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Disponible

   (Señor del Adviento, capítulo 7)

Alicia Álamo Bartolomé:

En el Nuevo Testamento tenemos la parábola de los dos hijos a quienes el padre pidió que fueran a laborar en su campo. El primero dijo no, pero más tarde se arrepintió y cumplió la petición paterna; en cambio el segundo dijo sí aunque luego no fue. Jesús hablaba a los príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo que acababan de discutir su autoridad (38) y les preguntó al final cuál de los dos hijos pensaban ellos que había hecho la voluntad del padre. Concluyeron que el primero, como Jesús seguramente esperaba, porque así les iba a remachar la malicia de su propia conducta con la dura frase que cierra el episodio: “…los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de los cielos …” (39).

Volviendo a la simple narración, es cierto que fue el primer hijo quien supo complacer y conductas semejantes se ven mucho en la sociedad, porque hay  quienes  de  primera entrada  usan  la  negación  para  luego  acceder.

Sucede bastante en las oficinas públicas. Sin embargo, no es un proceder del todo satisfactorio. Piénsese en el estado de ánimo del padre al recibir la negativa. Debió sentir una desilusión, una falta de apoyo, aunque después el hijo enmendara la plana. La conducta correcta y realmente amada por Dios, es la respuesta afirmativa pronta, seguida de la acción inmediata, con una ejecución impecable y bien rematada. Es lo que se llama disponibilidad ante la voluntad de Dios. Esta fue una virtud de José de Nazaret.

Estar disponible para lo que Dios demande significa estar desembarazado de impedimentos. Estos pueden ser la pereza, la cobardía, la indecisión, la comodidad, la sensualidad. Es como si uno estuviese sujeto con cadenas a un poste: no puede ir más allá del largo de la cadena. Esta puede ser fuerte y resistente, de buen metal o bien un cabello, corno dice San Juan de la Cruz (40), pues lo mismo da mientras no se rompa. Esta disponibilidad no sólo es una actitud mental y emocional inspirada por la gracia, sino hasta física. Podemos estar atados a cosas materiales, a comodidades o placeres para el cuerpo. Si no sabemos dormir sino con almohada de plumas, difícilmente podremos pernoctar en un cuartel. Si sólo comemos determinados alimentos y aderezados en tal o cual forma, no podemos exponernos a un largo camino con posadas de mala muerte. Cuando se nos pide un servicio, una misión donde no haya estas comodidades, buscaremos evadirnos de la responsabilidad, es decir, no estaremos disponibles.

Desde un punto de vista moral no cesan sino que aumentan estos impedimentos cuando somos egoístas. Apegados a nuestras manías, no vemos la voluntad de Dios en los requerimientos de la nuestra para determinadas  acciones.  Empezamos con  excusas  semejantes a  las que

relata el Evangelio: tengo que enterrar a mi padre, me acabo de casar (41), etc.

Existen los eternos “quedados” en una espera inútil de que cambien las circunstancias para decidirse a hacer algo. Como pretexto de su inacción invocan causas políticas, familiares, de salud, climáticas y hasta razonamientos sociológicos sobre la incomprensión del medio, el subdesarrollo del país, la ignorancia. Son quienes componen el mundo en las mesas de los cafés pero no mueven un dedo para hacer una obra de misericordia. Son los eternos descontentos, los frustrados que llaman ahora. Generalmente se frustran ellos mismos por no haber tenido la generosidad de hacerse disponibles. Eso sí produce una gran frustración manifestada en mezquindad, incapacidad de actuar, no digamos en condiciones adversas sino incluso favorables, dándose a los demás en un servicio desinteresado y libre porque se ama a Dios en el prójimo.

Estar disponible es aprender a realizarse en el tú olvidándose del yo. No es tan sencillo, porque la triple concupiscencia nos impulsa a buscarnos a nosotros mismos para satisfacer la avidez de placer. Es una lucha constante  ese  tratar  de  salirse  del  yo. Como  en  el  mito  de  Prometeo,

siempre el egoísmo nos está comiendo las entrañas, renacen éstas y renace ese buitre. Estar disponibles es reconocer esta condición nuestra, consecuencia –como todo mal– de la primera caída del hombre y recurrir a los medios  para combatirla  oponiendo  generosidad, renuncia,  espíritu de

sacrificio y voluntad de servicio.

José estaba disponible y si faltaba algo para el perfecto ejercicio de esta virtud de la disponibilidad ante la voluntad de Dios, aprendió el resto y la purificó en la convivencia con la Santísima Virgen, imagen y resumen de la misma.  Ella dijo fiat  y  desencadenó la  Redención.  El  secundó ese fiat  y

fue creciendo en amor generoso, dándose en cada momento de su vida a la misión que le había sido confiada.

Es disponibilidad aceptar la decisión comunicada por el ángel y tomar prestada esa paternidad. Es disponibilidad salir a empadronarse en Belén con la posibilidad cierta de que se presentaría allí la hora del parto. Es disponibilidad  alojarse  en  un  pesebre  a  falta  de  otro  abrigo  mejor.  Es

disponibilidad levantarse, tomar al Niño y a su Madre y huir precipitadamente a Egipto. Es disponibilidad permanecer en un país extraño, sin conocidos, en pobreza, hasta que sea ordenado lo contrario. Es disponibilidad levantarse nuevamente y regresar a la patria cuando se le indica, aunque quizás se había encontrado un medio regular de vida después de muchas privaciones. Es disponibilidad volver a empezar, reiniciar un trabajo, captar nuevamente una clientela en el lugar que podía convenir; vio ser Nazaret este lugar y allá fue. Es disponibilidad seguir las voces de los ángeles cuando éstos hablan, como seguir la propia iniciativa cuando éstos callan.

José estuvo siempre disponible y de allí su poder de intercesión para alcanzarnos esta disponibilidad que lo caracteriza, como todas las virtudes que en él florecieron y a nosotros nos hacen falta. Vivimos en un mundo donde al hombre le han deformado sus hábitos y sus necesidades en gran parte por influencia de la publicidad mercantilista. Se busca ser a través de poseer. En esta posesión desorbitada de objetos de uso, abuso y de placer, nos hemos creado más ataduras, más impedimentos para estar disponibles.

A mayor espíritu de posesión, mayor inseguridad para guardar las adquisiciones, porque los de menos recursos y posibilidades, deslumbrados por esas riquezas aparentes que se presentan como indispensables para la felicidad, se agitan por conseguirlas también y si se agotan los caminos lícitos recurren a los ilícitos, así sean el robo y la violencia.

Por otro lado, los que más tienen no se sacian y en su afán de posesión perpetran toda clase de arbitrariedades, con el agravante de convertirse en modelos de conducta para los más débiles, haciendo detonar una explosión de acciones, sin reparar en medios, para seguir adquiriendo cosas y exhibiendo costosos trenes de vida. Prescindir de todo ese aparato de goce y ostentación se hace muy difícil. Más cuando sólo sirve para aumentar el vacío del alma y la dependencia de las futilidades como equivocados asideros para no hundirse en la nada y la desesperación. Por eso el hombre de hoy está menos disponible que nunca para el sacrificio en las grandes tareas por el bien de la sociedad.

San José es un guía idóneo para desviarnos de este desenfreno del consumo, de la avidez y llevarnos de su mano a alcanzar esa disponibilidad de las almas sencillas, desprendidas, capaces de lanzarse a la misión heroica de rescatar un mundo para Dios.-

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