El encantamiento de los Iluminados
Pedro Corzo, desde Miami:
Hay individuos que se distinguen por un magnetismo especial, sin relación con su proyección intelectual, antecedentes personales, racionalidad de sus opiniones, o lo notable de su inteligencia, es una condición en cierta medida irracional pero paralela a una gran habilidad para promover imagen y propuestas.
Hay preguntas sobre estos individuos singulares, a las que son posible no encontrar respuestas. ¿Poseyeron en todos los momentos de su vida ese magnetismo avasallador, o simplemente su capacidad de conducción se manifestó por medio de una especial sintonía entre él, un ambiente propicio y el pueblo transformado en muchedumbre?
Qué motiva que en el mismo espacio y tiempo existan individuos que se sustraen al magnetismo, cuando la inmensa mayoría se postra hasta perder la identidad, al extremo que pasadas convicciones y actuaciones pierden importancia.
La relación entre el Iluminado y la masa es una especie de reacción química en la que se expresa con extrema vehemencia la animalidad humana. Durante un periodo de tiempo hay una especie de encantamiento entre el César y su pueblo en el que no tienen importancia los desaciertos y fracasos, y las promesas incumplidas producen tanto regocijos como los éxitos más rotundos.
Qué motiva que ese encantamiento, esa sintonía mágica, se empiece a desvanecer y los más fieles y devotos deserten del empeño de sus vidas.
Los Césares son individuos de raras habilidades y mucha capacidad estratégica. Poseen la destreza histriónica del actor más experimentado, asumiendo con extrema facilidad el rol que tiende a satisfacer el ideal de los que quieren seducir. Siempre están actuando y cuentan con la capacidad de convencer al más escéptico de su desinterés personal y vocación de sacrificio. Poseen una intuición muy notable. Su olfato político les viabiliza cualquier empeño y su única meta es acceder al poder y conservarlo.
La historia es también un instrumento de gobierno. Se apropian de personalidades del pasado como si fueran inspiradores de sus proyectos, a la vez que orientan su discurso a la juventud como base y fundamento del cambio.
Como celosos guardianes de sus prerrogativas, promueven un férreo culto a la personalidad, integrando en su persona el Proyecto y la Nación como si fuesen una trinidad. La lealtad a la Idea y a la Nación pasa por el César, porque él como símbolo viviente determina la ruta a seguir. Las acciones a tomar son de su exclusiva gestación y por lo tanto la obediencia debida es similar a la de un culto religioso.
Los césares son restauradores por naturaleza. El discurso es profundamente ético, propugnan la humildad y la austeridad como factores regeneracionistas de la sociedad en cambio. Su paternalismo es cordial siempre retribuyéndole al hijo obediente una seguridad existencial que le evitará a la “prole” la intranquilidad de una vida independiente.
Son absolutos en sus conceptos y manifestaciones. Están sobre todo y rechazan cualquier intermediario entre Ellos y su Pueblo. Sus discursos son pedagógicos aproximándose a una prédica mística. Todo lo que hacen forma parte de una misión salvadora.
Los conceptos que propugnan, incluido los que incurren en contradicciones con anteriores postulados, son llevados a la masa hasta que ésta internalice la nueva propuesta.
Conferir a sus propósitos un universo de bondades son elementos comunes a los Césares. Nunca se equivocan gracias al iluminismo que les inspira. Los que no estén de acuerdo con sus propuestas están equivocados, y por pensar con independencia, deben ser castigados.
Por su carácter redentor y mesiánico convierten en sacrificio personal su ambición de poder. El uso de la fuerza “nunca es de su agrado” sino parte indeseada de su misión salvadora, la que justifica los crímenes más horrendos. El actuar por “razones superiores” se extiende a las medidas económicas impopulares que tengan que dictar, ya que todo es parte del entramado fundamental necesario para el prometido “bien total”.
Sus vidas privadas son inexistentes. De ellos se conocen heroísmos y sacrificios. Sus relaciones familiares están en la oscuridad y sus presentaciones públicas son por lo regular las que dictan su función salvadora de la sociedad y la nación.
El César tritura la oposición. Se eterniza, es monolítico e intolerante. Egoísta en sus propósitos, despiadado y cruel como la masa que interpreta, lo que evidencia que las muchedumbres, no los individuos, tienen el César que merecen.