Obrero de Dios
Alicia Álamo Bartolomé:
Pudo haber sido cualquier cosa, ejercer una profesión
u oficios honestos dentro de la rica variedad de actividades humanas posibles, pero el Evangelio dice que fue artesano. Generalmente se cree que carpintero. Sin embargo, no
estamos seguros de que en esa época la especialización del
trabajo estuviese tan desarrollada y a lo mejor un artesano
de pueblo fungía de carpintero, herrero, albañil, es decir,
en sentido amplio, de constructor y reparador de las cosas
de uso diario. Es posible que José haya sido en Nazaret, en
Belén y en el lugar o lugares de Egipto donde vivió con su
familia –no sabemos exactamente cuáles, pues el Evangelio
se limita simplemente a registrarnos la noticia– el individuo
hábil para construir y componer todo.
Sí, en la actualidad decimos que fue obrero, trabajó
con las manos, lo cual no quiere decir que haya sido el tipo
que conocemos hoy de obrero proletario de las sociedades industrializadas. No era absolutamente necesario que el esposo de la Madre de Dios tuviera ese oficio, pero el
Altísimo lo quiso así a buen seguro por poderosas razones
proyectadas en el tiempo.
Si nos detenemos a examinarlo,
encontramos que en las sociedades más conocidas nuestras
por estar inmediatas en tiempo y lugar, hay una estimación acentuada en cuanto al trabajo intelectual, aunque el
pueblo no corra entusiasmado tras un científico o un escritor, sino más bien tras el deportista o el artista del espectáculo. Es cuestión de popularidad, de arrebatos propios de la
masa, pero no del concepto de valor que rige en la sociedad
pensante.
El trabajo intelectual se ha sobrestimado hasta el punto
de que en las aspiraciones de una familia media está casi
siempre la universidad como meta para sus hijos. Esto da
pie a fracasos y frustraciones. No todos tienen capacidad
para los estudios universitarios, lo cual no es una deficiencia sino una variedad. Cada uno de nosotros nace con
habilidades para algo, para ejercer una profesión que bien
puede ser un digno trabajo manual.
El mal está en desviar a
las personas de sus inclinaciones naturales o aptitudes para
una cierta actividad, pensando que es poca cosa, que se
debe aspirar a más. Cierto, se debe aspirar a más siempre,
pero en el sentido de la excelencia, de buscar la perfección
en aquel trabajo que nos corresponde por vocación, capacidad y formación.
El científico que se consagra a la investigación y logra un
gran hallazgo es digno de admiración y reconocimiento por
parte de la sociedad; como el escritor que escribe una gran
obra, como el artista que plasma su creación en el lienzo o el
mármol, o el músico; pero también el deportista que con su
entrenamiento intenso rompe marcas y conquista medallas;
como el obrero que realiza su trabajo a cabalidad, cuidándose de los detalles, de la calidad de la producción; como el cirujano que se adiestra para ejecutar la delicada operación;
o el ingeniero que calcula con exactitud la resistencia de la
viga o el arquitecto la mejor solución del espacio. Ninguno
está por encima del otro. Simplemente tienen actividades
distintas pero necesarias, complementarias y si alguno
descuida la suya, está engendrando un mal a la comunidad.
A veces nos toca encontrarnos con personas mal orientadas empeñadas en escribir, en hacer poesías, por ejemplo, cuando no tienen el talento necesario aunque se hayan estudiado las pretendidas reglas de esas disciplinas. Pretendidas porque los creadores, los que dejan verdadera huella
en esas actividades, por lo general son innovadores que
rompen con unas cuantas de ellas.
Es lamentable que gente
así pierda su tiempo en un esfuerzo inútil para lograr un
prestigio de intelectuales. Las asociaciones de escritores, los
ateneos, están llenos de estos casos. Justamente se desviven
por ser miembros de éstos y figurar en sus directivas para
darse lugar y nombre en un mundo que no les cuadra. Si
abandonaran ese sueño vano, podrían encontrar caminos
donde cabría la posibilidad de excelencia que jamás alcanzarán en una actividad que no les va.
