El alcalde de Estambul, la peor pesadilla de Erdogan
Burak Bekdil.
En 1994, el establishment laico turco quedó en shock cuando un joven militante islamista se alzó con la victoria en las elecciones municipales de la mayor ciudad del país, Estambul. «Quien gana Estambul, gana Turquía», solía decir aquel tipo, el actual presidente del país, Recep Tayyip Erdogan. La Historia le daría la razón.
El mandato municipal de Erdogan llegó a su fin en 1997, luego de que recitara un poema proislamista: lo de «Las mezquitas son nuestros barracones, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados» le valió una condena a 10 meses de prisión por «incitar al odio religioso»; condena que cumplió. En 2002, su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) consiguió una victoria arrolladora en las legislativas.
Desde entonces, Erdogan no ha tenido rival, primero como primer ministro y desde 2014 como presidente. Los observadores coinciden en que su imagen de víctima de un régimen autoritario laico, cuidadosamente fabricada, le ayudó a ganar elección tras elección. «La gente lo veía como el chico del otro lado de las vías al que el sistema castigó injustamente», escribe Soner Cagaptay, autor de Erdogan’s Empire («El imperio de Erdogan»).
Curiosamente, quien se ha convertido en la peor pesadilla de Erdogan está siguiendo un derrotero similar. Marzo de 2019: las municipales se acercaban a toda velocidad a una Estambul en manos islamistas –junto con la capital del país, Ankara– desde 1994. El candidato erdoganita era de un perfil muy alto, el ex primer ministro Binali Yildirim. Por su parte, la oposición –que agrupaba a demócratas, liberales, algunos nacionalistas y kurdos– se unió tras Ekrem İmamoglu, por entonces un poco conocido alcalde de distrito.
Durante la campaña electoral, los cuadros y trolls del partido de Erdogan se volcaron en difamar a Imamoglu. Uno de los dirigentes del AKP habló de los «numerosos interrogantes» que, según él, se cernían sobre la filiación etno-religiosa del candidato opositor, a quien instó a demostrar que su «espíritu, corazón y mente están con la nación turca». La maquinaria propagandística empezó a difundir que Imamoglu era un criptogriego y que sus seguidores eran griegos disfrazados de musulmanes. Asimismo, se le acusó de tener vínculos con los terroristas kurdos.
La votación del 31 de marzo se reveló un fiasco político para Erdogan y su aparentemente invencible AKP: Imamoglu venció por un estrecho margen de 13.000 votos (en una ciudad con 18 millones de habitantes). La Junta Electoral, controlada por el AKP, dictó que se celebrara una nueva votación el 23 de junio. Entonces, Imamoglu ganó por 800.000 votos, provocando el estupor en Erdogan y en la gigantesca maquinaria de su partido.
Sólo dos años antes, Erdogan había afirmado: «Si perdemos Estambul, perdemos Turquía».
Desde la restauración de la democracia (1983) que siguió al golpe militar de 1980, ningún candidato había logrado una mayoría así en Estambul: Imamoglu se hizo con el 54% de los votos, frente al 45% del candidato del AKP y al 25% que consiguió Erdogan en 1994.
El resultado de las municipales de Estambul desencadenó una campaña de odio e intimidación contra Imamoglu que, paradójicamente, le encumbró como contrincante perfecto de Erdogan para las próximas presidenciales, que tendrán lugar el año que viene.
En los primeros días de la pandemia de la covid-19, Erdogan lanzó una campaña nacional para que empresas y turcos acaudalados socorrieran a los pobres. O sea: el Gobierno de Ankara quería recaudar dinero entre la gente para ayudar a la gente. Cómo sorprenderse de que se recaudaran unos vergonzosos 245 millones de dólares, en un país con 83 millones de habitantes; y la mayoría procedían de empresas controladas por el Gobierno.
