San Josafat, el mártir “ladrón de almas”
Cada 12 de noviembre la Iglesia celebra a San Josafat, patrono de la vuelta a la unidad entre ortodoxos y católicos, quien fuera obispo greco-católico ruteno y mártir de la cristiandad.
Josafat (Juan) Kuncewicz nació en Volodimir de Volinia, ducado de Lituania, en 1580. Hijo de padres ortodoxos, vivió los tiempos en los que la Iglesia ortodoxa tradicional y la Iglesia greco-católica bielorrusa de rito griego se encontraban en una pugna constante. Finalmente esta última restableció la plena comunión con Roma durante el Concilio de Florencia (1451-1452), reconociendo el primado de Pedro sobre el resto de los obispos.
Josafat, por su parte, se había convertido al catolicismo y era admitido en la Orden de San Basilio. Fue ordenado sacerdote de rito bizantino y posteriormente llegó a ser arzobispo de Polotsk (hoy Bielorrusia).
A San Josafat le tocó vivir tiempos turbulentos: el cisma seguiría siendo una herida abierta en la cristiandad, muchos templos se hallaban en ruinas y a su alrededor se acrecentaba la crisis del clero secular, con sacerdotes “casados” -entre ellos incluso algunos polígamos- y una vida monástica en franco declive.
Como obispo, San Josafat convocó a sínodo a los pastores bajo su mando para enfrentar la crisis, publicó un catecismo, dispuso ordenanzas sobre la conducta del clero y buscó acabar con las interferencias del poder secular en los asuntos de la iglesia local. A la par, trabajó incansablemente por asistir a sus ovejas, fortaleciendo la administración de los sacramentos y la atención a los más necesitados, pobres, enfermos y prisioneros.
Su celo pastoral le acarreó calumnias, críticas malintencionadas e incomprensiones. Se hizo de enemigos “externos” pero también de inesperados enemigos “internos”, puesto que muchos católicos querían evitar el imperio de la disciplina espiritual y las exigencias propias de la caridad. De esta forma, se convirtió en blanco de una serie de conspiraciones para defenestrarlo e incluso matarlo. El santo, en respuesta al peligro inminente sobre su vida, llegó a decir: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice». Así, el 12 de noviembre de 1623, al grito de “¡Muerte al papista!”, San Josafat fue atacado por la turba y luego asesinado -cayó atravesado por una lanza-.
El Beato Pío IX, en 1867, fue el encargado de canonizar a San Josafat, convirtiéndose en el primer santo de la Iglesia católica de Oriente que pasó por un proceso formal de canonización.
Durante el Concilio Vaticano II, y a solicitud del Papa San Juan XXIII, los restos de San Josafat fueron puestos en el altar de San Basilio, en la Basílica de San Pedro.
El Papa Pío XI, en su Carta Encíclica “Ecclesiam Dei” escribió que San Josafat “comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban «ladrón de almas»”.-