El Papa

El Papa: crear un movimiento mundial contra la indiferencia y por el amor

En un mensaje escrito para el encuentro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales con la primera bienaventuranza en el centro, el Papa Francisco señala el espíritu de pobreza como el camino para asegurar la felicidad de las personas y los pueblos.

La búsqueda ilimitada de beneficios y riqueza, escribe, genera pobreza, desigualdad y conflicto. Y recomienda: Eduquemos a los jóvenes en la globalización de la solidaridad, construyamos la civilización del amor.

Hoy y mañana se lleva a cabo en el Vaticano el encuentro organizado por la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, y lleva por título: Cáritas, la amistad social y el fin de la pobreza. Ciencia y ética de la felicidad, (Caritas, Social Friendship, and the End of Poverty. Science and Ethics of Happiness), un encuentro que tratará sobre la primera Bienaventuranza.

En su mensaje, el Papa refiriéndose a la primera Bienaventuranza, recordó a san Agustín, quien afirma que “toda la perfección de nuestra vida está contenida en el “sermón de la montaña”; y lo demuestra por el hecho de que Jesucristo incluye en ellas el fin al que nos conduce, es decir, la promesa de la felicidad. Ser feliz es aquello que más anhela el ser humano”, dijo Francisco, de ahí, añadió,  que el Señor promete la felicidad a los que quieran vivir según su estilo y ser reconocidos como bienaventurados.

La felicidad hoy día

Francisco afirmó que “hoy nos topamos con un paradigma imperante, muy difundido por el “pensamiento único”, que confunde la utilidad con la felicidad, pasarla bien con vivir bien y pretende volverse el único criterio válido de discernimiento. Una forma sutil de colonialismo ideológico. Se trata de imponer la ideología según la cual la felicidad sólo consistiría en lo útil, en las cosas y en los bienes, en la abundancia de cosas, de fama y de dinero”.

Cualquier forma de escasez provoca la avidez

Esta búsqueda de satisfacción egoísta produce el miedo a no tener lo suficiente y conduce a la codicia y a la avaricia en individuos y países, ricos y pobres, así como a un «materialismo asfixiante y a un estado general de conflicto». Esto socava la dignidad de las personas y del propio planeta, y aumenta la pobreza y la desigualdad. El Papa Francisco escribe:

“En estos tiempos de opulencia, en los que debería ser posible poner fin a la pobreza, los poderes del pensamiento único no dicen nada de los pobres, ni de los ancianos, ni de los inmigrantes, ni de las personas por nacer, ni de los gravemente enfermos. Invisibles para la mayoría, son tratados como descartables. Y cuando se los hace visibles, se los suele presentar como una carga indigna para el erario público. Es un crimen de lesa humanidad que, a consecuencia de este paradigma avaro y egoísta predominante, nuestros jóvenes sean explotados por la nueva creciente esclavitud del tráfico de personas, especialmente en el trabajo forzado, la prostitución y la venta de órganos”.

El Pontífice aconseja que para salir de esta situación mundial, lo que necesitamos, no es seguir acumulando, ni una mayor riqueza, ni más tecnología, sino actuar “el paradigma siempre nuevo y revolucionario de las bienaventuranzas de Jesús empezando por la primera”.  Ser pobres de espíritu: “el espíritu de pobreza es aquel punto de inflexión que nos abre el camino hacia la felicidad mediante un giro completo de paradigma”. La paradoja de la pobreza de espíritu a la que somos llamados, es que “siendo la llave de la felicidad para todos, no todos quieren escucharla”. Es el camino angosto y estrecho pero seguro para que lo alcancemos todos.

La miseria como resultado de la injusticia es un infierno

El Papa Francisco subraya la distinción entre la pobreza de espíritu, de la que habla Jesús, y la pobreza material, es decir, la privación de las necesidades de la vida, que describe con palabras duras. El mensaje dice:

La pobreza como privación de lo necesario -es decir, la miseria- es socialmente, como vieron claramente L. Bloy y Péguy, una especie de infierno, porque debilita la libertad humana y pone a quienes la padecen en situación de ser víctimas de las nuevas formas de esclavitud (trabajo forzado, prostitución, tráfico de órganos, etc.) para sobrevivir. Son condiciones criminales que en estricta justicia deben ser denunciadas y combatidas sin tregua. Todos, según su responsabilidad, y en particular los gobiernos, las empresas multinacionales y nacionales, la sociedad civil y las comunidades religiosas, deben hacerlo. Son las peores degradaciones de la dignidad humana y, para un cristiano, las heridas abiertas del cuerpo de Cristo que grita desde su cruz: Tengo sed.