En paralelo a la campaña de Erdogan, Imamoglu y el alcalde de Ankara, Mansur Yavas, lanzaron otra para ayudar a los pobres de las dos mayores ciudades del país. Pero había un problema. El Gobierno dijo que la ley decía que los ayuntamientos tenían que obtener un permiso del Ministerio del Interior para emprender iniciativas relacionadas con la recaudación de fondos. Imamoglu y Yavas adujeron que otras alcaldías, controladas por el Gobierno, estaban también recaudando donativos para ayudar a trabajadores y pequeños comerciantes que habían perdido sus ingresos como consecuencia del coronavirus. Sí, dijo el Gobierno: ellas consiguieron sus permisos y Estambul y Ankara no. Por lo visto, Erdogan no quería que los alcaldes de la oposición ganaran popularidad ayudando a los pobres.
En 2020, la financiera Vakifbank, controlada por el Estado, congeló la cuenta de la municipalidad de Estambul luego de que las donaciones por el coronavirus alcanzaran los 130 millones de dólares. El Ministerio del Interior abrió una investigación penal contra los dos alcaldes por financiación ilegal. «Patético», fue todo lo que dijo al respecto Imamoglu. En un posterior acceso de rabia, el Gobierno de Ankara suspendió también una iniciativa estambulita para vender pan barato a los más pobres.
El año pasado, en un episodio verdaderamente grotesco, el Ministerio del Interior abrió una investigación contra Imamoglu por «irrespetar la tumba de Mehmet II», el sultán otomano que conquistó Estambul en 1453. Al alcalde se le citó a declarar. ¿Cuál fue la ofensa? Por lo visto, que en una visita que hizo al mausoleo en 2020 se le vio ¡con las manos a la espalda! ¿La prueba? Una foto en la que se veía de esa guisa a Imamoglu. «En mi opinión, esto es una ofensa», dijo el titular de Interior, Suleyman Soylu. «Siento mucha vergüenza por el ministro», replicó Imamoglu.
Sea como fuere, Interior está de nuevo en la lucha por quitar de en medio a Imamoglu. Así, el pasado 27 de diciembre abrió una investigación a cientos de trabajadores del Ayuntamiento de Estambul por sus presuntos vínculos con organizaciones terroristas.
La investigación tiene en la mira a 455 personas que trabajan en la Alcaldía o en empresas municipales por su presunta vinculación con militantes kurdos, y a otro centenar largo por su presunta relación con grupos izquierdistas y de otro tipo proscritos.
La Alcaldía ha protestado aduciendo que ninguno de sus empleados tiene antecedentes penales, según los datos proporcionados por el Ministerio de Justicia. Sí, admite Interior, eso es cierto. Pero, insiste, los «terroristas» son individuos que están siendo investigados. Turquía se ha convertido en algo más grotesco que una caricatura: ¿Interior no reconoce que todo acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario? Parece que los «terroristas» de que habla el ministro son gente que está siendo investigada por sus relaciones con organizaciones ilegales pero que no han sido encausadas, y menos aún condenadas, ante un tribunal.
Esta clase de amedrentamiento no hace sino victimizar aún más a Imamoglu a ojos de los votantes y reforzará su popularidad, justo cuando la valoración de Erdogan se está desplomando.
Un sondeo de Metropoll Research deja la aprobación del presidente en el 38,6%, la más baja desde 2015 y por debajo de la de tres potenciales rivales del propio presidente en las elecciones. Una encuesta del Sosyo Politik Field Research Center cifró el apoyo al AKP de Erdogan en el 27%, frente al 37% que obtuvo en las legislativas de 2018. El aliado nacionalista del AKP, el MHP, está en el 6,3%, un punto menos de lo que obtuvo en 2018.
La más reciente investigación de Metropoll da una confortable ventaja a los alcaldes de Estambul y Ankara frente a Erdogan de cara a las presidenciales. En un duelo Imamoglu-Erdogan, el primero vencería al segundo por un 48,7% a 36,6%.
Es pronto para concluir que habrá un vuelco histórico en la política turca en 2023. Ahora bien, los informes son reales, así como los temores de Erdogan y la creciente temeridad de su Gobierno.-
Traducción del texto original: Istanbul’s Mayor: Erdoğan’s Worst Nightmare
Traducido por El Medio
Gatestone Institute