Ni sucia, ni reprimida, ni brutal: ocho errores históricos comunes sobre la Edad Media
Encajar mil años en un mismo cajón requiere obviar lugares y momentos concretos que contradicen todo lo que pensamos sobre el Renacimiento o la Antigüedad
«La Iglesia no destruyó la cultura europea»
La idea de que el mundo estaba en la completa oscuridad durante mil años y de repente, a mediados del siglo XV, unos cuantos europeos encendieron el interruptor y se hizo la luz es una interpretación inventada por las corrientes protestantes y luego los ilustrados. La Edad Media no fue el periodo oscuro, sin cultura ni evolución científica, dominado por la religión que tenemos clavado en el imaginario. O desde luego no fue más sombrío que otros momentos de la historia. Encajar mil años en un mismo cajón requiere obviar lugares y momentos concretos que contradicen todo lo que pensamos sobre el Renacimiento o la Antigüedad. Requiere sacrificar la verdad en pos de mitos y tópicos…
En la etapa que conocemos como Plena Edad Media, entre los siglos XI al XIII, se produjo un espectacular crecimiento en Europa a nivel económico y demográfico que casi nunca se menciona, lo que se tradujo en el incremento de las ciudades y en la expansión de la cultura y la alfabetización, aún a un ritmo lento, por todo el continente.
De aquellos años, minimizados en los libros de historia, nació el humanismo cristiano, el parlamentarismo, el desarrollo universitario o la difusión de los libros, por poner unos cuantos ejemplos de elementos que han configurado la Europa actual.
1.º La caída de Roma no fue culpa de la religión
Edward Gibbon y otros representantes de la historiografía tradicional achacaron el derrumbe del Imperio romano, punto de partida de la Edad Media, a que el cristianismo convirtió a sus soldados y ciudadanos en monjes. La oscura religión cristiana habría provocado así la pérdida de los valores grecorromanos. Trabajos posteriores no han dejado de enmendar esta visión tan limitada. Las razones del colapso del Imperio romano en Occidente están relacionadas con múltiples factores, entre ellos cuestiones demográficas, económicas y relacionadas con las luchas internas de poder, que no dejaron de restar eficiencia a la administración civil y desligar a sus élites de su compromiso en la defensa de las fronteras. La presión sufrida a manos de elementos externos a la cultura romana terminaron por romper todas las contenciones.
Al contrario, se suele ignorar que fue la religión cristiana la que creó un sentimiento de identidad común para todos los romanos y que incluso cuando cayó el Imperio Occidental permitió que sobreviviera su legado a través de la Iglesia. Y, en cualquier caso, el egocentrismo de la Europa occidental oculta que puede que Roma cayera en Occidente, pero no lo hizo en Oriente. El llamado Imperio bizantino, en su día simplemente el Imperio, fue una potencia cultural, económica y militar durante siglos y siglos de la Edad Media.
A pesar de que el diccionario de la RAE de la Lengua Española (edición de 1970) defina «bizantinismo» como «corrupción por lujo en la vida social, o por exceso de ornamentación en el arte», este imperio fue todo menos decadente o corrupto. Gracias a su labor cultural se mantuvo y transmitió el legado cultural del helenismo que permitió a los sabios del Humanismo encontrar el camino de vuelta al mundo clásico. Comos señala Guglielmo Cavallo en su libro «El hombre bizantino» (Alianza, 1994), «Bizancio anticipa el estado centralizado de la Edad Moderna, experimenta formas estatutarias de asistencia pública y privada a la pobreza, se abre a modos capitalistas de expansión económica, concede a la mujer -aunque sea bajo el ropaje de un difundido antifeminismo- una dignidad y un papel desconocidos hasta nuestro siglo, y anticipa prácticas de trabajo intelectual (ediciones de textos, formas de lectura) de la Edad Moderna».
