Opinión

Dos temas contrapuestos y cercanos

Bernardo Moncada Cárdenas

Multiplicando este escrito en dos, quiero referirme a un par de acontecimientos que dominaron mis reflexiones la pasada semana. En primer lugar, la sorpresiva información sobre el rescate de un apreciado profesor universitario, jubilado como quien escribe, todavía sirviendo al ideal académico que nos conquistó e incorporó de por vida. El catedrático fue hallado en trágico estado de inmóvil debilidad, deshidratado, y acompañando el cuerpo inerte de su cónyuge, también profesora de mi universidad. Persona del más respetable perfil académico y de versátil utilidad para las labores que a la ULA han valido el prestigio que conserva, se caracteriza el colega por su circunspección y discreto alejamiento de notoriedades. Dos eventualidades concurrieron para transformar su vida, de por sí complicada como la de todo jubilado universitario, en una celada mortal de la que sobrevivió milagrosamente perdiendo en cambio a su compañera. Resumiendo: en convalecencia de una cirugía le sobrevino el infortunio de su pareja e, intentando auxiliarla, cayó y quedó paralizado. Así, en una circunstancia que puede ocurrir a cualquiera de nosotros, una existencia de silente reputación en la ciencia y la enseñanza se transformó en foco de indeseado escándalo en redes y medios. Afortunadamente fue atendido y sanado, pero el dolor de lo sufrido mucho debe haberse acentuado con el festín de desinformaciones, señalamientos, instrumentalizaciones politiqueras, que inmediatamente proliferaron en lugar de condolencias, en un tiempo de comunicaciones que incomunican, cuando parece mejor buscar culpables que buscar soluciones y auxilios.

Indudablemente lo acontecido tiene carácter noticioso y pone de manifiesto la injusta situación en que sobrevivimos los jubilados, pero en el tratamiento de los hechos ha debido privar el respeto y la objetividad, antes que todo juicio interesado o deformación amarillista. En las redes fue difamada su familia, o se aprovechó para atacar al gremio que, inmediatamente, acudió al socorro. Ha podido sucederme a mí, e imagino cómo me sentiría si, además de la pérdida de alguien muy querido, y haber estado también en trance de muerte, tuviera que ver mi imagen expuesta en cuanta plataforma exista y leer acusaciones injustas contra mi familia. Por notoria que sea, ninguna calamidad como esa puede despojarnos de nuestra dignidad.

Luego, por contraposición, ocupó mi mente y mi afecto una conmemoración poco o nada difundida y comentada: los cuarenta años de presencia en Venezuela del carisma trapense (O.C.S.O.), orden monástica de clausura de la cual tenemos en el estado Mérida una fundación –el Monasterio de Nuestra Señora de Los Andes en la vía a los Pueblos del Sur- precedida por la comunidad de monjas trapenses, en la abadía de Nuestra Señora de Coromoto, Humocaro Alto, Municipio Morán del estado Lara. Esta pródiga realidad eclesiástica florecida en recónditos confines montañosos entre Lara y Trujillo, es resultado de cuatro décadas de vocación, voluntad, fe y Providencia Divina, que han premiado la intuición de dos valientes monjas venidas de la abadía de Vitorchiano, en Italia. Ligado a ambas entidades trapenses por una cadena de inesperados y afortunados hechos, puedo pregonar sin vacilaciones la significación y valía del carisma y la laboriosidad trapenses; para nuestro pueblo, sobre todo los más necesitados en los campos, y por su continua plegaria por el bien del país y de quienes se encomiendan a sus oraciones.

La celebración, prevista para el pasado 2 de este mes, hubo de ser suspendida debido a un brote del virus que asola al mundo de hoy, en la abadía. Este contratiempo no debe ser obstáculo para resaltar públicamente lo que los cuarenta años de la Trapa en Venezuela representan, y la lección que nos deja la ferviente persistencia que ha servido como instrumento para los mejores propósitos que Dios tiene para con nuestra nación.

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