El canto del Cardenal
Bernardo Moncada Cárdenas:
No obstante la carga de compromisos y tareas que implica ser pastor de dos importantes arquidiócesis venezolanas, o formar parte del colegio cardenalicio romano atendiendo funciones en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, Su Eminencia el Cardenal Porras Cardozo ha hecho tiempo para siempre acompañarnos en la Navidad de su querida feligresía emeritense. Habitual es disfrutar de su presencia en la Misa de Aguinaldo de la Universidad de Los Andes, institución donde goza de general afecto. Otro regular participante allí es el Orfeón de la ULA el cual, desde el momento de la creación de nuestro Arzobispo como Cardenal de la Iglesia, suele dedicarle su interpretación de “El cardenalito”, parranda navideña originaria de Puerto Rico. La bonita poesía de esta composición agrada y alegra al Cardenal Porras: “Estando en la cruz nuestro Redentor / a sacarle espinas llegó un pajarito, / manchó su plumaje con sangre de Cristo / y por eso es rojo, y por eso es rojo el cardenalito” y más de una vez lo he visto, conmovido y conmovedor, entonar el coro con los jóvenes de la agrupación.
Evento de la mayor importancia, organizado con magnificencia y emotivo regocijo el pasado diciembre fue la clausura del año jubilar arzobispal y trigésimo aniversario como Arzobispo de Mérida, organizado para el Cardenal por el Archivo y Museo Arquidiocesanos en la Catedral Basílica. La solemne Eucaristía que antecedió al acto académico fue presidida por el homenajeado; entre las notas que mayor lucimiento aportaron estuvo la participación de la coral Cantus Mensurabilis, creada en este periodo y dirigida por la Maestra Zulay Durán (quien también recibió reconocimiento en el marco de la ceremonia). Siendo Adviento y estando ya cercana la celebración de la Natividad del Señor, el grupo dedicó al insigne agasajado la composición navideña de Rafael Izaza titulada “El Rocío”, comunicando la predilección que él tiene por su melodía y sus palabras. Cuando la música llenó el espacio y se escuchó “Como el rocío del cielo baja constante, / Cual viene de las nubes lluvia abundante,/ Como flores y frutos produce el suelo, / Venga Dios con nosotros, el Dios del cielo…” Su Eminencia Reverendísima, poniéndose de pie espontáneamente, rompió a entonar el aguinaldo, con la emoción de un niño, afinadamente, con la voz que lo caracteriza.
Quien escribe no podía creer lo que estaba presenciando. Súbitamente, cualquier distancia entre este Príncipe de la Iglesia y su pueblo se hizo nada, era un hombre sencillo y sentimental, entusiasmado por la música como todos nosotros. El Cardenal invitó con sus manos a la nutrida y distinguida concurrencia a unirse al canto, y todos, como no sabiendo el porqué del gesto, se pusieron de pie, antes de atreverse a seguir el canto del Cardenal.
Comentó Monseñor Luigi Giussani, acerca del pueblo cristiano, que le caracteriza “una gratuidad que intenta imitar la sobreabundancia y la gracia con las que Cristo vino y ha permanecido entre nosotros. Una gratuidad que es fuente de alegría, dentro de los sacrificios, las contradicciones y el dolor”, seguidamente cita un pasaje de la liturgia ambrosiana: “Haré evidente mi presencia en la alegría de sus corazones”. ¡Cuán palpable se hizo esa alegría de la gratuidad cristiana en la espontánea jovialidad del Cardenal y la energía con que impregnó el espacio catedralicio!
Todos los fieles en la Catedral estuvimos radiantes, a salvo de cualquier abatimiento fruto de la dureza de las circunstancias. “Si el Niño está triste se contentará / y si el Niño llora se consolará. / La Virgen lo arrulla con su dulce manto, / y un cardenalito le brinda su canto”. ¡Gracias, querido y cercano Cardenal, por habernos brindado su canto!