Cardenal Porras inicia Adviento en Diócesis de Petare
Homilía en La California norte
HOMILÍA EN LA APERTURA DEL TIEMPO DEL ADVIENTO, EUCARISTÍA DE LA ESPERANZA EN LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS Y DIÓCESIS DE PETARE, A CARGO DEL SR. CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. La California norte, sábado 27 de noviembre de 2021.
Queridos hermanos:
Por cuarto año consecutivo, la víspera del inicio del hermoso tiempo del Adviento nos reunimos, la feligresía de la Arquidiócesis de Caracas para renovar la virtud de la esperanza que se nutre de la espera gozosa del nacimiento del Redentor, recorriendo el fatigoso camino sembrado de escollos, pero con la seguridad de ir en la dirección correcta buscando la verdad y el bien para todos.
Esta eucaristía rinde homenaje de gratitud a las comunidades de los arciprestazgos de Petare y La California que forman parte de la recién creada diócesis de Petare, que, a partir del nuevo año comenzará una novedosa andadura como iglesia particular autónoma bajo el pastoreo de Mons. Juan Carlos Bravo, nombrado por el Papa Francisco, obispo fundador de la diócesis 41 de Venezuela.
La vigorosa presencia de la Iglesia en esta nueva circunscripción, fruto del trabajo de muchos, creyentes sinceros acompañados de hombres y mujeres de buena voluntad, se verá fortalecida con el aporte solidario de todos para que la fe cristiana sea motor del caminar juntos, sacerdotes, religiosas, diáconos, laicos, al que nos llama el Papa y la dinámica de la iglesia latinoamericana. Que el Dulce Nombre de Jesús, niño chiquitico y bueno que despierta la ternura y el afecto, junto a la compañía de tantas advocaciones marianas sean los ángeles custodios de esta nueva realidad eclesial. Hoy, día de la Medalla Milagrosa estamos llamados al milagro cotidiano de lo sencillo y humilde que transforma la vida y el entorno en el que vivimos haciendo florecer la sonrisa y la fraternidad.
Las lecturas del primer domingo del Adviento nos advierten de la urgencia de estar preparados, para que el Señor, al llegar, nos encuentre vigilantes y no nos excluya de su Reino. Esta vigilancia, es decir, el estar atentos a la realidad tiene dos polos que no pueden ni deben separarse. Jesús nos lo dice con el lenguaje de una parábola: sabemos leer el tiempo porque vemos la higuera que está a punto de darnos su fruto, pero no sabemos, mejor no atinamos a relacionarlo con la otra cara de la realidad: qué exigencia tiene para con el prójimo, con los otros, con la sociedad, si decimos que la fe mueve todos los resortes de la vida.
“No resistiría a los embates del tiempo, -ni estaríamos a la altura de lo que se le pide a un cristiano en el hoy de nuestra patria-, una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. La mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva’”. El adviento es un tiempo para afinar el oído y no dejarnos arropar por la alharaca de una navidad de luces y colorines, de fiesta llena de egoísmos y placeres, pero hueca del amor y el afecto compartido, primero con los seres queridos y cercanos, para abrirnos a los otros, a los que no conocemos ni queremos, a los que nos han hecho desagradable la vida, a los de la acera de enfrente, porque sin reconciliación y perdón, no hay futuro.
El Eclesiastés nos alerta que «Todas las cosas tienen su tiempo, todo lo que está debajo del sol tiene su hora». No hay mejor tiempo que el adviento para darle vigor a nuestros cuerpos fatigados. Con ánimo creativo, asumiendo las dificultades y contrariedades como oportunidades para avanzar, es el camino correcto para crecer. El adviento es peregrinación, como los profetas que desde siglos tuvieron la certeza de que el Mesías esperado, la verdadera navidad, nacería con el seguimiento al que encontrarían recostado en un pesebre. Juan el Bautista, nos enseña que cada uno de nosotros, que cada institución fabricada por los hombres, no son la meta. Fue él, y nosotros debemos serlo también, los que abramos los caminos del Señor y allanemos la senda. No somos, ni debemos creernos dioses o mesías; el que está por venir, Jesús el Señor, es el auténtico salvador. María, encinta no duda en trasladarse hasta su prima Isabel para atenderla en el parto esperado. José y María, no se echaron a llorar porque no encontraban puesto en la posada para que naciera su hijo. En un establo, al calor de unos animales y al refugio de una cueva, nació el redentor. ¿Qué nos dice, a qué nos invita, entonces, este tiempo de adviento?
Lo primero, la convicción de que el Señor es fiel a su palabra, a su promesa (Jr 33,14-16). El profeta anuncia el momento en que del tronco seco de Jesé surgirá un retoño nuevo, un brote de David, que hará reinar la justicia y el derecho. En nuestro país el poder ha torcido el derecho y lo ha divorciado de la justicia y, esta distorsión ha generado una situación de incertidumbre y violación de los derechos humanos. Es tarea de los padres de familia, educadores, personal de salud, profesionales, obreros, catequistas, y organizaciones de la sociedad civil que día a día practican el bien para que la justicia y el derecho se abracen y, podamos, reconstruir el Estado de derecho que garantice la vida y la dignidad de todas las personas, especialmente de las más vulnerables.
