Hacia una ética planetaria
Rafael María de Balbín:
El conocimiento racional de los bienes que corresponden a la naturaleza humana es la plataforma común de entendimiento y de armonía entre todos los hombres. Es lo que llamamos ley moral natural, que permite la formulación de una Ética planetaria, no reducida a intereses particulares o egoístas. Así somos capaces de discernir racionalmente qué son el bien y el mal, la verdad y la mentira. Y encontramos los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Su raíz es la aspiración humana a conocer a Dios y a dejarse guiar por Él, como fuente y juez de todo bien; así como la captación del prójimo como igual a nosotros mismos. El Decálogo recoge su contenido fundamental. Esta ley no la llamamos natural por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino a nuestra naturaleza humana.
Como esta ley está presente en el corazón de todos los hombres es universal, a todos se extiende, y determina los principales deberes y derechos humanos. Recoge unos principios morales comunes, aplicables a través de todas las épocas y culturas. Es también inmutable, y no queda abolida por el paso del tiempo, al igual que los elementos esenciales de la naturaleza humana. La naturaleza de los seres es como es, como Dios la ha establecido. Yo puede desdeñar la ley de la gravedad, pensar que es caprichosa y subjetiva, y en consecuencia arrojarme a la calle desde un octavo piso, porque he decidido la no vigencia de tal ley. Sin embargo, esta convicción subjetiva no va a impedir los traumatismos que sufriré al chocar con el pavimento. Se trata aquí de una ley natural física. Análogamente la ley moral natural sigue vigente, aunque yo pretenda ignorarla. Y, si la quebranto, los traumatismos morales para la persona y la sociedad son inevitables.
Desatender el contenido de las acciones humanas (y por tanto su concordancia con la ley moral natural), para atender solamente a sus consecuencias globales constituye el consecuencialismo, una tentación para un mundo tecnificado y globalizado. Escribe R. Spaemann: “El consecuencialismo resuelve aparentemente todos los problemas (…), proponiendo que el objeto de la responsabilidad es exclusivamente uno: el mundo en su conjunto”. Pero como ninguno de nosotros tiene el alcance de la divina Providencia, en la práctica decirnos que somos responsables de todo: es lo mismo que no ser responsables de nada. Desaparece la consideración afectuosa hacia la persona concreta del prójimo, para ser sustituida por dos abstracciones: el mundo (ilusorio e imaginativo campo de mi responsabilidad) y la ciencia (capaz de ofrecerme soluciones técnicas para las consecuencias globales, en lugar de decisiones morales y personales). Parece así claro que el fenómeno de la globalización lleva consigo el peligro de la deshumanización o despersonalización.
La solidaridad, en cambio, lleva a contribuir, a todos los niveles, con las demás personas al bien común de la sociedad: así se superan todas las formas de individualismo social o político. En virtud de la subsidiaridad ni el Estado ni otra sociedad global deberán substituir la iniciativa y responsabilidad de las personas y de los grupos sociales intermedios en los niveles en los que éstos pueden actuar, ni destruir el espacio necesario para su libertad: así se evitan las manifestaciones de colectivismo o totalitarismo.
La valoración de la común naturaleza humana facilita la búsqueda y defensa de los derechos humanos. El amor de benevolencia evita los atentados contra la vida humana, promoviendo una auténtica cultura de la vida; impulsa la paz entre los hombres y entre las naciones; fomenta el esfuerzo solidario para que toda persona humana pueda vivir con dignidad dentro de un contexto laboral, familiar y social, en buenas condiciones económicas, culturales y morales.
La amplitud, riqueza y novedad del mundo en que vivimos no tiene por qué fomentar actitudes escépticas o encogidas. Lo que une de veras a las personas no es el relativismo sino el conocimiento y valoración del bien y del mal, de la verdad y la mentira; conforme a lo que nos indica la común naturaleza humana. La historia de cada persona se resiste a ser encasillada en los esquemas de un paraíso terrestre prefabricado, con una globalización más o menos materialista.
El mundo en que vivimos más que un lugar de recreo es una palestra moral en las que se forja cada persona humana. Y eso es lo más grande que la Historia tiene. La historia personal es el factor decisivo para la historia global. Y su fuerza motora es el amor electivo del bien, el amor de amistad o benevolencia, hacia el bien común y hacia las personas concretas.-
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