Venezuela: ¿Por qué estamos contentos?…a pesar de los pesares
En Venezuela nos han caído las siete plagas, pero nuestro tiempo de Navidad lo vivimos con alegría
Es cierto, nuestro país está pasando por la peor crisis de su historia. Pero conviene una reflexión sobre Venezuela y el espíritu con el cual enfrentamos un porvenir marcado por la incertidumbre.
Los indicadores no pueden ser más preocupantes y la realidad supera a cualquier idea de ficción sobre un país rico donde la destrucción anda a zancadas. No obstante, la sociedad venezolana, su pueblo, su gente, resisten, se mantienen en pie, se reinventan para capear el temporal y, si bien la clase política –de un lado y del otro- se fragmenta y atomiza, los venezolanos cada vez estamos más unidos, nos ayudamos, nos asistimos y acompañamos “en este valle de lágrimas”.
Ni el turrón endulza
Pero tenemos un secreto para preservar nuestra cordura y conservar la esperanza: la fe que amalgama nuestros corazones y nos hace mirar al Cielo en lugar de bajar la cabeza y perder la voluntad. Tal vez nunca antes el venezolano haya rezado tanto y valorado el significado de la familia como en estos tiempos de diáspora y ausencia.
Un destacado abogado constitucionalista y profesor universitario, Nelson Chitty La Roche, compartió su experiencia: “Varios de mis hijos, sobrinos, cuñada, amigos más dilectos, estamos separados por el espacio que se hizo con la marcha obligada hacia los confines más variados. Por fortuna hube de viajar a costa de muchos sacrificios para compartir con una de mis hijas que vive en Madrid con su compañero. Son médicos y hacen postgrado por estos lares, son jóvenes venezolanos brillantes que se vinieron para rápidamente insertarse y progresar, pero, hay nostalgia y dolor de desarraigo. Hacen la hallaca, el pan de jamón, el pernil inclusive, pero, ni el turrón los endulza completamente”.
Un rosario de penas
Estamos en una dictadura abierta, de esas que se camuflan en una legalidad* pret-a-porter* para mantener el poder. Constantemente cierran emisoras y se roban las elecciones. Cualquier gestión es engorrosa porque se trata de complicarle la vida a la gente. Han destruido nuestras empresas y han cerrado tantos comercios que ya perdimos la cuenta. Las ventas han disminuido considerablemente durante estas fiestas decembrinas.
Falta el agua y la luz desaparece sin que nadie ofrezca disculpas y mucho menos se responsabilice por los daños a los electrodomésticos. El campo está abandonado quedando sólo unos cuántos héroes quienes, aún, cosechan y se las arreglan para transportar alimentos en medio de la dificultad para conseguir combustible. Caracas es una burbuja donde se respira cierta ventaja sobre la provincia. Proliferan los bodegones y megamercados con productos que antes eran criollos a precios exorbitantes, tan sólo para abastecer a un porcentaje mínimo de la población…porque aún hay gente hurgando en la basura para poder comer.
Mientras permanecen tras las rejas 244 presos políticos, el crimen organizado hace de las suyas y la impunidad hunde en la indefensión a toda la sociedad. Las víctimas de la violencia en Venezuela, que ascienden a 11.081 durante 2021, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV). De acuerdo con el monitor de femicidios de Utopix, al menos 219 mujeres y niñas fueron asesinadas entre enero y noviembre de este año. Solo en noviembre hubo 19 casos, lo que equivale a un femicidio cada 36 horas.
Cerramos el año 2021 con una posible contracción de -0,3% del PIB, según el promedio de los pronósticos de 30 bancos y otros entes internacionales; el país culminó el año con un desempleo que se ubica en 50%, el más elevado del mundo y con una inflación anualizada en torno a 1.198% de acuerdo con los datos oficiales hasta noviembre de 2021. Algunos avezados analistas anticipan que Venezuela podrá salir de este ciclo nocivo en 2022. No obstante, la recuperación requerirá de mucho esfuerzo y dependerá de cambios sustanciales en el timón de este buque a la deriva que se llama Venezuela.
