El escándalo sexual que destruyó a los templarios
Se los acusó de sodomitas y hasta de satánicos: el rey Felipe IV de Francia estaba dispuesto a todo con tal de acabar con la poderosísima orden del temple. Aún hoy siguen apareciendo documentos sobre sus supuestas depravaciones
José Segovia:
Durante semanas, el maestre Jacques de Molay y una treintena de templarios fueron torturados tan cruelmente en una pequeña isla parisina del río Sena, en mayo de 1314, que todos confesaron haber practicado la sodomía. Eran entonces muy ricos, se habían convertido en los banqueros de Europa y su poder los había puesto en el punto de mira de otros poderosos. Para acabar con ellos, los sometieron a horribles tormentos y ellos confesaron terribles pecados: admitieron prácticas sexuales y rituales de iniciación que incluían el beso en el ano del joven neófito al maestro.
El beso anal –osculum infame en latín (recogido en la ilustración de un manuscrito medieval que se reproduce en la imagen de apertura)– era una ceremonia ritual que se atribuía a las brujas. Se decía que así expresaban su sumisión a Lucifer. A los templarios los acusaron de ser sodomitas y satánicos. El monarca francés Felipe IV inventó más acusaciones totalmente exageradas contra ellos porque los templarios le habían prestado dinero y ni quería ni podía devolverlo, estaba arruinado.
Una de las últimas pruebas de ese montaje del rey francés la ha encontrado la paleógrafa italiana Barbara Frale. Ha descubierto en los Archivos Vaticanos papeles sobre el proceso contra los templarios que incluyen el Pergamino de Chinon, un documento que se firmó en esa localidad francesa en 1308 y donde queda patente que el papa Clemente V condenó a los templarios cediendo al chantaje del rey galo Felipe IV.
Proclamaron que los templarios eran herejes, homosexuales, idólatras. Y caló en las mentes católicas del siglo XIV. Creyeron que los aspirantes a entrar en la orden tenían que relacionarse sexualmente entre ellos, negar a Cristo en tres ocasiones, adorar al diablo y orinar sobre crucifijos.
Si bien esos testimonios estuvieron inducidos por la tortura, algunos podrían ser ciertos, como el beso de fraternidad de los novatos al maestre en la boca, que, al parecer, simbolizaba la transmisión del espíritu templario al postulante y que confirmaba el carácter impío de esos rituales a ojos de los inquisidores.
Protectores de peregrinos
El origen de la poderosa Orden del Temple se remonta a 1119, cuando Hugo de Payns llegó a Palestina para buscar honor y fortuna. Payns era profundamente religioso y también un guerrero que disfrutaba con el combate a caballo.
Dados los peligros que amenazaban a los peregrinos en Tierra Santa, Payns decidió crear un grupo de caballeros para escoltarlos. En 1118 logró una audiencia con el nuevo rey de Jerusalén –el cruzado y noble francés Balduino de Rethel, que acababa de ser coronado como Balduino II– en el Palacio Real, cuyos cimientos se asentaban sobre los restos del templo de Salomón. Balduino II debió de quedar encantado con el proyecto de Payns, pues poco después le cedió la mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba en un lateral del conjunto palaciego. En aquel lugar, Payns y otros ocho caballeros fundaron la Orden del Temple, probablemente en el año 1119. Sus primeros miembros eran caballeros sin fortuna que no tenían nada que perder, salvo la vida luchando contra el infiel. Sabían que su ingreso en la primera orden militar de la cristiandad les iba a facilitar un modo de vida al que no podían aspirar de otra manera. Payns y otros templarios viajaron a Europa para recabar apoyos y pedir una entrevista con el papa Honorio II, quien finalmente reconoció la orden.
Antes de morir quemado en la hoguera, el líder del Temple gritó: ‘Muchos males caerán sobre los que nos han condenado a muerte’. Y así fue
A partir del año 1128, el Temple disfrutó de una buena acogida en Portugal, León, Castilla, Aragón, Francia e Inglaterra. La nobleza europea aplaudió su defensa del Santo Sepulcro. Sus vestimentas, con su capa blanca y su llamativa cruz pintada en rojo, así como sus símbolos, en especial el Sello de los Soldados de Cristo, que mostraba la figura de dos hombres compartiendo un caballo, llamaban la atención. Este último símbolo, que muchos estudiosos relacionan con la idea de la comunidad de bienes entre los propios templarios, podría ser una alusión al amor carnal entre dos caballeros.
