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¿A quién aprovecha la degradación del debate político?

El pensador y poeta Emil Cioran intuye: «Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás»

Bernardo Moncada Cárdenas:

Mirando el vídeo de una entrevista con Hilda Molina, antigua amiga de Fidel Castro, quedé impactado por la crudeza con que la entrevistada expone la decisión táctica de éste, en cuanto a utilizar, como arma para cumplir su estrategia de penetración y dominio, el odio, el resentimiento que parecen subyacer a actitudes y expresiones de la persona hoy, independientemente de nacionalidades y status social: “Odio, poder y dinero”, son los auténticos motores de la revolución en Cuba, activos en América Latina y, por lo que estamos viendo, en cualquier parte del planeta..

Sorprendentemente, el tema ha sido bastante observado y explorado. No solamente a partir de estudiosos del discurso fragmentado, aunque continuo, de descrédito, intriga, infundio, venganza, en las redes, sino como arma conscientemente manejada en la política. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», la frase que se atribuye a Arquímedes encuentra una peculiar aplicación cuando un proyecto de opresión busca su punto de apoyo en la masa de inconformidad y resentimiento que subyace a colectividades enteras. Un resentimiento inocultable que exuda a menudo en manifestaciones de la opinión pública.

El pensador y poeta Emil Cioran intuye: «Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás.» Es un estado de insatisfacción con nosotros mismos, independiente de si manejamos un lujoso auto o vamos con los zapatos rotos, y es suelo fértil para el empuje violento de cualquier propuesta totalitaria. Funcionó tanto con Lenin, como con Hitler. Funciona con el régimen cubano y está en marcha en la nación venezolana y en las explosivas protestas de otros países.

Lo que relata Hilda Molina explica por qué “las top model, los artistas de Hollywood, como los pobres de la tierra” siguen a ególatras demagogos como Fidel Castro, Chávez o el Che Guevara: los más ricos “están resentidos hasta con ellos mismos, con la vida, con su país, hasta con el dinero que tienen”. Más que reivindicaciones de tipo socio-económico o defensa de la propia dignidad, una sed de venganza autodestructiva impulsa la popular adhesión a estos personajes, y penetrando en nuestra mente, lo cual es peor.

Tenía toda razón el Cardenal Franz Köning cuando denunciaba en una entrevista: «Hay que reconocer —y es cosa  que debería alguna vez exponerse claramente en la O. N. U. — que hay Estados que calculan conscientemente en su política el factor odio, actitud irresponsable y sumamente peligrosa. » Habla de Estados, no de gobiernos particulares, porque el odio es toda una condición cultural, más que ideológica, que logra insertarse en el ethos mismo de los pueblos. Los gobernantes se habitúan a manipular esa condición a favor propio y en contra de sus oponentes, a quienes presentan como enemigos de todos. Como en Cuba, enteros laboratorios ideológicos y asesores mercenarios trabajan en ello.

Se manifiesta en el modo de usar el lenguaje, sea en un gobierno como en quienes promueven su salida. Ésta es una consecuencia altamente nociva, porque «Cuanto más se degrade el debate público menos posibilidades habrá de intercambio plural y democrático. Así es como ganan quienes ya poseen poder y no necesitan de la política ni de la democracia, a las que tanto desprecian», como escribe el articulista de El País, profesor Santiago Cafiero. Se llega a un irrespeto irreflexivo del otro, a una sordera hostil contra todos, que hace imposible, cuando no inútil, todo intento de acuerdo en favor del bien común, llegando a una calle ciega donde no hay mal que sea menor.

«La paz comienza con una sonrisa» sintetizó Teresa de Calcuta. No con la cínica sonrisa de quien se odia hasta a sí mismo, sino con el gesto franco de quien, más que tolerarse, se acepta, se valora, y aprende a hacerlo con quien piensa o no distinto a él.-

Imagen referencial: Meer

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