Lecturas recomendadas

Cuidando a los débiles

Rafael María de Balbín:

 

Es un  hecho sorprendente la propagación de la llamada ideología de género en muchos ambientes. Con aseveraciones no sólo discordantes con la raíz cultural de un pueblo, sino con el más elemental sentido común. Esta ideología “pone en peligro las realidades de la paternidad y la maternidad. Las palabras «padre» y «madre» han pasado a estar mal vistas por algunos gobiernos occidentales, que ahora utilizan los términos «progenitor 1» y «progenitor 2». Las primeras víctimas de estas conductas son, evidentemente, los hijos” (CARD. IOSEPH SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

En diciembre de 2012, con motivo de las felicitaciones navideñas a la Curia romana, Benedicto XVI trató este tema de un modo particularmente incisivo: «Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. [Conocemos] la afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: “Mujer no se nace, se hace” (On ne naît pas femme, on le devient). En estas palabras se expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema gender como una nueva filosofía de la sexualidad […]. El hombre […] niega la propia naturaleza y decide que esta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: “Hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). […]. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia […]. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre». (BENEDICTO XVI, Alocución a la Curia Romana, 2012)

La familia es fundamental para el nacimiento y el desarrollo de los niños, que sin ella son débiles y desprotegidos. “Quien defiende a Dios, defiende al niño y su derecho a nacer de un padre y una madre. De no ser así, la filiación pierde su definición y se sacrifica en aras del pensamiento políticamente correcto que pretende luchar contra la discriminación de los homosexuales satisfaciendo su deseo de tener hijos. ¿Y quién encabeza la marcha hacia ese abismo en el que los niños nunca podrán conocer sus orígenes? Fruto de un proceso de gestación encargada a otro, cargarán toda su vida con el peso de un nacimiento anónimo. Este sistema amenaza con nublar la noción misma de filiación y con hacer que los niños sufran el desarraigo de por vida. (…) ¿ No dudo de que las personas que forman parte de una pareja del mismo sexo son capaces de querer a los niños. Pero también afirmo que no pueden cubrir todas las necesidades de esos niños. Me limito únicamente a preguntar a mis lectores: prescindiendo de cualquier ideología y siendo totalmente honestos, ¿no sabéis, por propia experiencia, lo necesarios que son un padre y una madre?”  (CARD. IOSEPH SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

Al desvalorizar la paternidad y la maternidad como el mero desempeño de un papel, la ideología de género acaba por completo con la noción de familia. “Por motivos que permanecen ocultos, a lo largo de las últimas décadas del siglo XX hemos asistido al aumento de un odio visceral hacia la familia, que la literatura y el cine suelen retratar muy a menudo como un espacio de opresión y asfixia de la personalidad. ¿Es esa la experiencia que tenemos nosotros? Es cierto que hay casos patológicos; pero también es cierto que la familia es el principal escudo del amor, el último recurso de todos los que se saben en peligro. Cuando las cosas van mal, lo natural es recurrir a la familia. Aun así, desde el divorcio hasta el gender, pasando por el aborto y la contracepción, es como si la institución familiar hubiera sido el blanco de todos los ataques y de toda repulsa” (Ibid).

Abundando en el tema cabe citar lo que afirmaba en su Carta a las familias San Juan Pablo II: «En semejante situación cultural, la familia no puede dejar de sentirse amenazada, porque está acechada en sus mismos fundamentos. Lo que es contrario a la civilización del amor es contrario a toda la verdad sobre el hombre y es una amenaza para él: no le permite encontrarse a sí mismo ni sentirse seguro como esposo, como padre, como hijo. El llamado “sexo seguro”, propagado por la “civilización técnica”, es en realidad, bajo el aspecto de las exigencias globales de la persona, radicalmente no-seguro, e incluso gravemente peligroso. En efecto, la persona se encuentra ahí en peligro, y, a su vez, está en peligro la familia» (S. JUAN PABLO II, Carta a las familias, 1994, n. 13).

El designio de Dios es que el hombre viva y aprenda a vivir y a amar en el seno de una familia. Tratar de destruir la familia es intentar destruir el amor. “De hecho, creo que al demonio le resulta insoportable una realidad como la de la familia, el espacio por excelencia del amor y la entrega gratuita de uno mismo; eso es lo que suscita su odio y su violencia. Ahondando un poco más, la unión del padre, de la madre y del hijo es un vestigio de la fecunda unidad de la Trinidad divina. El demonio desea profanar esa unidad trinitaria sirviéndose de las familias. Quiere, sobre todo, privar a los niños inocentes de una infancia feliz y rodeada de amor. Destruyendo a las familias, aquel que es «homicida desde el principio» no hace sino replicar la masacre de los Santos Inocentes. Desde que Dios se hizo un niño de pecho, le parece intolerable la inocencia de cualquier niño, porque es el reflejo de la inocencia de Dios. Por eso es urgente defender y apoyar a las familias. No se trata solamente de un deber moral: es una parte del combate espiritual. Hay que ayudar a los esposos a amarse fielmente toda la vida. Ellos son portadores de la imagen de la fidelidad de Dios a su pueblo y, en particular, a los más débiles y a los niños”  (CARD. IOSEPH SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

La familia es, en todos los casos, la mejor salvaguarda del hombre desde su niñez. «Precisamente la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la mayor ayuda que se puede dar a los niños. Estos quieren ser amados por una madre y un padre que se aman, y necesitan vivir, crecer y vivir junto con ambos padres, porque las figuras materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad. Por lo tanto, es importante que se haga todo lo posible para ayudarles a crecer en una familia unida y estable. Para ello, es preciso exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y el carácter sacramental de su pacto conyugal y a reforzarlo con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar falto de serenidad, la separación de los padres y, en particular, la separación con el divorcio conllevan consecuencias para los niños, mientras que sostener la familia y promover su verdadero bien, sus derechos, su unidad y estabilidad es el mejor modo de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores» (BENEDICTO XVI, Alocución al Consejo Pontificio para la familia. 2010).-

(rbalbin19@gmail.com)

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