2.º La Iglesia no destruyó la cultura europea
La caída del Imperio romano en Occidente desencadenó siglos muy duros, siglos de peligros y de un rápido proceso de feudalización, esto es, de fragmentación. Desapareció el Estado y apareció la inseguridad. Cuenta el historiador británico Tom Holland, autor de «Dominio», que si alguien fue garante de la cultura en esos años de caos fue precisamente la Iglesia:
«No hubo un decrecimiento de la cultura. Tenemos la construcción de las grandes catedrales, como la de Santiago, y tenemos a grandes escritores como Dante. La Europa de la Edad Media fue la primera gran civilización de nuestro mundo y de donde surgieron las demás. La actual Europa no es heredera de Roma y Grecia, sino de la Europa medieval. Occidente nació entonces».
En el seno de la Iglesia se desarrollaron las primeras universidades y el trabajo de copistas, traductores y otros elementos que permitieron conservar del olvido la cultura clásica. Como explica el historiador Javier Martínez-Pinna en su obra «Eso no estaba en mi libro de Historia de la Edad Media» (Almuzara), el desarrollo de la enseñanza universitaria en Europa estuvo muy vinculado a la recuperación de la filosofía aristotélica, de la a partir de los siglos XII y XIII se generalizaron las traducciones de Aristóteles sobre lógica, metafísica, ética y política. Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia y fraile, fue uno de los maestros europeos que más contribuyó a extender la obra del filósofo heleno.
Las universidades y centros de enseñanza que se crearon en esas fechas contaron con la imprenta aristotélica y el impulso de la Iglesia.
3.º ¿Una higiene deficiente?
Desde su cuenta en Twitter y en sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas, Consuelo Sanz de Bremond Lloret se ha convertido en todo un fenómeno de la divulgación histórica por su labor desmontando mitos populares sobre la Edad Media. En contra de la creencia extendida de que de buenas a primeras toda la humanidad se abandonó a los métodos higiénicos más nauseabundos, esta experta en indumentaria histórica explica que «es ridículo pensar que nuestros antepasados medievales no conservaran los antiguos saberes botánicos y de limpieza personal, como ridículo es pensar que las mujeres, responsables principales de las comodidades domésticas, fuesen incapaces de cuidar la higiene no solo de su propio cuerpo, sino también la de su gente».
«Tal vez haya sido nuestra superioridad tecnológica la que nos ha llevado a creer que la vida de nuestros antepasados transcurría entre porquería. Los hábitos de higiene han sido importantes siempre, también en la Edad Media. Existen recetarios medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa, para la elaboración de cosméticos, para la fabricación de perfumes. Había normas en hospitales para asear a los enfermos y mantener limpia la ropa de la cama. Cualquier tipo de prenda se consideraba un bien muy valioso, se heredaban incluso las apolilladas. En la propia iconografía podemos ver hombres y mujeres preocupados por su imagen, con cabellos bien peinados, arreglados con sofisticación», apunta.
4.º Sucios cristianos contra limpios musulmanes
La otra cara de la moneda sobre el mito de la falta de higiene medieval está relacionada con el supuesto contraste que había entre los sucios cristianos y los limpios musulmanes. Este mito tiene su origen en el contexto de lucha propagandística entre musulmanes y cristianos en la Edad Media, donde el abismo cultural entre estas dos religiones agrandó los prejuicios y los recelos de ambos pueblos.
Entre muchos ejemplos de textos musulmanes criticando los hábitos del otro bando, un cronista árabe escribió en la Baja Edad Media que los cristianos de la Península «son criaturas traidores y de condición vil. No se limpian ni se lavan al año más que una o dos veces, con agua fría. No lavan sus vestidos desde que se los ponen hasta que, puestos, se hacen tiras; creen que la suciedad que llevan de su sudor proporciona bienestar y salud a sus cuerpos».
La mala fama de la higiene cristiana también es extrapolable a la comparación con los judíos, de los que se suele decir sin pruebas ni cifras que sobrellevaron mejor las sucesivas epidemias de peste gracias a sus mejores hábitos higiénicos, o la de los conquistadores españoles y los indígenas de América.
