon Valley cierta
preocupación sobre cómo podía impactar la tecnología positivamente en la sociedad.
Cuando la democracia reparte oportunidades ganamos todos. Johnson recibió el
Nobel de Economía en 2024 junto con Daron Acemoglu (del MIT) y James Robinson
(Universidad de Chicago) por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y
afectan a la prosperidad. Probaron que las sociedades que reparten
oportunidades son más prósperas que aquellas donde unos pocos acaparan el poder.
En la imagen, Johnson recibe el galardón de manos del rey Carlos XVI Gustavo de
Suecia.
XL. ¿Ha cambiado la visión?
S.J. Sí. Hemos vivido 40 o 50 años de transformación digital y esto ha tenido un
impacto tremendo en la desigualdad. Estos señores han visto que la tecnología puede
generar unas ganancias fabulosas y no están dispuestos a repartirlas.
XL. ¿Ha hablado con algunos de estos magnates?
S.J. Escribí Poder y progreso, un libro junto con Daron Acemoglu (correceptor del
Nobel) sobre las consecuencias de los avances tecnológicos en los últimos mil años.
Me invitaron a un foro donde estaba Sam Altman, el jefe de OpenAI, la empresa que
creó ChatGPT. Le pregunté: «Sam, ¿qué pasará con los empleos?». Y me respondió:
«Simon, no te preocupes. Tú y yo jugamos en otra galaxia. Seremos dioses». Su
respuesta denota arrogancia y falta de voluntad para lidiar con la dura realidad que
vive la gente.
XL. Estos gigantes defienden que la IA va a aumentar tanto la productividad que
habrá más tarta para todos.
S.J. La IA no va a tener un impacto tan fuerte en la economía real como para pensar
así. Daron y yo calculamos que, a pesar de las inversiones colosales en el sector, el
aumento del PIB apenas rondará el 1,5 por ciento en una década. Eso no da para una
tarta tan grande… Y los salarios tampoco van a aumentar, sobre todo si no tienes una
educación superior.
Lindau: donde varias generaciones buscan soluciones
Los encuentros de Lindau nacieron en 1951 en esta ciudad
alemana como una iniciativa de reconciliación tras la Segunda
Guerra Mundial. Más de 36.000 jóvenes científicos de 93
nacionalidades y 446 premios Nobel han participado en lo que
ya es el foro científico más prestigioso del mundo. En esta
edición, el foro de Ciencias Económicas, que se celebra cada
tres años, fue inaugurado por Mario Draghi y reunió a 18
Nobel con 300 jóvenes para abordar la fragilidad de las
instituciones democráticas. La estrella fue Johnson, cuyas
propuestas para repartir la riqueza digital captaron la atención
de los nuevos economistas. Arriba: Johnson con, por la izda.,
Ying Kang (China), Konrad Bierl (Alemania), Daniela
González (Argentina) y Hugo Reichardt (Holanda) en la
reunión de agosto.
XL. ¿En qué se basa?
S.J. Los datos muestran que, de 1945 a 1980, los salarios crecieron tanto por arriba
como por abajo, pero a partir de entonces solo por arriba.
Y la diferencia es cada vez mayor.
XL. ¿Y por qué ocurre eso?
S.J. Porque las empresas han usado la automatización para reducir costes laborales.
Como dice Milton Friedman: el trabajo es «un coste que minimizar». Las tecnologías
impulsan una polarización del mercado laboral que solo beneficia a los más educados
y empuja a la gente de ingresos medios hacia el extremo inferior.
XL. ¿La IA puede empeorar esta tendencia?
S.J. Exacto. Pero no tiene por qué. Podemos desarrollar una IA que mejore la
productividad de los trabajadores. El problema es que muchas empresas encuentran
más cómodo automatizar que crear nuevas oportunidades laborales.
