Trabajos especiales

La amenaza sobre Ucrania, desafío a los derechos humanos

"Es una situación que no soporta el mínimo examen desde una mirada del derecho internacional"

«De fondo, creo que la situación internacional que vivimos es, últimamente, un cuestionamiento de un orden basado en el derecho internacional que se intenta sustituir por otro orden mundial basado en la fuerza, el realismo político que defiende los propios intereses, y las efusiones étnico-culturales-lingüísticas»

 

«La experiencia que estamos viendo en Ucrania debería ser un mensaje fuerte para aquellos grupos en la Iglesia católica que coquetean con el rechazo a los derechos humanos por sofisticación o por búsqueda de purismo cristiano»

 

En 2014 se publicaba el libro Libertad y responsabilidad: En busca de la armonía. Este libro era la traducción española de una colección de discursos y escritos del Patriarca de Moscú Cirilo previos a su elección como tal. El libro trata de diferentes temas de religión y sociedad y sobre la contribución del cristianismo a la Europa de hoy. Un elemento que llama la atención del libro, dentro de su altura intelectual y su profundidad, es la actitud profundamente escéptica – sino abiertamente contraria – a la tradición de los derechos humanos que muestra. La razón de fondo que parece transmitirse es el valor mucho mayor de la tradición cristiana en sí misma que los derechos humanos serían incapaces de recoger y más bien traicionarían.

Esta postura es compartida por algunos grupos y líneas de Iglesia católica al percibir la tradición ético-jurídica de los derechos humanos como un paso de secularización del mensaje puro del Evangelio. En el caso del Patriarca Cirilo, además de estos posibles argumentos hay un elemento esencial: su perspectiva desde la Ortodoxia Rusa. Al fin y al cabo, la Iglesia Ortodoxa rusa supone necesariamente una mirada que reduce el horizonte de búsqueda de lo universal y privilegia la tradición local y una cultura particular concreta. Sin entrar en reflexiones ecuménicas que van más allá de este artículo, es lógico pensar que una vivencia del cristianismo esencialmente local y vinculado a una cultura particular tenga sus dificultades con propuestas éticas universales.

Como decía, la lectura de aquel libro en su momento me asombró al tomar conciencia de las fuertes diferencias de fondo entre la posición católica desde el Vaticano II y la posición ortodoxa en cuanto a los derechos humanos, y por extensión, ante la posibilidad de una moralidad universal compartida por todos los hombres y mujeres.

Kirill, durante la misa de Navidad en Moscú

Kirill, durante la misa de Navidad en Moscú

 

En estas semanas estamos siendo testigos de la amenaza rusa sobre Ucrania, un país soberano, con sus deficiencias a muchos niveles, pero un país que ha sido reconocido por el concierto de las naciones de manera a-problemática por treinta años ya. Es una situación que no soporta el mínimo examen desde una mirada del derecho internacional. La razón probablemente es que quienes han llevado a esta situación simplemente no creen en el derecho internacional, aunque en el discurso de cara a la galería lo puedan mencionar. Son otros los argumentos y razones que han llevado a esta situación: la justificación de países y naciones por la lengua, la cultura o la historia; la idea de que defender el interés y seguridad del propio país como justificación para ejercer fuerza injustificada sobre otros países; la idea motriz de una misión histórica de proteger a todos los miembros de un pueblo o de un grupo cultural estén donde estén…

De fondo, creo que la situación internacional que vivimos es, últimamente, un cuestionamiento de un orden basado en el derecho internacional que se intenta sustituir por otro orden mundial basado en la fuerza, el realismo político que defiende los propios intereses, y las efusiones étnico-culturales-lingüísticas.

En esta situación, que por sí misma muestra la necesidad de un derecho internacional y lo peligroso y desestabilizante de estos otros argumentos, es necesario volver a poner sobre la mesa la necesidad de un orden ético universal compartido. Este orden se ha ido gestando en el progreso espiritual de la humanidad desde la Escolástica española del s. XVI y conduce a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Los Derechos Humanos son una base ética compartida que conlleva necesariamente para su realización un sistema político, la democracia, y una forma de relacionarse los pueblos y las naciones: el derecho internacional. La idea última de este paradigma es que es la razón práctica ética la que haya de examinar qué se hace en política en los diferentes niveles, incluido el geopolítico.

Ucrania

Ucrania

No se trata de defender un país u otro, pues cualquier realización concreta de este paradigma de vida en sociedad de los seres humanos será siempre limitada y ambigua. Se trata de defender que cualquier paso que se dé ha de ser para ir más hacia esa forma de organizar las cosas, y que cualquier caso que se aleje debe ser entendido como lo que es: un retroceso en el progreso espiritual de la humanidad.

Estas situaciones que estamos viviendo hacen de repente extraordinariamente actual la encíclica de Juan XXIII, publicada en1963, Pacem in Terris cuando afirma, por ejemplo, que:

En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, …, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto. (9)

Por su parte, el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti de 2020 actualizaba recientemente estas ideas al afirmar, por ejemplo,

que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. (171)

O también:

Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. […] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar (273)

La experiencia que estamos viendo en Ucrania debería ser un mensaje fuerte para aquellos grupos en la Iglesia católica que coquetean con el rechazo a los derechos humanos por sofisticación o por búsqueda de purismo cristiano. Cuestionar los derechos humanos como paradigma ético, y sus implicaciones para la vida en sociedad y para las relaciones entre naciones, es precisamente lo que hacen quienes terminan dejándose llevar de un afán de expansionismo disfrazado de experiencia étnico-lingüística-cultural, prescindiendo por ello del más mínimo examen de una razón práctica honesta y compartida sobre sus intenciones.

