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La Verdad es el Telos de una universidad Católica

Michael Pakaluk:

¿Es la verdad el telos de una universidad católica? Estoy usando telos, como lo hace el científico social Jonathan Haidt en un influyente ensayo. (Disponible haciendo clic aquí.) El telos de una cosa es su propósito inherente, omnipresente e incluso dominante. Es dominante en el sentido de que prevalece sobre otros propósitos en caso de conflicto.

Viendo los muchos casos recientes de «cancelación» y exclusión de académicos, Haidt se pregunta si para muchas universidades alguna concepción de la justicia social se ha convertido en el telos. (Hay que decir “alguna concepción de”, porque, una vez separada de la verdad, ¿quién puede decir si esa concepción representa realmente la justicia social?) Las universidades deben elegir la verdad o la justicia social como su telos dominante, dice Haidt.

¿Cuál debe elegir una universidad católica?

Como académico clásico y experto en John Henry Newman, mi primer instinto es responder a partir de la naturaleza del caso. Creo que, por su naturaleza, toda universidad debe tener la verdad como su telos; y, por consiguiente, cualquier universidad católica debe tenerla así.

Una universidad es un lugar de conocimiento universal. Como bien dijo Aristóteles: Por naturaleza, todo ser humano desea saber. Podemos decir, correctamente, que sólo conocemos la verdad. Pero este deseo natural sólo puede satisfacerse adecuadamente mediante el esfuerzo cooperativo, del mismo modo que nuestras necesidades naturales de alimento, vestido y vivienda sólo pueden satisfacerse adecuadamente mediante la cooperación, a través de lo que se llama la economía. Eso es, pues, la universidad, cualquier lugar donde los seres humanos se reúnen para llegar, a través del esfuerzo común, a toda la verdad que los seres humanos puedan alcanzar.

La universidad es, precisamente, una institución natural nunca devendrá en obsoleta por la cual la raza humana llega a, cuida, transmite, comparte y, más ampliamente, ayuda a otros a aplicar, toda la verdad alcanzable. La Iglesia cuida entonces de las universidades, en primera instancia, porque ella cuida todas las instituciones naturales, como la familia y la sociedad política. Ella quiere ver a cada uno florecer según su propio telos.

Newman, en su Idea de una Universidad, sostiene lo mismo, aunque se concentra más en el «transmitir» la educación de los estudiantes en la verdad y en la unidad de la verdad. El dice, célebremente, que una universidad no es un seminario; su objetivo es cultivar las virtudes intelectuales; no, las morales.

Esto último debe darse por sentado, mientras se apoye en un sistema de tutores que, a la manera de amigos, ejerzan “influencia personal” sobre los estudiantes. Pero todas las virtudes intelectuales tienen la verdad como su telos. La belleza del intelecto, que Newman ensalza célebremente, es una elegancia eficaz para discernir la verdad.

Para Newman, una universidad genuina también debe  estudiar a Dios, quien existe verdaderamente como la causa primera y final y, por lo tanto, es la única razón  unificadora de toda verdad, a manera de la forma más alta. Quite usted la forma más alta de cualquier cosa, y se quedará con un “montón” (diría Aristóteles), que carece de unidad.

Nada puede existir sin unidad. En un sentido, la realidad de la verdad es negada, porque la realidad de la verdad como un todo es subvertida una vez que se quita a Dios. La universidad deviene huérfana de su objeto.

Hasta aquí, considero la naturaleza de las universidades. Pero… ¿qué hay si, como católico, me vuelvo hacia la autoridad, en este caso, Ex Corde Ecclesiae, la gran constitución sobre las universidades católicas, establecida por San Juan Pablo II el Grande?

Su enseñanza es inequívoca. Justo al comienzo del documento, enfatiza:

Con cada una de  las demás Universidades, esta comparte esa  gaudium de veritate, tan preciosa para San Agustín, que es esa alegría de buscar, descubrir y comunicar la verdad en todos los campos del saber. La tarea privilegiada de una universidad católica es «unir existencialmente, mediante el esfuerzo intelectual, dos órdenes de realidad que con demasiada frecuencia son colocados en oposición, como si fueran antitéticos: La búsqueda de la verdad, y la certeza de conocer ya la fuente de la verdad».

Junto con el de todas las demás universidades, el propósito de una universidad católica es la verdad. Pero una universidad católica disfruta de una ventaja adicional sobre otras universidades; y es que lucha por la verdad, también a través de la revelación.

Este último punto es muy importante. A veces, los miembros de las universidades católicas se ponen a la defensiva, como si la catolicidad de su institución fuera una limitación o un “freno” en la búsqueda de la verdad. Pero, en realidad, funciona como lo contrario de ello.

Una verdadera universidad católica se preocupa tan ardientemente por la verdad que no descuidará ningún camino confiable de la verdad. No sentirá escrúpulos de que algunas verdades fundamentales (sobre la Trinidad, sobre la Encarnación) le sean en efecto entregadas; no, alcanzadas únicamente mediante esfuerzos humanos.

Las verdades de la teología nunca llevarán los nombres de los científicos que las formularon, como si los científicos crearan ciertas leyes, y no solamente las descubrieran. Basta que sean verdades importantes.

A veces los críticos de las universidades católicas genuinas usan armas que no tienen sentido y que podrían volverse contra cualquier universidad y cualquier individuo. Con seguridad, tiene sentido buscar la verdad solo porque podemos encontrar la verdad, y, también con seguridad,  cuando al pensar encontramos la verdad, tenemos razón para tratarla de manera diferente a como lo haríamos respecto de algún asunto todavía sujeto a especulación.

Para  el matemático Andrew Wiles, por ejemplo, no habría tenido sentido seguir  teniendo dudas sobre el último teorema de Fermat, después de haber encontrado la prueba del mismo. No tiene sentido que un converso al catolicismo trate la verdad de la fe católica como si esta estuviera siempre en entredicho.

Pero las libertades que valen para los individuos valen también para las asociaciones voluntarias. ¿Qué impide que muchos, cada uno persuadido de esta verdad fundamental, se reúnan y busquen toda la verdad alcanzable dentro de este marco?

Si “el misterio del hombre se hace manifiesto en el misterio de Cristo”, y si “una vez perdido el Creador, también está perdida la criatura” (Gaudium et Spes ), puede que tal asociación tenga poderes aún mayores para encontrar y cuidar la verdad.-

MIÉRCOLES 12 DE OCTUBRE DE 2022
Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:
Acerca del Autor
Michael Pakaluk, estudioso de Aristóteles y ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, MD con su esposa Catherine, también profesora en la Escuela Busch, y sus ocho hijos. Su aclamado libro sobre el Evangelio de Marcos es Las Memorias de San Pedro. Su nuevo libro, La voz de María en el Evangelio de Juan: una nueva traducción con comentario, ya está disponible.

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