Otros, jóvenes y en el momento de decidir, son combatidos por los padres duramente porque éstos temen una
desviación de la personalidad cegándose al hecho real:
ésta ya existe, desgraciadamente, pero en esa profesión que
desean pueden realizarse en más armonía con la misma,
sublimando esa desviación, en lugar de provocar un
choque rudo al contradecirla, el cual propiciaría más bien
una degradación.
Lo importante es esa excelencia, la búsqueda de la
perfección en aquello que hacemos y para lo cual servimos,
lo importante no es la profesión u oficio en sí, sino cómo
la ejercemos, si la convertimos en actividad grata a Dios o
no. Es más trascendente la labor de una mujer que friega
las ollas con cuidado, tratando de que siempre muestren su
brillo de objeto nuevo, para agradar a Dios, haciendo un
trabajo acabado y perfecto por amor, que el querer ser escritor, sin tener la capacidad, para sólo alcanzar un status falso.
Es más, incluso con el genio necesario y pudiendo realizar
una obra maestra de la ciencia, la literatura o el arte, si se
realiza ésta de espaldas a Dios, sigue siendo más importante, útil y trascendente la labor henchida de caridad de la fregona anónima.
Por eso quizás José fue artesano, así como la Santísima
Virgen tan sólo una ama de casa pobre, porque Dios quería
mostrarnos que el trabajo, sea cual fuere, es vocación cristiana noble, necesaria, santificable y santificante.
Fue en el ambiente de un taller artesanal donde el Verbo
hecho hombre comenzó a conocer el mundo. Con las virutas de la madera cepillada por José realizaría sus primeros
juegos infantiles. Debió pasar muchas horas en ese taller
mientras su Madre se ocupaba de los quehaceres de la casa.
Cuando tuvo la edad adecuada, José le enseñaría los rudimentos del oficio y comenzó a ayudar. Fue así aprendiz en el taller de su padre terreno. Humanamente aprendió de
él la excelencia en el trabajo. En la carpintería, en la herrería, cada pieza debe ser una pequeña obra maestra para que ensamble con otra y componga un todo estable, armonioso y funcional. ¡Cuántas veces nos impacientamos con las piezas que no calzan! Se debe a un descuido en la ejecución, a un artesano que acaso trabajó por salir del paso y el machihembrado, si éste es el caso, quedó defectuoso. O el
diente del engranaje no encaja, o los bordes son irregulares,
o por una rendija se cuela el agua o la luz.
Son imperfecciones por falta de amor al trabajo.
No era así la labor en el taller de José. No era posible
que el instructor en lo humano para el Verbo encarnado
fuese maestro de chapucerías.
Aquel hombre fuerte, silencioso, trabajador y dispuesto, era un obrero de Dios, practicaba y enseñaba las técnicas de su oficio en su grado más
alto, porque trabajaba para Dios, sin desperdiciar material,
sin rezongos por las dificultades del mismo y lo duro de la
tarea, sin quejas por falta de una retribución económica alta,
pero pidiendo el precio justo, el salario correspondiente, sin
exigencias exageradas pero tampoco con despreocupada
prodigalidad. Se puede y se debe ser generoso con nuestro trabajo cuando sea necesario, cuando corresponde por deber de caridad, pero no está bien regalarlo cuando hay
necesidades en la familia que podríamos enfrentar con las
ganancias justas.
No es perfección subestimar el precio
de nuestras tareas. Lo es saber exigir uno bien calculado
aunque tengamos que vencer una timidez o indecisión
inicial. La Virgen y el Niño sufrieron estrecheces pero no miseria, al menos en vida y salud de San José, porque él había sido escogido por Dios para velar por ellos y se entregó
entero a esa misión. Pudo haber momentos difíciles por los
cambios de domicilio, o bien la enfermedad y muerte del
Patriarca, circunstancias que el mismo Señor quiso para en
todo ser semejante al hombre menos en el pecado. Hubo y
hay familias en terribles condiciones de marginalidad por
el egoísmo de muchos.
Jesús seguramente también escogió descender hasta esos niveles, como parte del plan de la Redención, para experimentar todo el dolor humano; pero la
mayoría de su vida debe haber transcurrido en el ambiente
del trabajo arduo retribuido apenas con lo necesario para
la existencia, el cual ha sido mucho tiempo en la historia el
medio del artesano común.
San José fue también un artesano común y, al mismo
tiempo, extraordinario: obrero de Dios.-