El 23 de enero de 1958 es una fecha emblemática para la memoria venezolana contemporánea. Fue el día en que, a raíz de un movimiento que compaginó las fuerzas cívicas y militares, fue derrocado el régimen de Marcos Pérez Jiménez.
El militar, que estuvo al frente de la nación desde 1948, huyó en la madrugada hacia República Dominicana con sus familiares y colaboradores más cercanos, luego de que efectivos militares protagonizaran un levantamiento y lo obligaran a renunciar. Este suceso marcó el fin de la dictadura de 10 años y abrió la puerta a la etapa más larga en democracia que ha tenido el país.
Desde el Instituto de Investigaciones Históricas actualmente se desarrolla el proyecto “Análisis de la erosión de la democracia en Venezuela”. ¿Cuál es el objetivo y alcance del desarrollo de esta investigación?
«Nosotros aquí en el IIH, estamos haciendo un trabajo de investigación, que está en una frase muy preliminar. Ya tenemos una primera fase desarrollada y estamos empezando a estudiar por qué el sistema democrático nacido en el año 1958, que parecía en un momento tenerlo todo a su favor, comenzó lentamente a rodar por un plano inclinado, hasta colapsar en el transcurso más o menos de 20 años; es decir, del año 78 al año 98.
El objetivo de esta investigación es entender y desarrollar un poco un conocimiento sistemático, reflexivo y fundamentado sobre los últimos años del régimen anterior, que no han sido estudiados desde una perspectiva histórica. Hay muchas cosas que se dicen, se discute mucho, pero no se han evaluado ni investigado con detenimiento. Cuando hablamos del 23E como una memoria histórica, en la cual la historia y la enseñanza de la historia ha dado paso a lo que dicen los recuerdos sobre esa última parte, sobre esos últimos 20 años no hay mucho que decir. Todavía no ha sido sistemáticamente sintetizado y analizado ese período.
Hicimos una primera fase que fue muy exploratoria. Investigadores de distintas áreas se dedicaron a estudiar qué es ya lo que está escrito y lo que se ha dicho, desde muchas perspectivas, sobre ese período. Que no haya una investigación histórica sistemática no significa que no haya investigación sobre este período: La politología, la sociología, la economía e, incluso la psicología, las ciencias sociales en general, escribieron mucho sobre un país que estaba en crisis. Anunciaron muchas cosas sobre esa crisis, cuando estaban en su forjamiento y pleno desarrollo.
Lo que pretendemos alcanzar es dar un primer paso que después, por supuesto, sirva para que la sociedad se entienda mejor a sí misma, comprenda un poco mejor cómo estamos donde estamos y, tal vez con esto, vea o tenga algunas pistas para ver cómo salir del lugar en el que estamos. También ver qué cosas dichas en ese entonces se confirmaron y cuáles no. Con base en esto, hacernos una idea preliminar para saber cuál es el estado actual de la democracia, dónde estamos en este momento e ir más allá».
¿Cuál fue el rol de las élites económicas en la erosión de la democracia nacida a partir de 1958 y cuál debería ser su papel en un proceso de restauración de la misma?
«En el proceso de desdemocratización venezolana, las élites tuvieron un papel muy importante, porque en última instancia eran las que estaban a cargo y se les fue de las manos. El principal error que tuvieron las élites venezolanas, a finales de la década de los 80 y 90, fue no aceptar las reformas que el país necesitaba. El sistema político y el modelo de desarrollo venezolano estaba agotado; hacían falta unas reformas, pero esas reformas era relativamente dolorosas: implicaban compartir poder o en todo caso, renunciar a ciertos privilegios dentro de la repartición de la renta petrolera.
Al unísono con las mayorías, las élites no quisieron las reformas. Hay que entender que las veces que se planteó hacer la reformas, para oxigenar y renovar el sistema de desarrollo, la sociedad venezolana dijo que no. En gran medida, cuando se derrocó a Carlos Andrés Pérez y cuando se votó por Chávez.
El voto de Chávez fue el costo que entendió la sociedad venezolana para dejar que las cosas fueran iguales. La gente no votó por Chávez para que las cosas cambiaran sustancialmente, sino para que las cosas se mantuvieran como venían siendo desde la década de 1940: un Estado con una enorme riqueza que sea promotor, providente, benefactor. Y si ese Estado no podía seguir siendo así, la gente identificó que eso se debía a los políticos, quienes efectivamente tenían muchas responsabilidad, y si el costo era salir de los políticos y de esa política para que ese Estado se mantuviera, lo hicimos.
En la reconstrucción de una democracia en Venezuela, las élites deberían tener algún papel. Eso está por verse, porque la función de la élite es la dirigencia y el liderazgo de la sociedad, y los grandes procesos necesitan de liderazgos. Habría que ver qué nuevas élites surgen, porque no pueden ser las anteriores, ya que desaparecieron o se transformaron de tal manera que se convirtieron en otra cosa».
¿Podría brindar una perspectiva real sobre la recuperación de la democracia en Venezuela?
«Hay una idea de Germán Carrera Damas que me gustaría emplear. Él dice que, por primera vez en la historia venezolana, en la actualidad es el pueblo el que reclama la democracia a las élites, sean cuales sean ellas; y que no es un grupo de las élites, ni una vanguardia de la élite ni una dirigencia determinada la que le está llevando la democracia al pueblo como quien lleva una buena nueva y trata de evangelizar al pueblo con unos valores.
Esa presión de abajo hacia arriba, para Carrera Damas, es muy esperanzadora y yo creo que es un signo interesante. Esto no significa que los valores democráticos estén tan nítidamente asumidos, como eventualmente pudiera quererse desde ciertas perspectivas, como tampoco significa que no estén presentes otros valores. En 1958, los venezolanos eran demócratas, creían en la democracia, creían en la modernidad, pero en sí mismos no eran tan modernos como pensaban.
Esto forma parte de las cosas que hemos encontrado en el proyecto. Es complejo, contradictorio, paradójico en muchos aspectos, pero porque los humanos somos así.
Pero en términos generales, hay unos valores que están en la sociedad y que presionan hacia arriba, y creo que ellos pudieran ser esperanzadores.No podemos cerrar los ojos ante el contexto mundial sobre la democracia. Actualmente, vemos una re-autocratización de muchos países del mundo. Hay líderes populistas, personalistas, autoritarios, que han ocupado lugares importantes inclusive dentro de la Unión Europea. Esta es una esperanza que tiene que ser tan mesurada, precavida y cautelosa, como lo indican las circunstancias, pero es una esperanza al fin y al cabo».