Los pobres de espíritu, dijo Francisco son los que socorren al enfermo y al pobre con alimentos, salud, refugio, vestimentas y otras necesidades básicas.  Es un deber, por tanto, ayudar a los pobres, pues para Jesús, escribe el Papa, todos serán medidos según lo que hayan hecho para ayudar a «sus hermanos necesitados». Y cita dos modelos ejemplares: San Francisco de Asís y la Madre Teresa de Calcuta, pero también señala que muchos hombres y mujeres «han recibido gracias de los pobres, porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo sufriente».

La enorme grieta de las desigualdades

A continuación, el Papa se refiere a la creciente brecha entre ricos y pobres, que es la causa del malestar social, los conflictos y el debilitamiento de la democracia.

“Este trágico y sistémico aumento de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países tiene también un impacto negativo en el plano económico, político, cultural e inclusive espiritual. Y esto a causa del progresivo desgaste del conjunto de relaciones de fraternidad, amistad social, concordia, confianza, fiabilidad y respeto, que son el alma de toda convivencia civil. Naturalmente, la avaricia que mueve el sistema ha dejado de lado ya, desde hace mucho tiempo, la principal consecuencia económico-social y política del “espíritu de pobreza”, aquella que exige la justicia social y la co-responsabilidad en la gestión de los bienes y de los frutos del trabajo de los seres humanos. «Acaso, ¿soy el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9)”.

El Papa Francisco quiere aclarar una posible objeción y para ello cita el Catecismo de la Iglesia Católica que sobre la propiedad privada dice: «El destino universal de los bienes sigue siendo prioritario, aunque la promoción del bien común exige el respeto de la propiedad privada, su derecho y su ejercicio». El Papa afirma entonces en su mensaje: «los propietarios de los bienes deben utilizarlos con espíritu de pobreza, reservando la mejor parte para el huésped, el enfermo, el pobre, el anciano, el indefenso, el excluido; que son el rostro, tantas veces olvidado, de Jesús».

«San Ambrosio escribe: lo que das a los pobres no es parte de tus bienes; lo que das a los pobres le pertenece a él. (…) La tierra fue dada para todo el mundo y no sólo para los ricos».

Educar a los jóvenes en la «globalización de la solidaridad»

Junto a la extendida globalización de la indiferencia, tantas veces denunciada, el Papa señala que, aunque prevalece, «a lo largo de este tiempo pandémico hemos visto cómo la globalización de la solidaridad ha sabido imponerse con su característica discreción en los distintos rincones de nuestras ciudades». Es bueno que se extienda y, sobre todo, señala el Papa, es esencial que se encarne en la vida de los jóvenes. Por lo tanto, debemos comprometernos a ello. Por último, recordó las advertencias del apóstol Pablo, que advirtió a su discípulo Timoteo sobre los peligros de la riqueza y la codicia. Refiriéndose a la primera Carta a Timoteo, Francisco escribe:

A muchos les parecerá que este texto tiene un valor religioso o ascético, pero no económico. De hecho, les parecerá que es destructivo para la economía. Sin embargo, es un texto eminentemente socioeconómico y político, como lo son las bienaventuranzas de Cristo y, especialmente, la bienaventuranza del espíritu de pobreza que la inspira. Pues Pablo se identifica con extrema claridad: «les sobrevinieron innumerables sufrimientos», es decir, la codicia no les trajo el bienestar económico y social que buscaban, ni la libertad y la felicidad que deseaban. Por el contrario, la codicia esclaviza al poder de turno sin piedad ni justicia en la despiadada lucha por el becerro de oro y la dominación, como demuestra la economía moderna».

Buscando juntos la civilización del amor

El espíritu de pobreza, por tanto, el límite puesto al beneficio, es la única vía que puede garantizar «el propio bienestar del individuo, de la economía y de la sociedad local y global». De ahí la indicación de un compromiso al que todos estamos llamados hoy: «crear un movimiento global contra la indiferencia que -escribe el Papa al final de su mensaje- cree o recree instituciones sociales inspiradas en las Bienaventuranzas y nos impulse a buscar la civilización del amor».

Reflexiones durante la reunión de dos días

La página web de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales explica que la iniciativa lanzada hoy «pretende forjar una nueva ética global para el siglo XXI, basada en la sabiduría milenaria de Oriente y Occidente, en las bienaventuranzas y en la ciencia moderna y las aspiraciones de nuestro planeta». Por lo tanto, la reunión examinará los retos éticos, institucionales y económicos de la erradicación de la pobreza para alcanzar la felicidad a nivel universal. Entre las preguntas clave que los participantes tratarán de responder: ¿Quiénes son los pobres de espíritu? ¿Cuáles son las causas de la pobreza y sus consecuencias? ¿Cuáles son los derechos económicos de los pobres? ¿Cuáles son nuestras obligaciones éticas y/o religiosas hacia los pobres? ¿Qué posibilidades existen de redistribución de la renta y de protección social?.-

Vatican Media – publicado el 03/10/21-Aleteia.org

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