XL. Les sale más rentable…
S.J. Pero hay alternativas. Cuando Henry Ford llegó a Detroit en 1900, la industria
producía unos 30.000 coches al año empleando a 400.000 trabajadores. Ford
introdujo la cadena de montaje. Las máquinas empezaron a hacer el trabajo que
antes hacían las personas. Lo sorprendente es que en 1929 se fabricaban tres
millones de coches con el mismo número de trabajadores, la mayoría ganando
buenos salarios. La tecnología creó tareas nuevas, operarios especializados…
«La transformación digital ha tenido un impacto tremendo en la desigualdad. Si
crecen los salarios altos, y la diferencia con los de abajo es cada vez mayor»
XL. Eso encaja con la visión de las tecnológicas: el progreso al final acaba
beneficiando a la mayoría. Solo hay que recordar lo duras que eran las vidas de
nuestros abuelos.
S.J. Nuestras investigaciones demuestran que el progreso no beneficia
automáticamente a todos. Se necesitan instituciones que hagan de contrapeso a las
élites: gobiernos democráticos, regulación, sociedad civil que exija una parte de la
prosperidad. Sin estas salvaguardas, los avances siempre tienen víctimas.
XL. ¿Por ejemplo?
S.J. La desmotadora de algodón fue una gran innovación. Pero provocó el tráfico de
millones de esclavos africanos hacia las plantaciones del sur de Estados Unidos para
abastecer a la industria textil de Inglaterra.
XL. Algunos dirán que al menos en Inglaterra se creó empleo en las fábricas…
S.J. Pero en condiciones deplorables. Niños moviendo una manivela catorce horas…
Y los salarios de los trabajadores textiles apenas se movieron entre 1770 y 1830.
Sesenta años de retraso entre la innovación y cualquier reparto de prosperidad. Si la
industria de la IA viene a decirte «tú quizá no, pero tus nietos se beneficiarán en 60
años», creo que es legítimo preguntar: ¿por qué no la diseñamos para que beneficie a
la gente desde el principio?
XL. ¿Pero eso es factible?
S.J. La tecnología no desciende de los cielos. Siempre es una elección social: cómo
la desarrollamos, qué tipo de trabajos genera… Estas son decisiones que deberían
ser colectivas, no imposiciones.
«El progreso no beneficia automáticamente a todos. Se necesitan instituciones
que contrapesen a las élites. Sin salvaguardas, los avances siempre tienen
víctimas»
XL. ¿Alguna idea para redistribuir esos beneficios?
S.J. En Alaska, cada residente recibe un cheque anual del Gobierno que viene de las
ganancias del petróleo. Deberíamos hacer lo mismo con la tecnología. Estas
empresas se hicieron ricas usando investigación que pagamos todos: universidades
públicas, institutos de salud, ciencia básica financiada con nuestros impuestos.
XL. Propone que las redes sociales, como Instagram y TikTok, pasen a un
modelo de suscripción. Pero ni las tecnológicas quieren cobrar ni los usuarios
están dispuestos a pagar por algo que ahora es gratis.
S.J. ¿Gratis? Si no pagas por el producto, tú eres el producto. La publicidad digital te
manipula emocionalmente para mantenerte enganchado, hace que te enfades para
ganar tráfico. Con un modelo de pago no tendrían tanta obsesión en convertir al
usuario en un adicto.
XL. ¿La IA pone en peligro la democracia?
S.J. Es otra pregunta clave. Hay muchas ideas para proteger la salud pública, el
medioambiente… ¿Pero tendremos democracia en nuestros países para debatirlas?
Hemos visto que las redes sociales polarizan. Y la IA puede amplificar estos
problemas de manera exponencial.
XL. ¿Qué empleos son los más vulnerables?
S.J. Un directivo con el que hablé usó un término que no me gusta nada:
«Reemplazaremos los trabajos de copiar y pegar». Las tareas rutinarias están en el
punto de mira. ¿Y quiénes tienen esos empleos? Personas que hace una generación
tenían habilidades medias, ingresos medios. La clase media de toda la vida.–




