Lecturas recomendadas

Crisis de paternidad

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Rafael María de Balbín:

En una reunión internacional ocurrida hace varios años un conocido hombre público se encaraba con otro y le decía:  <<Sea varón>>, ante el desconcierto del interpelado.

Algo semejante habría que decir a un hombre de negocios, a un  esposo, a un padre de familia: <<Sea varón>>, compórtese con un hombre, no tenga miedo.

Evidentemente el machismo es una aberración, un abuso de fuerza y de violencia. Pero no se trata de caer en ese disparate. Lo que interesa es que el varón tenga la fortaleza que corresponde a su condición.

En reciente libro-entrevista se preguntaba al Cardenal Joseph Sarah: “¿Tiene usted la convicción de que la posmodernidad viene marcada fundamentalmente por el rechazo de la figura paterna?” Y la respuesta era:

“Creo que el problema va todavía más allá: creo que se puede hablar de una crisis de la figura masculina.

Querer oponer a los dos sexos entraña un peligro mortal. El hombre y la mujer son complementarios: tienen una necesidad vital el uno del otro. Para que cada uno de los dos se realice plenamente deben buscar y cultivar esa diferencia. Permítame que le repita lo que le decía en Dios o nada: «La filosofía africana afirma que el hombre no es nada sin la mujer y la mujer no es nada sin el hombre». Y los dos no son nada sin el hijo. Dios los ha querido inseparablemente complementarios y el uno es la felicidad y la dicha del otro. Cada uno es un precioso regalo que Dios le entrega al otro; y los dos se reciben mutuamente en el amor en acción de gracias a Dios” (CARD. IOSEPH SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

El buen sentido del pueblo cristiano ha rechazado siempre la figura del varón afeminado o de la mujer hombruna. Son anomalías, que a veces pueden presentarse, que merecen respeto y consideración pero no alabanza ni exaltación.

El comunismo marxista se resiste  a morir, e inventa nuevas fórmulas para suscitar el odio y la división. Una fórmula muy actual y eficaz es llevar la pugna al seno de la familia, con una artificial oposición entre varones y mujeres. Pero un planteamiento realista de la relación varón-mujer no es de conflicto dialéctico, sino de armonía y cooperación.

“La absurda guerra de sexos que se ha desatado como sustituta de una lucha de clases obsoleta no conduce más que a la caricatura de la masculinidad y la feminidad. Hoy la virilidad ha quedado reducida a una especie de violencia o de grosera rudeza. Yo creo, en cambio, que el alma masculina se caracteriza por su vocación a la paternidad en todas sus manifestaciones: carnal, espiritual, intelectual o artística. A veces el alma masculina sufre la tentación de la violencia, porque el hombre experimenta su virilidad como un cierto dominio. Pero a lo que está llamado es a desarrollar la fuerza moral, esa virtud que le permite desplegar su energía al servicio del bien. Entonces descubre su fortaleza para servir al bien de los otros y, de un modo especial, al bien común de la familia y la sociedad” (Ibid.).

Así como es muy de favorecer una verdadera autoestima de la mujer, para lo cual  hay tantos motivos, hace falta una buena autoestima del varón:

“Querría decirles a los hombres que su alma está hecha para el heroísmo y no para una cómoda mediocridad. ¿No dice san Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia» (Ef 5, 25)? ¿Cómo amó Cristo a la Iglesia? Entregándose en la Cruz hasta la muerte. A eso está llamado el esposo: ¡a amar como Cristo! No pensemos que el heroísmo siempre es espectacular. Existe una santidad diaria y silenciosa cuyo modelo es san José, y que conlleva el despliegue de una virilidad interior ignorada y despreciada por nuestra sociedad, hasta el punto de que los padres dudan de sí mismos y a veces se sienten humillados” (Ibid).

En la familia la función y figura del padre es tan necesaria como la de la madre, y su ausencia es muy difícil de suplir. ¡Cuántas ausencias paternas dejan una pesada huella en la vida de los hijos!

Valoremos la paternidad, que implica a la vez fuerza y amor: “Me pregunto cómo podrán los niños rezar el Padrenuestro si no tienen la experiencia íntima de un padre benévolo y justo. El padre de familia es la primera imagen del Padre eterno: un título de gloria que no se encuentra entre los menores que ostenta” (Ibid).-

(rbalbin19@gmail.com)

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