Un país para creer
Sin embargo, no son los números los que hablan de esperanza. Es la disposición de la gente a procurarse sus propios medios para sortear estos malos tiempos. Son los liderazgos locales, frescos y nuevos, las familias que se mantienen unidas, las mujeres que bregan por ellas y la organización de las comunidades lo que prefigura un país en el que se puede creer. Son venezolanos con los que se puede contar, que siguen aquí y no precisamente vegetando en un retornelo de lamentos y añoranzas. Personas que han hecho de la corresponsabilidad un compromiso de vida.
Hay un país opulento, exigua minoría, que coexiste con otro que se busca la vida cada día, en medio de las precariedades y el abandono. Este último será el que prevalecerá porque valora el trabajo y aprendió resiliencia. Valorará lo invaluable.
El clavo que sostiene el cuadro
No dudamos en afirmar que el clavo que sostiene ese cuadro es la Iglesia Católica. Durante más de dos décadas ha sabido acompañar el sufrimiento de los venezolanos, inyectar esperanza y ánimo en los corazones. Ha denunciado la injusticia y predicado la hermandad entre nosotros, deshilachando, con paciencia y solidaridad, el discurso de odio y resentimiento desde el poder con que dos generaciones han sido saturadas.
Nuestros pastores han sabido levantar un muro contra la intolerancia, construyendo puentes entre los espíritus. La voz de la Iglesia ha sido la verdadera pared con la que han topado los abusadores, los depredadores y los insensibles. Al mejor estilo del Papa Francisco, la nuestra es una Iglesia que ha salido para no regresar. Son pastores que en verdad huelen a oveja. Esta Iglesia, que no es poderosa, ni adinerada, ni replegada al poder, es, sin embargo, muy influyente: tiene el respeto, la admiración y el apoyo de este pueblo que la siente verdadera, cercana y comprometida.
Pero hay, además, una circunstancia auspiciosa para la fe del venezolano: este año, tan duro y tan difícil, nos dejó un «activo» espiritual muy especial como lo fue la beatificación del Doctor José Gregorio Hernández. Fue un empujón al que se debe buena parte de nuestra alegría y alivio. Fue una bocanada de aire fresco que nos proyecta al futuro con ilusión y convicción cristianas.
Refundar
Monseñor Ovidio Pérez Morales, obispo emérito de Los Teques y una de las mentes más brillantes de episcopado venezolano se preguntaba en su última columna del año: ¿Podría calificarse con términos más fuertes, tristes e interpelantes, la desastrosa situación de Venezuela y precisamente a dos siglos de “Independencia”?
“Hemos llegado en dos décadas a una Venezuela “irreconocible”. Razón ha tenido el Episcopado Venezolano al plantear la “urgente necesidad” de refundar el país”. Y explica: “Refundar no es partir de la nada. Es un recomienzo histórico, asumiendo valores de la nacionalidad concreta, corrigiendo errores y proponiéndose, con realismo esperanzado, metas altas y, por ende, exigentes. Sumando tradición y novedad. No pretendiendo ilusoriamente borrar el pasado -inútil intento suicida, repetitivo en nuestra historia republicana-, sino aceptando con humildad y discernimiento la herencia recibida y proyectándola con creatividad hacia el futuro por construir”.
El alma encuentra escondrijos donde cobijar la esperanza
Una muy respetada profesora de periodismo –ya retirada pero muy activa y consecuente en sus columna de prensa- Gloria Cuenca, quien frecuentemente rememora, con admirable honestidad y valentía intelectual, su pasado maoísta y su proceso de conversión ideológica que incluyó el espiritual, aconsejó “considerar que la ética es un importante activo en el proceso de recuperación de la Venezuela posible, es fundamental y de trascendencia. No olvidarlo. La honestidad es una meta y una postura ética”. ¿Qué hacer?, se preguntaba: “Volver a la educación, imprescindible, insistir en los valores, (recuérdese un valor, es algo estimado) la honestidad, la rectitud, la veracidad, la coherencia entre otros aspectos, fundamentales para ser buenos ciudadanos y mejores personas”.
