En la Biblia, ¿qué significa la expresión «Hijo del hombre»?
En el Antiguo Testamento, la expresión «hijo del hombre» aparece muy a menudo como sinónimo de «hombre», designado a un miembro de la raza humana. La podríamos traducir como «Hijo de Adán»
https://youtu.be/r-_BN0Ho9T4
En los Evangelios, Jesús es designado habitualmente con un título enigmático: «Hijo del hombre». Curiosa expresión? ¿Qué significa?
Esta expresión está a menudo asociada a la precariedad del hombre, a su fragilidad, su pequeñez ante Dios. Pero también se vincula con el proyecto de Dios: Dios hace a este hombre pequeño y «terrenal» el maestro de la creación, colmándole de bienes. El salmista puede, entonces, exclamar atónito: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?» (Salmo 8, 5).
El hijo del hombre de los Apocalipsis
La expresión «hijo del hombre» aparece en el libro de Daniel (Daniel 7, 13). Designa al vencedor de los poderes del mundo, representados por bestias feroces. El hijo del hombre es el vencedor del combate y a él se le entrega el reino universal.
En las parábolas del libro de Enoc, el hijo del hombre es un ser misterioso, que reside con Dios y posee la justicia. Debe venir al final de los tiempos, cuando se sentará en su trono de gloria, juez universal, salvador y vengador de los justos, que vendrán con él después de la resurrección.
Cuando Jesús se presenta
En los Evangelios, la expresión «Hijo del hombre» aparece pronunciada más de setenta veces? ¡por Jesús! Podemos, por lo tanto, pensar que los evangelistas utilizaron una de sus expresiones típicas. Pero ¿por qué Jesús se presenta a sí mismo de este modo?
Tal vez por la ambigüedad del título. Porque puede entenderse de una manera banal: Jesús es «hijo del hombre» en el sentido que es plenamente hombre, vinculado a un linaje, una familia, unos amigos, un oficio, una aldea? Vive discretamente, sin reivindicar su filiación divina. Pero la expresión encierra también una alusión clara al apocalipsis que todo judío puede comprender. Deja ver otro aspecto, más misterioso, de su identidad. Este hombre tiene una relación particular con Dios, que «depositó en él todo su amor». Es el Hijo de Dios.
La expresión deja, por lo tanto, libres a sus interlocutores. Libres de ignorar quién es Jesús, de preguntarle por su identidad o de seguirle. ¡El que tenga oídos, que oiga!.-
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