El Mundo

Un SOS por la vida contemplativa en España, con solo 725 monasterios de clausura

La cifra no ha dejado de caer en los últimos años, ya que la falta de vocaciones y los dificultades económicas están poniendo a algunos en serios aprietos para persistir

Los cubos en el suelo justo al atravesar la puerta de entrada en un día de lluvia anuncian que en el Monasterio Nuestra Señora de Belén de Toral de los Guzmanes (León) hay goteras. Las monjas jerónimas de clausura que lo habitan han intentando arreglar ese problema en varias ocasiones, pero la importante avería está en el tejado, una obra costosa que a día de hoy es «imposible» de asumir por sus maltrechas arcas. «También se ha estropeado una estufa de pellets que habíamos colocado para no pasar tanto frío durante las misas. Aquí cada día surge una cosa nueva», asegura con cierto humor su priora, Sor Beatriz, acerca de los numerosos imprevistos y gastos a los que tienen que hacer frente a menudo en esta «casa antigua».

El inmueble fue cedido por una mujer de Madrid que veraneaba en esta localidad leonesa y que antes de morir decidió donar para que acogiese a una comunidad de vida contemplativa.

Así que en 1990 ocho monjas procedentes del convento de Las Carboneras del Corpus Christi de Madrid decidieron hacer las maletas y trasladarse lejos de la capital hasta un pueblo de apenas 500 habitantes para dar forma a lo que hoy es una casa de oración y monasterio que acoge a nueve religiosas de entre 42 y 90 años y que, como tantas otras, atraviesan serias dificultades para continuar. La explicación está en la falta de vocaciones y en unas estrecheces económicas que no han hecho más que agravarse en los últimos tiempos.

España cuenta actualmente con 725 cenobios (66 masculinos y 689 femeninos), mientras que en 2017 se contabilizaban 801, según los datos de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Castilla y León es la comunidad que cuenta con el mayor número de ellos, con un 22 por ciento del total, seguida de Andalucía (20%) y Castilla-La Mancha (12%), en función del cálculo realizado por la Fundación Declausura, volcada en visibilizar el valor de las comunidades de vida contemplativa y en ayudar a las que peor lo están pasando, que no son pocas, después de que los años 50 y 60 fuese la época de esplendor en la que se fundaron un gran número de ellas. Solo en el último año han ayudado a 73 monasterios con los gastos de mantenimiento o el pago de deudas. Las peticiones de ayuda que llaman a su puerta son elevadas.

Habitantes de edificios antiguos, los gastos son, por lo general, demasiado elevados para los presupuestos de muchos conventos. Así sucedió en Toral de los Guzmanes, donde una tubería rota estaba suponiendo un gran quebradero de cabeza para las hermanas. De nuevo había que hacer frente a una obra costosa e inasumible, por lo que las seis más jóvenes -todas de origen indio- no dudaron en coger la pala y ponerse a cavar para solucionar el problema ellas mismas. Hicieron por unos días de fontaneras y se pusieron manos a la obra para hacer una zanja para alojar un nueva tubería. Con sus propias manos la forraron y más tarde la cubrieron con arena y hormigón -esto último con ayuda de un vecino del pueblo-, hasta culminar el trabajo aprovechando que en el mes de enero, tras las fiestas navideñas, ya había bajado su labor en el obrador de repostería del que derivan la mayor parte de sus ingresos.

Cotizaciones

En su día a día la comunidad monástica tiene que ‘capear’ situaciones de este tipo y otros gastos tan solo con sus medios. Uno de los capítulos más costosos para sus ajustadas cuentas son las cotizaciones a la Seguridad Social de las jóvenes -hay una normativa de los años 50 que establece que las monjas también deben cotizar, incluso aunque no tengan actividad, con un epígrafe específico-. Solo las tres más mayores -las de origen español- cuentan con una pensión en el convento leonés.

Todo, mientras el paso de los años ha agigantado el bache económico en una «casa antigua que sigue antigua» -ellas han construido tan solo un edificio nuevo para el que pidieron un crédito que, por supuesto, también hay que abonar-. «No podemos usar mucho la calefacción porque el trabajo anda regular y el gasoil está muy caro», explica Sor Beatriz. Solo se enciende en la enfermería y, momentos antes de dormir, en las habitaciones.

El obrador del convento
El obrador del convento – HERAS

En las facturas, la luz es otro de los grandes problemas y ya llega a «mil y pico euros». Las veinte placas solares que instalaron para autoconsumo no son suficientes para paliar las continuas subidas, porque aquí tampoco se han librado de eso. «Nos trajeron un cuadro con los horarios en los que era más barata y solemos poner las lavadoras durante el fin de semana. Incluso la priora se levantaba a las dos y a las cinco de la mañana para ponerlas», señala Sor Dolly, la más joven de la comunidad, encargada también de llevar el perfil de Instagram del convento, un ‘escaparate’ que se animaron a utilizar con el fin de dar un empujón a la venta de su gran variedad de productos reposteros -hasta 21-, que con la pandemia cayó en picado.

Al banco de alimentos

Cuando hay «necesidad» suelen recurrir al banco de alimentos y lo que les llega también lo comparten «con todo aquel que viene a pedir ayuda», indica Sor Beatriz. Hace tiempo que tienen que recurrir a esa ayuda solidaria, aunque también se abastecen de su huerta, porque parte del trabajo que desarrollaban se ha ido esfumando. Su taller de encuadernación permanece parado, cuando antes elaboraba boletines, libros, facsímiles… «Todo ha desaparecido con internet -lamentan las religiosas-, pero las máquinas están listas por si tuviera que volver a arrancar», explican dispuestas a retomar la labor.

Al tiempo que relatan su compleja situación, siguen trabajando en sus soletes, naranjines, amarguillos, coquitos y no pierden ni el humor ni la sonrisa. «Jesús lo pasó peor que nosotras», indican en el obrador las hermanas, incluida Sor Trinidad, de 85 años, que ayuda abriendo las cajas de cartón que sirven de envase para sus dulces, algunos de ellos premiados por su originalidad, como sus pastas de queso. Ella ingresó en la orden a los 18 años y se trasladó desde Madrid, donde solo regresaría por su familia. «El ambiente es mejor aquí», indica la veterana hermana sobre un mundo rural que invita al recogimiento y al silencio más que las grandes urbes. «Cada una ayuda aquí en lo que puede» y, en su caso, echa una mano en las labores de costura para la propia casa y en un obrador que bulle de trabajo sobre todo en Navidad para dar un respiro a los fondos. «Los polvorones y mazapanes tienen mucho éxito» y han viajado hasta León, Burgos, Madrid y Zaragoza.

También en su juventud se convirtió en monja Sor Asunción de María. A sus 90 años cuenta que «está contenta y bien, gracias a Dios» en el convento leonés donde esperan con los brazos abiertos nuevas incorporaciones. Hace más de una década que no se une nadie a sus filas y la más veterana se pregunta por qué. «¿No hay vocaciones? Necesitamos gente para que el convento se mantenga en el futuro. Sería una pena que tuviera que cerrar». Un camino que ya han seguido recientemente el monasterio de Alconada de Ampudia (Palencia) o el de San Vicente el Real, el más antiguo de Segovia. Para evitarlo, desde Toral «están deseando» ver caras nuevas en la comunidad y sobre todo, y lo que más necesitan, «vender muchos dulces» para mantenerse a flote. «Nosotras podemos enviarlos allí donde nos lo pidan», ofrecen con absoluta disposición.-

LEÓN/ABC

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