Su sentido del deber y su desprecio a sus propias vidas los hacía temibles en el campo de batalla. Miles de templarios regaron con su sangre Tierra Santa. Creían en la igualdad de los seres humanos y en el desapego de lo material o terrenal. Sin embargo, esa indiferencia a las riquezas no impidió que la orden se hiciera inmensamente rica. Sus caballeros recibían continuas donaciones de monarcas, príncipes y dignatarios de la Iglesia. Atraídos por su fama en los campos de batalla, grandes aristócratas se sumaron a la orden, lo que incrementó aún más su patrimonio.
Su caída en desgracia comenzó cuando Felipe IV les pidió dinero para la dote de su hermana Margarita, que se casó con el rey Eduardo I de Inglaterra. El monarca francés sabía que no podría devolver la enorme suma que le había prestado el Temple. A la vez, no podía exigir impuestos a la Iglesia, ya que el papa Bonifacio VIII había publicado una bula que penaba con la excomunión a quien exigiera tributos extraordinarios al clero sin permiso de la Santa Sede.
En 1297, sin embargo, Felipe IV impuso un nuevo impuesto a la Iglesia que afectaba a los templarios. Guillermo de Nogaret, un abogado sin escrúpulos al servicio de la Corona francesa, inició una campaña contra el papa, al que acusó de sodomía y herejía. Roma respondió con la excomunión de Felipe IV.
La misteriosa muerte del Papa
Pero Bonifacio VIII murió y Benedicto XI, su sustituto, falleció en julio de 1304, tal y como afirman unos envenenado por orden de Nogaret y según otros por una indigestión causada por higos. Angustiado por los extraños acontecimientos que se habían producido en los Estados Pontificios, el nuevo papa, Clemente V, se plegó a los deseos de la corte parisina.
Sin el apoyo del papado, los templarios poco pudieron hacer para defenderse de los rumores que hizo correr Felipe IV: decidió acabar con ellos para hacerse con sus riquezas. Finalmente, tras las presiones de la Corona francesa, el Concilio de Viena de 1312 acordó la disolución del Temple.
Dos años más tarde, en París, el gran maestre Jacques de Molay y una treintena de templarios fueron quemados. La crónica atribuida a Godofredo de París refleja lo que supuestamente dijo el líder del Temple segundos antes de sufrir el suplicio: «Dios sabe que mi muerte es injusta y un pecado. Pues bien, dentro de muy poco muchos males caerán sobre los que nos han condenado a muerte». Y así fue. Meses después fallecieron Felipe IV, el consejero real Guillermo de Nogaret y el papa Clemente V, lo que muchos consideraron el cumplimiento de la maldición que lanzó el último gran maestre antes de morir abrasado en las llamas. La leyenda relacionó también la injusta ejecución de De Molay y el final del Temple con las terribles inundaciones que sufrió Francia entre los años 1315 y 1317, a las que siguieron epidemias de peste, una gran hambruna y la muerte de cientos de miles de personas.
¿Fraternidad o amor?
Los acusaron de sodomitas en una época en la que la Iglesia no lo toleraba, pero hubo otros tiempos con otras percepciones. Según John Eastburn Boswell, autor del libro Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, en la Alta Edad Media, la Iglesia católica toleró las relaciones sexuales entre hombres, aunque las consideraba pecaminosas. Este historiador estadounidense recordaba que en aquellos años existía un ritual de hermanamiento llamado ‘adelfopoiesis’, se trataba de un tipo de unión entre personas del mismo sexo, casi siempre varones, que no tenía connotaciones románticas, era un compromiso de cuidarse mutuamente, un hermanamiento legal, en latín se conocía como fraternitas iuratas. En realidad era una opción para enmascarar relaciones románticas.
En el arranque de la Baja Edad Media hubo casos de fraternidad tan sonados como el del rey Ricardo I de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, con el monarca francés Felipe II. Las crónicas decían que comían del mismo plato y que dormían en la misma cama.
Pero la supuesta tolerancia de la Iglesia hacia las relaciones homosexuales desapareció en 1215, con el IV Concilio de Letrán. A los templarios los quemaron un siglo después.
José Segovia – XLSemanal/América 2.1