Lo único cierto en esta imagen de una sociedad que, a ojos actuales, podría parecernos descuidada, es que a principios del siglo XVI aparecieron nuevas normas de higiene en la Europa cristiana ante la creencia de a través de los poros de la piel entraban las infecciones. De ahí que se desaconsejaran los baños calientes o de vapor, sin que ello fuera obstáculo para que hasta gente corriente, por descontado los reyes y los nobles, realizaran una limpieza exhaustiva y diaria de las distintas partes de su cuerpo a través de método en seco como era la frotación de las prendas.
5.º Sexo y desnudez
No hay pruebas de que existieran cinturones de castidad en la Edad Media, esto es, bragas de hierro instaladas por los maridos a sus esposas para evitar que les pusieran los cuernos. La mayoría de cinturones de castidad que hoy se exhiben en museos y gabinetes de curiosidades fueron artefactos creados por mentes del moralista siglo XIX que quisieron imaginar una Edad Media repleta de perversiones.
La idea de que el sexo en la Edad Media era algo restringido, algo bajo llave, la manzana prohibida, es en su mayoría una reinvención posterior y nacida de la creencia de que la Iglesia tenía un poder omnipresente. Las leyes de la Iglesia nunca prohibieron que esposo y esposa se vieran desnudos, como mucha gente piensa. Este mito surge de achacar a los Penitenciales, un manual para confesores escrito a mediados del siglo VI en las Islas británicas, más influencia de la que tuvo en su día. La obra fue escrita por una comunidad religiosa de ascetas que combatían el paganismo, pero su impacto en el resto del continente fue marginal.
«El Decamerón» de Giovanni Boccaccio, escrito entre 1351 y 1353, es una crónica bastante picante de las relaciones en aquella época incluso en los conventos que demuestra que la moral era más relajada de lo que se suele imaginar. La presencia multitudinaria de desnudos incluso en representaciones religiosas obligan a plantearse una imagen diferente de lo que tradicionalmente se atribuye a la Edad Media.
6.º El derecho de pernada
El derecho de pernada o «ius primae noctis» era el privilegio feudal por el que los nobles tenían potestad de pasar la noche de bodas con la mujer de sus vasallos, esto es, de desvirgarla. No en vano, la mayoría de historiadores reducen la incidencia del derecho de pernada a casos y lugares muy concretos, aunque recuerdan que este privilegio feudal se ejercía de forma indirecta mediante el pago de un impuesto al señor por haber autorizado el enlace de sus vasallos. Es más, era tradicional en muchos lugares que el señor simulara el acto sexual o saltara encima de la novia en las celebraciones que seguían a la boda, a modo de recordatorio del poder del noble sobre sus vasallos y como remanente de lo que algún día fue el derecho de pernada.
Quienes defienden que nunca existió se aferran a la escasa documentación y a los pocos textos legales en los que hay referencia al este abuso. Así y todo, l a Sentencia arbitral de Guadalupe (1486) por la que Fernando El Católico puso fin a muchos de los abusos de la nobleza contra los vasallos catalanes se menciona que «ni tampoco puedan [los señores] la primera noche quel payés prende mujer dormir con ella o en señal de senyoria». Una frase que demuestra que el derecho de pernada había sido algo al menos teórico en otro tiempo.
Si bien existe la creencia de que la Iglesia fue cómplice de este supuesto derecho, lo cierto es que las instituciones eclesiásticas se alzaron como el escudo que protegió al pueblo llano de algunas de esas injusticias cometidas por los nobles. La Iglesia se preocupó por que el matrimonio cristiano no fuera una concesión de un rey o de un señor feudal, sino una comunidad de la vida y del amor entre dos personas regida por las leyes de Dios. Así, luchó por que el derecho canónico se situara por encima de cualquier uso o fuero ancestral, incluido el derecho de pernada.
7.º Persecución de brujas pertenece a otro periodo
La imagen de una quema de brujas es una de las estampas más representadas por el cine y la literatura a la hora de recrear la Edad Media. Sin embargo, la realidad es que fue la Edad Moderna la que trajo episodios tan avanzados como las guerras de religión o la caza masiva de brujas.
