Venezuela: Hermanos todos
Sin fraternidad la humanidad no se deslastra de la escoria del individualismo, el egoísmo y tantas corrientes ideológicas que nos reducen a masa manipulable por la publicidad o la propaganda política
Beatríz Briceño Picón:
En un país a la deriva, la fraternidad y la solidaridad deberían promoverse en cada hogar. Esa sería la buena fórmula, para este mes de octubre y todo el curso 2021-22, que cuenta oficialmente con la intercesión del beato José Gregorio. Este es el mensaje con destino que nos hace grandes y capaces de velar por la unidad de la patria.
El año pasado, el mundo recibió del Papa Francisco la Carta Fratelli Tutti. Un alerta a todos los cristianos y hombres de buena voluntad para iluminar y alimentar nuestros deseos más nobles de justicia y de paz. Sin fraternidad la humanidad no se deslastra de la escoria del individualismo, el egoísmo y tantas corrientes ideológicas que nos reducen a masa manipulable por la publicidad o la propaganda política. El bien común es una ideal inalcanzable, si no hacemos un cambio en nuestras vidas, niveladas por los peores errores.
Hace pocos meses publiqué un texto donde unía a esos dos trujillanos que llevo especialmente en el corazón: José Gregorio y Don Mario. Y hoy vuelvo a conjugar sus nombres, al menos por tres razones. En primer lugar porque acabamos de empezar a andar el año que nos llevará al siglo y cuarto del nacimiento de ese trujillano cuyo corazón vela en el baptisterio de la catedral de Trujillo, desde hace treinta años: Mario Briceño. En segundo lugar porque se concluye, el día 26 de este mes, el año del laicado con la primera celebración solemne, en Isnotú, de nuestro primer beato. Y en tercer lugar porque estas efemérides nos animan a favorecer la reflexión, el estudio y las programaciones de este año de la familia Amoris letitiae, que concluirá el 26 de junio de 2022 con expresiones y manifestaciones de todo tipo, en los cinco continentes.
José Gregorio y Don Mario fueron trujillanos profundamente familiares. Sus vidas estuvieron al servicio de un mejor país, de un trabajo ejemplar, desde sus respectivos campos, siempre con una gran ayuda por parte de sus madres y abuelas. Como buenos terciarios franciscanos, abrazaron el amor al desprendimiento material en aras del servicio a los demás. Ambos encontraron en familia la clave, el humus, de todo su crecimiento integral. Los dos dejaron también, testimonio de como la Eucaristía hizo crecer en ellos la coherencia de vida, el afán de servicio, la pasión por el estudio para mejorar las condiciones de Venezuela. Los dos, como buenos maestros y profesores de la UCV, dejaron un legado para la posteridad. De labios de Don Mario tuve, cuando niña, las primeras noticias de su paisano José Gregorio y como periodista ucevista, me he sentido muy obligada en estas fechas.
Podría seguir trabajando el resto de mi vida por sacar de estos dos trujillanos, embrazados en el año del laicado, el buen vino para una vendimia de patria. Me faltarán días y horas, me faltarán luces y capacidades, para llegar a la estatura espiritual de ambos. Pero me conformo con animar a muchos, que dediquen parte de su tiempo a llevar la palabra admonitoria de José Gregorio y Don Mario a las escuelas, los liceos, los seminarios, los municipios, los medios de comunicación social. El mensaje con destino se puso en marcha, el pasado 24 de setiembre, en la Universidad Valle del Momboy (UVM) de Valera.
Para no alargarme más, pido a los venezolanos, católicos practicantes, preocupados por la fraternidad y el bien común, que lean el testamento de Don Mario en ese retablo novelado de historia de Venezuela que se titula Los Riberas. Fue su única novela, de la que se valió para dejar escritas ideas, emociones, realidades, juicios, angustias y esperanzas que sirven a las jóvenes generaciones en su formación. Es un legado valioso pero que ha llegado a muy pocos. Su anticipación crítica es posible que haya podido hacer temblar a algunos y su compromiso moral cristiano hizo sin duda sospechar a otros. Pido a José Gregorio que nos eche una mano para que los laicos católicos, que no queremos vivir en las sacristías sino en medio del mundo, como nos pidió el Concilio Vaticano II, tengamos el valor de estar desprendidos de prejuicios y de miedos para cumplir con nuestra misión.-
Beatriz Briceño Picón
Periodista UCV/CNP
Fundación Mario Briceño- Iragorry