¿Qué se hizo del velo de la Verónica?
Descubre tres de los misterios que rodean a este personaje
El famoso personaje que aparece en una de las etapas del Vía Crucis , más exactamente en la sexta estación, está lleno de misterios. Hablamos de una mujer que se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con su velo el sudor y la sangre del rostro de Cristo, quedando impreso en el velo.
Este fiel reflejo de Jesús, es un “verdadero icono”. El nombre Verónica, significa justamente esto “verdadero icono”, que parece derivar de la combinación del adjetivo latino “verdadero” al sustantivo griego “icono” o “imagen”, para indicar que es la “imagen verdadera” de Jesús, considerada no pintadas por manos humanas. Y este es uno de los misterios, su nombre.
Otro misterio es que en realidad esta escena del Vía Crucis, no se encuentra descrita en ninguno de los cuatro evangelios. Nace de una antigua tradición: Se dice que un día el emperador romano Tiberio fue golpeado por una enfermedad grave. Al enterarse de que en la lejana Palestina había un gran sanador llamado Jesús, ordenó a su mensajero Volusiano que fuera a buscarlo en Jerusalén. Pero Volusiano llegó a Palestina cuando ya era demasiado tarde: ¡Jesús había sido crucificado!
Volusiano, sin embargo, no quería volver con las manos vacías de Tiberio, porque temía su ira. Así que partió en busca de los seguidores de Jesús, para obtener de ellos al menos una reliquia del maestro. Así que encontró a una mujer llamada Verónica, quien admitió que ella había conocido a Jesús y le contó una historia prodigiosa. Volusiano inmediatamente le pidió a Verónica ese retrato y ella consintió en llevarlo a Tiberius en persona. Quien, tan pronto como estuvo en presencia de la tela sagrada, se curó instantáneamente. A partir de ese momento, la famosa reliquia quedó en Roma.
Y aquí viene el tercer misterio: ¿Dónde se encuentra el velo de la Verónica?
Siguiendo la tradición mencionada antes de Volusiano, el velo llegó a Roma en la época del emperador Tiberio y así lo demuestra una inscripción que aún puede leerse en los restos de un cofre de madera, conservados en el Pantheon. Donde indica que la misma Verónica lo trajo desde la Palestina: “In ista capsa fuit portatum Sudarium passionis Domini Nostri Jesu Christi Hierosolymis Tiberio Augusto”, (En esta caja fue traído de Jerusalén, para Tiberio Augusto, el Sudario de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo).
Cuando se construyó la nueva basílica de San Pedro, la reliquia de la Verónica fue mandada trasladar por Urbano VIII a una de las cuatro capillas alojadas en los pilares que sostienen la cúpula, donde se custodian las reliquias más preciosas. En el pilar se encuentra una estatua que la representa con la siguiente inscripción: “Urbano VIII Pontífice Máximo añadió una estatua de mármol y un altar, edificó y adornó una capilla para que la majestad del lugar custodie adecuadamente la imagen del Salvador impresa en el sudario de la Verónica”.
Según otra leyenda el velo con el “Santo Rostro” se encontraría en Manoppello (Pescara, Italia). En 1506 un peregrino llegó a Manoppello, trayendo un panel con lo que él decía que era el retrato del rostro de Cristo, lo entregó al físico Giacomo Antonio Leonelli, para luego desaparecer misteriosamente.
Muchos sostienen que el Rostro Santo de Manoppello es el original, después del resultado de un examen llevado a cabo con un escáner digital al que confirma que sobre el tejido no hay rastros de color ni pigmentos. Aun hoy no se ha podido descubrir cómo puede haberse formado la imagen sobre ese finísimo velo. Y lo más curioso es que el rostro de Manoppello coincide por dimensiones con el rostro de la Sábana Santa, a diferencia del que se encuentra en el Vaticano.
Pero si creían que esto terminaba aquí, pues no, ya que hay un tercer y cuarto velo. Se encuentran en España, precisamente en la ciudad de Jaén y en Alicante: “La Santa Faz de Jaén” y “La Santa Faz de Alicante”.
¿Dónde está entonces el verdadero velo?