Salvada la Edad Media, se desató a comienzos de la Edad Moderna una inesperada obsesión por la caza de brujas, porque, según sostiene el historiador Ricardo García Cárcel, se introdujo una nueva novedad en la sociedad: «La idea de que el demonio estaba en todas partes y que las brujas habían sido creadas por él». La fiebre cazadora empezó a finales del XV, respaldada, en 1484, por el Papa Inocencio VIII en la bula Summis desiderantes affectibus: «Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños aún en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir». Se abría la veda.
La fiebre tornó en delirante conforme avanzaban los años. «A finales del siglo XVI el problema se agravó porque la intelectualidad europea y racionalista se obsesionó con el demonio y mezcló esta idea con la de las brujas», explica García Cárcel, autor de «La Inquisición», Madrid, Anaya, 1995. A consecuencia de este fenómeno se vivieron ochenta años de terror que afectaron, sobre todo, a la Europa central, Inglaterra y a los países más avanzados. Los investigadores actuales estiman que, entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII, se produjeron de 40.000 a 60.000 condenas a la pena capital por este concepto. La mayor parte de los ejecutados tuvo lugar en Alemania y los países colindantes.
8.º La delicada convivencia en Al-Ándalus
En la sociedad andalusí hubo una coexistencia pacífica en algunos momentos y lugares entre musulmanes, cristianos y judíos que a comienzos de la Edad Moderno hubiera resultado impensable en una Europa que se desangraba incluso entre distintas ramas del cristianismo. Sin embargo, cabe recordar que la tolerancia que se estableció en Al-Ándalus no es trasladable al concepto actual de tolerancia y tenía en ese momento unos límites claros.
En todo momento se dio una separación de carácter legal entre unas comunidades y una cesión de espacios obligada, en parte, porque los invasores no estaban en condiciones de implantar sus creencias y, además, porque el Corán establece que la fe islámica no se puede imponer por la fuerza.
Como cuenta el doctor Juan Abellán Pérez en el libro coordinado por Vicente Ángel Álvarez Palenzuela «Historia de España de la Edad Media» (Ariel), los jefes visigodos recibieron distintos tratos en función a si durante la conquista habían ejercido oposición o no. A los hostiles se les exigió sumisión total al Islam (sulh), mientras a los que no se resistieron únicamente se les reclamó respeto a la autoridad política (‘ahd). No en vano, y tal vez esta es la base del mito de la buena vecindad entre religiones, en ambos casos se garantizó su vida y sus creencias a cambio de pagar un impuesto personal o capitación en metálico (yizya), aparte de la contribución territorial en especie (jaray), que debían pagar incluso si optaban por convertirse a la fe de los conquistadores. También las posesiones de la Iglesia fueron respetadas en este tipo de pactos que primaron el pragmatismo por encima de los dogmas religiosos:
«Que no se confiscarán sus propiedades ni serán esclavizados. Que no serán separados de sus mujeres e hijos, ni serán asesinados. Que no serán quemadas sus iglesias ni expoliados los objetos de culto que contienen. Que no serán discriminados ni aborrecidos por sus creencias religiosas».
A largo plazo, sin embargo, los judíos y cristianos que no se convirtieron padecieron los estragos de un sistema legal, impuesto por una minoría no autóctona, que en función a los vaivenes políticos discriminaba más o menos a los no mahometanos. El resultado es que en Al-Ándalus convivieron dos sociedades duales, yuxtapuestas y claramente diferenciadas: la de los conquistadores y la de los conquistados. Entre los conquistados, se incluían también los muladíes, conversos de origen hispánico, que no gozaban de la misma igual que la clase árabe dominante, quien a su vez mantenía relegada a la de los bereberes.
La discriminación religiosa se difuminaba en muchos aspectos con las división social reinante. De hecho, la aristocracia hispana que se convirtió al Islam convivió a la perfección con la árabe, de modo que ambos unieron esfuerzos contra las revueltas de bereberes, eslavos y clases bajas. Porque, ya se sabe, poderoso caballero es don dinero.-
César Cervera/ABC de Madrid