Jeremías nos dice que es un retoño, nuevo, tierno, signo de Dios. Por eso, aunque estemos muchas veces frustrados porque el restablecimiento de la justicia y el derecho, no ha sido fácil, la palabra de Dios nos abre a la esperanza, para que contemplemos el retoño, que nos invita a confiar y contemplar la justicia y el derecho que brotan del tronco envejecido de nuestros corazones, cansados y afligidos. La práctica del bien, como al profeta, nos irá educando la mirada para contemplar el retoño y mantener viva la esperanza, confiados en que “Dios es nuestra justicia”.
En la primera carta de Tesalonicenses se nos recuerda la eclesialidad de nuestra fe, la eclesialidad de la esperanza, la práctica del bien y la búsqueda de la justica y el derecho, implican la construcción de un nosotros, un nosotros fundado en el amor, capaz de poner a un lado los protagonismos, los intereses particulares, las rivalidades que nos fragmentan como sociedad. Es lo que Pablo llama bajos instintos, bajas pasiones, que, cuando nos dominan, destruyen la convivencia y los esfuerzos por superar situaciones inhumanas como las que vivimos. Nos recuerda San Pablo, que la verdadera eclesialidad se basa en el amor mutuo, por eso, nos invita a crecer más y más en el amor mutuo, porque, mientras no entendamos que la corresponsabilidad que nace del amor es una fuerza transformadora, difícilmente podremos construir el futuro que soñamos.
Por eso, el evangelio nos invita a cuidarnos de nosotros mismos, porque si no trascendemos nuestros intereses egoístas, podemos matar el retoño del que nos habla Jeremías, y así, nos volvemos torpes y cerramos las posibilidades de liberación. Es hora pues de “levantar la cabeza” y confiar que se “acerca la liberación” y dejar que el retoño de Jesé, “justicia y derecho” renazca en nuestro país, en el corazón de cada venezolano. Las bellas tradiciones religiosas venezolanas, fueron, son y deben ser, nuestros mejores aliados para unir la alegría, la fiesta serena, el compartir sin fronteras, producto de la fe que se expresa en los aguinaldos, en el pesebre, en las posadas, en la mesa familiar con hallacas y dulce de lechosa, en las Paraduras del Niño, en los Reyes Magos, camino a la luz del dos de febrero, para que podamos descansar en paz como el anciano Simeón.
¿Qué señales de esperanza y de liberación ofrezco a las personas y al mundo? El evangelista pone en boca de Jesús estas palabras de ánimo y paz. Viene Jesús, ¡qué alegría! ¡qué liberación! La humanidad puede pasar por sufrimientos, mi vida personal puede tener problemas y contratiempos. Nada de eso tiene la última palabra. Lo decisivo para cada uno de nosotros es el tiempo que nos toca vivir, que es la preparación inmediata al encuentro personal con Jesús. Nos invita a tener ánimo, a levantar la cabeza, a no mirar a otro lado ante las necesidades, alegrías y sufrimientos de las personas que nos rodean, a comprometernos a hacer posible, digna y feliz la vida de todos. Esperar la venida liberadora de Jesús nos compromete a vivir el presente liberándonos y liberando.
Los ejemplos que pone Jesús siguen siendo actuales. Cada persona sabe qué le embota la mente y el corazón y le impide tener desplegada la antena hacia los valores del Espíritu, hacia la auténtica felicidad. ¿La pereza? ¿la rutina?, ¿la incoherencia?, ¿el pesimismo?, ¿el infantilismo? ¿el conformismo?, ¿el autoengaño? ¿el egoísmo?, ¿el consumismo?, ¿la insolidaridad? No te conformes con lo que no llena ni enciende tu corazón. Es tiempo de dar las mejores noticias. A tu alrededor necesitan una palabra amable, un gesto de amistad, un ideal que ilusione, una mano tendida, un entusiasmo que renueve, un amor desbordante. Lo nuestro es creer en un futuro de plenitud, sin evadirnos del presente, manteniendo viva la esperanza, que ilumina y trasciende todo lo que toca.
Como el cardenal Pironio, auténtico latinoamericano, hombre de raíces profundas, de memoria anclada en el dinamismo de la historia como un Kairos, tiempo fuerte de salvación, tiempo de trabajo, prueba, purificación y esperanza. En el camino de la misma Iglesia, hubo, hay y habrá luces y sombras. Nos descubrimos iguales en la necesidad, aunque distintos en las posibilidades. Recordemos tantos ejemplos de gente buena y noble que, en medio de sus ocupaciones, otea el tiempo de salvación que nos ofrece el adviento. Concluyamos cantándole a María, nuestra madre santísima con esta estrofa de uno de nuestros más bellos aguinaldos: “Oh Virgen pura, brillante flor, de nuestras penas, de nuestras penas, calma el dolor. Oh Virgen pura, reina del cielo, madre de Dios, de tus amados, de tus amados, oye la voz. Madre querida, madre de amor, de nuestras penas, de nuestras penas, oye el clamor. Y torna en lluvia, de bendición, la voz que exhala nuestro dolor”. Amén.