Un político, quien fuera presidente de la Cámara de Diputados durante los años de la democracia en Venezuela, Carlos Canache Mata, recordaba con nostalgia sus tiempos en la cárcel durante el régimen militar de Marcos Pérez Jiménez-años 50-: “Durante la dictadura perezjimenista, cuando los dos –madre y padre- me visitaban los domingos en la Cárcel Modelo de Caracas, al despedirse me parecía que me iba con ellos y me sentía libre de nuevo”.
Porque siempre el alma encuentra escondrijos donde cobijar la esperanza. Y revela cuál es su riqueza: “Estos tiempos de Navidad y de entrada al Año Nuevo, son tiempos de recuerdos y nostalgias que, con frecuencia, andan juntos. El poeta francés Paul Géraldy dijo que “llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza”. Ese día y los que siguen son los que llegan cuando se pasa el trance del otoño de la vida y se presenta el invierno de la senectud, que se hace soportable con el calor de las añoranzas. Y que continúa siendo tiempo para la reflexión y para la creación”.
El otro también cuenta
Pero, tal vez, uno de los mejores testimonios de estos días lo recibimos de uno de los más reputados economistas venezolanos, Asdrúbal Oliveros: “Soy creyente y economista. Y debo confesar que muchas veces me asaltan las dudas y los conflictos por ambas facetas. Ha sido un tema recurrente en mis reflexiones y meditaciones, pues en muchos aspectos siento que ambas facetas son incompatibles. Y desde mi rol de creyente y economista me interesan, como temas de estudio, la economía y la teología. ¿Qué relación guarda la teología con la economía? Ambas son disciplinas de la acción humana y tradicionalmente son abordadas de forma aislada, sin mucha relación la una con la otra”.
Razonaba porqué no estamos solo ante un imperativo moral, “es también pragmatismo: es clave reducir la tensión social para procurar un sistema político-económico que sea estable en el tiempo. Lo moral y lo pragmático se funden para establecer el orden de prioridades”.
Y ofrece una hermosa y contundente conclusión: “Una dimensión actual del bien común parte de los ciudadanos: la construcción de redes de solidaridad y apoyo, de atención a los más vulnerables. Es un imperativo ético para el creyente: como Jesús, nos toca darnos al otro, especialmente al que sufre. Es construir en nuestro ámbito de acción las enseñanzas de la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10:25-37). El bien común es también solidaridad y no encerrarnos en nuestra burbuja. El otro también cuenta”.
Aquí, ¡Jesús nació!
Y terminamos con una convicción que nos envía el amigo abogado: “Para los cristianos; la resurrección es la vida a pesar de la muerte. Para los compatriotas que somos, se trata de exorcizar al cuerpo político, al cuerpo civil, para que vuelva a ser como otrora, soberano y estimable, libre y orgulloso por su linaje y nacionalidad. Ese objetivo, debe ser nuestra razón para vivir y volver y recomenzar y cambiar el mundo”.
Ese que va a resucitar nació de nuevo. Y lo más importante, como decía el Cardenal Cantalamessa en su última predicación de adviento, “ este propósito de nueva vida debe traducirse, sin demora, en algo concreto, en un cambio, a ser posible incluso externo y visible, en nuestra vida y en nuestros hábitos. Si el propósito no se pone en acción, Jesús es concebido, pero no nace”.
Tenemos fundadas razones para creer que, en Venezuela, Jesús nació. Y esa es la razón de nuestra alegría, a pesar de los pesares