Francisco Paparoni, no solo era un gran embajador, era un gran señor
El embajador Francisco Paparoni fue uno de esos proyectistas, diseñadores y ejecutores de una imagen de nación positiva, que mostraba al mundo la verdadera patria de Bolívar, la patria que Bolívar soñó
Raúl Ochoa Cuenca:
Con especial recuerdo a su viuda Hilda Ramírez de Paparoni, a su hija Hilda y a Jorge su hermano, mi muy querido amigo.
En días pasados supe que un amigo nos dejó para siempre hace ya un año; solo pude decirme que la lejanía no perdona. A esa persona la conocí una mañana del final de la primavera de los ya muy lejanos inicios de los años 70. Fue en la casa marcada con el número 11 de la Rue Copernic de la ciudad de París, donde en ese momento funcionaba -y cosa extraña, estos bárbaros que se han apoderado de nuestro país, aún no la han desmantelado- la embajada de la República de Venezuela. Ese amigo, que fungía como primer secretario de la delegación venezolana se llamaba Francisco Paparoni Minuta. Y como escribía al inicio de la nota, lo conocí en esa siempre bella capital del mundo, del mundo de antes y del mundo de hoy también.
A París llegué con un nombramiento como funcionario administrativo de la Embajada venezolana en misión de estudio, nombramiento este firmado por otro venezolano de esa misma condición humana, Néstor Coll Blasini, estirpe que nos mostraba Francisco Paparoni diariamente.
Y ahí en el segundo piso, donde llegué de la mano de la célebre Sra. Mohedano, Francisco me recibió. Era un sonriente hombre quien de italiano tenía el apellido y la titularidad de esa milenaria cultura heredada de sus antepasados, pero con el carácter y personalidad de un venezolano, porque era no solo un merideño bien educado, era un venezolano integral que hacía gala de todo lo que era ser un excelente venezolano, porque Francisco Paparoni esa eso, decente, competente, sonriente y dispuesto a ayudar. Y lo demostró, ya que quien escribe esta nota desembarcó en esa gran ciudad que se llama Paris, la misma que con razón ha sido llamada el Carrefour de las culturas, prácticamente con una venda en los ojos, y fue Francisco Paparoroni quien se convirtió en un faro, alumbrándome en esa inmensa y espectacular ciudad e indicándome la vía por donde debía transitar.
En su compañía caminé por primera vez sobre los Campos Elíseos y esa mañana, la cual ofrecía un excelente clima primaveral, me invitó a almorzar en un típico restaurante parisino, situado a dos pasos del rond point des Champs Elysées. Reconozco que para mí, un maracucho acostumbrado a la Pepsi bien fría y con mucho hielo, aquel almuerzo con un Beaujolais nouveau, se convirtió sencillamente, en algo inolvidable.
Era la Venezuela de hombres que trabajaban con la ilusión del engrandecimiento de nuestra patria. Y lo hacían desde esa trinchera que proyectaba a Venezuela como nación que buscaba mejorar y engrandecerse a través del trabajo y del estudio. Era la cancillería que había sido diseñada por competentes demócratas, quienes entendían lo importante que significaba para el país contar en las misiones diplomáticas con personas cultas y amorosas de la patria. El embajador Francisco Paparoni fue uno de esos proyectistas, diseñadores y ejecutores de una imagen de nación positiva, que mostraba al mundo la verdadera patria de Bolívar, la patria que Bolívar soñó.
Raúl Ochoa Cuenca, en Anfi del Mar el 20 de febrero del año 2022.
Fuentes: Solo mis recuerdos.