Opinión

Entre nacionalismos y globalismos

Uno, perplejo, se siente presionado a decidir por un bando, aunque no esté claro qué intereses lo sostienen, para no perder su identidad, para no quedar aislado como un asocial. Calladito, eso sí, para no ser inmediatamente fusilado y sentirse acribillado por “los otros”

Bernardo Moncada Cárdenas:
«…puede ser un perímetro duro, fuerte y bien armado que no permita entrar nada para que nada lo cambie, o puede ser una puerta que yo abro y desde ella entro en comunicación con los de fuera» Javier Restán
Uno puede percibir un mundo “apeirogónico”, como un polígono que tiene un número infinito de lados, o un mundo rectilíneo, una recta con sólo dos extremos. Parece que los hemisferios del mundo se hubieran definido de una nueva manera: el hemisferio “nosotros” versus el hemisferio “ellos”; dos mitades irreconciliables. El universo de las comunicaciones es cada vez más unidimensional: o estás de mi lado o eres mi enemigo.
Uno, perplejo, se siente presionado a decidir por un bando, aunque no esté claro qué intereses lo sostienen, para no perder su identidad, para no quedar aislado como un asocial. Calladito, eso sí, para no ser inmediatamente fusilado y sentirse acribillado por “los otros”.
Lo que llamamos geopolítica, en esa línea, también está invadida por la tendencia a la polarización. Pensándolo bien, podemos hablar de una “geo-antipolítica”, con el añadido de caudillismos mundiales, dedicados a desafiarse mutuamente y apoyados por arsenales nunca vistos, lo que da a estas confrontaciones una peligrosidad escalofriante.
Las #tendencias que aparecen más dominantes, enfrentadas con diversos discursos ideológicos son el globalismo (éste no es lo mismo que la globalización), pretendiendo someter el orbe a un orden exclusivamente discutido entre los grandes intereses financieros globales, insólita alianza de neo marxismo y fortunas incalculables, ahora presente en los organismos internacionales, por una parte; y, por la otra, el nuevo nacionalismo surgido (en gran parte) como resistencia a tales intereses.
Al igual que en el globalismo, en este nuevo nacionalismo surgen insólitas alianzas con grandes intereses: la llamada “Agenda 2030”, la cual se propone la alianza globalista cumplir “para tu propio bien”.
La Agenda 2030 está siendo implementada, paulatinamente, por organismos como la ONU y la Unión Europea, como un marco político universal. Sus objetivos no son sobre árboles, ni educación. Son sobre cada uno de nosotros, cada uno de nuestros países sobre valores, familia, derechos. En una palabra, libertad. La globalización generalizada a través de la red (devenida entonces en una literal telaraña) es el vehículo ideal para conducir persuasivamente hacia sus fines. Más que educación, la web puede ser inducción, sugestión, para controlar todo “por tu propio bien”.
Así, el proceso de globalización que tan provechosamente caracteriza el mundo de hoy puede ser instrumentalizado para imponer una distopía. “El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”.
Frente a esta ola va construyéndose, como un dique, la llamada “nueva derecha” (utilizando todavía la anacrónica distinción creada en la Revolución Francesa del siglo XVIII). Contra el autoritarismo totalitario globalista, van surgiendo autoritarismos nacionalistas.
A diferencia de los discretos clandestinos personajes que promueven, con inversiones gigantescas, la agenda globalista, los líderes nacionalistas se presentan estruendosamente, ostentan personalidades fuertes, carismáticas, y presentan sin disimulos su programa ideológico.
Los nacionalismos reivindican la identidad frente a la homologación y, aunque aún no proclaman un latente racismo, algunos – alegando la defensa contra el ingente fenómeno migratorio que afecta sobre todo Europa y Norteamérica – adoptan actitudes xenófobas.
La semilla de la xenofobia suele verse en pueblos que, con poca cultura, temen o resienten la presencia de extranjeros; aunque no llega a constituirse en políticas racistas, tal semilla es a menudo explotada por líderes que justifican crisis y fracasos culpando a los inmigrantes. A ese grado de manipulación puede llegar el nacionalismo mal entendido.
La pérdida de la identidad personal, regional o nacional puede transformarnos en blanda arcilla en las manos del poder globalista y sus variados rostros “progre”, pero una identidad consistente, con bases definidas y resistentes, no tiene por qué caer en los extremos del nacionalismo político o la xenofobia. Dispuesta al diálogo, desde su propia solidez cultural, la identidad ha de «ser una puerta que yo abro y desde ella entro en comunicación con los de fuera».-

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