«De fondo, creo que la situación internacional que vivimos es, últimamente, un cuestionamiento de un orden basado en el derecho internacional que se intenta sustituir por otro orden mundial basado en la fuerza, el realismo político que defiende los propios intereses, y las efusiones étnico-culturales-lingüísticas»

 

«La experiencia que estamos viendo en Ucrania debería ser un mensaje fuerte para aquellos grupos en la Iglesia católica que coquetean con el rechazo a los derechos humanos por sofisticación o por búsqueda de purismo cristiano»

 

En 2014 se publicaba el libro Libertad y responsabilidad: En busca de la armonía. Este libro era la traducción española de una colección de discursos y escritos del Patriarca de Moscú Cirilo previos a su elección como tal. El libro trata de diferentes temas de religión y sociedad y sobre la contribución del cristianismo a la Europa de hoy. Un elemento que llama la atención del libro, dentro de su altura intelectual y su profundidad, es la actitud profundamente escéptica – sino abiertamente contraria – a la tradición de los derechos humanos que muestra. La razón de fondo que parece transmitirse es el valor mucho mayor de la tradición cristiana en sí misma que los derechos humanos serían incapaces de recoger y más bien traicionarían.

Esta postura es compartida por algunos grupos y líneas de Iglesia católica al percibir la tradición ético-jurídica de los derechos humanos como un paso de secularización del mensaje puro del Evangelio. En el caso del Patriarca Cirilo, además de estos posibles argumentos hay un elemento esencial: su perspectiva desde la Ortodoxia Rusa. Al fin y al cabo, la Iglesia Ortodoxa rusa supone necesariamente una mirada que reduce el horizonte de búsqueda de lo universal y privilegia la tradición local y una cultura particular concreta. Sin entrar en reflexiones ecuménicas que van más allá de este artículo, es lógico pensar que una vivencia del cristianismo esencialmente local y vinculado a una cultura particular tenga sus dificultades con propuestas éticas universales.

Como decía, la lectura de aquel libro en su momento me asombró al tomar conciencia de las fuertes diferencias de fondo entre la posición católica desde el Vaticano II y la posición ortodoxa en cuanto a los derechos humanos, y por extensión, ante la posibilidad de una moralidad universal compartida por todos los hombres y mujeres.

Kirill, durante la misa de Navidad en Moscú

Kirill, durante la misa de Navidad en Moscú

 

En estas semanas estamos siendo testigos de la amenaza rusa sobre Ucrania, un país soberano, con sus deficiencias a muchos niveles, pero un país que ha sido reconocido por el concierto de las naciones de manera a-problemática por treinta años ya. Es una situación que no soporta el mínimo examen desde una mirada del derecho internacional. La razón probablemente es que quienes han llevado a esta situación simplemente no creen en el derecho internacional, aunque en el discurso de cara a la galería lo puedan mencionar. Son otros los argumentos y razones que han llevado a esta situación: la justificación de países y naciones por la lengua, la cultura o la historia; la idea de que defender el interés y seguridad del propio país como justificación para ejercer fuerza injustificada sobre otros países; la idea motriz de una misión histórica de proteger a todos los miembros de un pueblo o de un grupo cultural estén donde estén…

De fondo, creo que la situación internacional que vivimos es, últimamente, un cuestionamiento de un orden basado en el derecho internacional que se intenta sustituir por otro orden mundial basado en la fuerza, el realismo político que defiende los propios intereses, y las efusiones étnico-culturales-lingüísticas.

En esta situación, que por sí misma muestra la necesidad de un derecho internacional y lo peligroso y desestabilizante de estos otros argumentos, es necesario volver a poner sobre la mesa la necesidad de un orden ético universal compartido. Este orden se ha ido gestando en el progreso espiritual de la humanidad desde la Escolástica española del s. XVI y conduce a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Los Derechos Humanos son una base ética compartida que conlleva necesariamente para su realización un sistema político, la democracia, y una forma de relacionarse los pueblos y las naciones: el derecho internacional. La idea última de este paradigma es que es la razón práctica ética la que haya de examinar qué se hace en política en los diferentes niveles, incluido el geopolítico.

Ucrania

Ucrania

No se trata de defender un país u otro, pues cualquier realización concreta de este paradigma de vida en sociedad de los seres humanos será siempre limitada y ambigua. Se trata de defender que cualquier paso que se dé ha de ser para ir más hacia esa forma de organizar las cosas, y que cualquier caso que se aleje debe ser entendido como lo que es: un retroceso en el progreso espiritual de la humanidad.

Estas situaciones que estamos viviendo hacen de repente extraordinariamente actual la encíclica de Juan XXIII, publicada en1963, Pacem in Terris cuando afirma, por ejemplo, que:

En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, …, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto. (9)

Por su parte, el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti de 2020 actualizaba recientemente estas ideas al afirmar, por ejemplo,

que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. (171)

O también:

Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás. […] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar (273)

La experiencia que estamos viendo en Ucrania debería ser un mensaje fuerte para aquellos grupos en la Iglesia católica que coquetean con el rechazo a los derechos humanos por sofisticación o por búsqueda de purismo cristiano. Cuestionar los derechos humanos como paradigma ético, y sus implicaciones para la vida en sociedad y para las relaciones entre naciones, es precisamente lo que hacen quienes terminan dejándose llevar de un afán de expansionismo disfrazado de experiencia étnico-lingüística-cultural, prescindiendo por ello del más mínimo examen de una razón práctica honesta y compartida sobre sus intenciones.-

 | Gonzalo Villagrán Medina SJ, Decano Facultad de Teología Universidad Loyola

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