Las simas («foibe»): una poco conocida masacre comunista con numerosos sacerdotes víctimas
En Istria, los partisanos de Tito arrojaron a ellas a miles de personas, vivas o muertas
En la postguerra italiana, la Iglesia fue la única institución cercana al pueblo tras la ocupación de Istria y Dalmacia por los partisanos comunistas de Tito, futuro dictador de Yugoslavia. En los años inmediatamente posteriores a la guerra, los obispos Antonio Santin, Raffaele Radossi y Ugo Camozzo hicieron todo lo posible para salvar a cuantos italianos pudieron.
Cientos de religiosos y laicos fueron masacrados. Nadie ha pagado por estos crímenes. Lo cuenta Lorenzo Formicola en La Nuova Bussola Quotidiana.
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Foibe: las víctimas católicas y los criminales impunes
En la primavera de 1945, el comunista Josip Broz -nombre de batalla del «Mariscal Tito»-, para extender su control, se dirigió directamente a Fiume [Rijeka, hoy en Croacia], Istria [península dividida entre Italia, Croacia y Eslovenia] y Dalmacia [hoy Croacia] y creó allí Comités Populares de Liberación, que asumieron el poder político y administrativo y cuyos miembros eran casi todos eslavos, a excepción de algunos italianos «de probada fe comunista».
Mapa de la actual Croacia, con la península de Istria (3), la ciudad de Rijeka (en italiano, Fiume, en torno a la cual se creó un «estado libre») y la región de Dalmacia, que se extiende por la costa occidental del Adriático (5 a 8). Son regiones que habían sido italianas y donde vivían numerosos italianos.
La OZNA -la policía política partisana yugoslava- tenía la misión de «purgar inmediatamente» a la población autóctona. De hecho, entre 1944 y finales de los años 50, quien no se sometía o conseguía escapar, era eliminado en las foibe, esas simas naturales, embudos que se hunden en los abismos de la tierra hasta 200 metros, como un rascacielos que termina al revés y crece en la oscuridad de la tierra.
Obispos al frente del rescate
La Iglesia católica se convirtió rápidamente en el único punto de referencia natural en un clima de terror e incertidumbre dictado por el comunismo. Pagará un precio muy alto por ello, que rara vez se ha contado.
Algunas de las temibles «foibe» donde los comunistas arrojaron, vivas o tras asesinarlas, a entre 10.000 y 15.000 personas. En dialecto friuliano, «foiba» (plural, «foibe») significa sima o cavidad. Es un característico fenómeno geológico local.
El acontecimiento más significativo tuvo lugar el 22 de junio de 1946, fiesta del Corpus Christi. En Fiume (Rijeka), Tito declaró el día como laborable y envió a sus soldados a presionar para que la ordenanza fuera respetada por todos. Pero la gran mayoría de los habitantes de Fiume hizo caso omiso y la población se volcó en las calles céntricas y alrededor de la catedral para seguir y flanquear la procesión que el obispo Ugo Camozzo (1892-1977) no había querido cancelar. Ese Corpus Christi tenía todo el sabor de un testimonio extremo de una comunidad desmoralizada, pero a la que la Iglesia nunca abandonó.
Hasta el final, el obispo Camozzo se negó a reconocer el régimen comunista. Se preocupó de solicitar ayuda alimentaria a las organizaciones internacionales, en apoyo de las poblaciones de Fiume e Istria, y se ocupó personalmente del éxodo de muchos italianos. Los comunistas le odiaban y pronto empezaron a rodear las iglesias de su diócesis todos los días para impedir las misas.
Monseñor Camozzo resistió todo lo que pudo, y luego se vio obligado al exilio: fue el último italiano que ocupó el cargo de obispo en la ciudad. Fue nombrado arzobispo de Pisa y, mientras tanto, siguió atendiendo a su pueblo de Fiume: consiguió salvar la vida de 27 sacerdotes y seminaristas, trasladándolos desde Fiume a la Toscana; muchos de ellos habían acabado en campos de trabajo.
Localización de las foibe donde tuvieron lugar las matanzas. Los comunistas de Tito arrojaron a las simas, vivas o muertas, a miles de personas, al tiempo que provocaban un exilio de 350.000 italianos.
Mientras la miseria y la opresión se abatían sobre la comunidad italiana, fueron los sacerdotes quienes organizaron el éxodo.
Si 350.000 de ellos consiguieron salvarse, fue también gracias a esos «hombres vestidos de negro» que crearon, con los modestos medios de la época, una red capaz de conectar las parroquias de toda Italia, e incluso más allá de sus fronteras.
Esto también desencadenó una acción política y militar (oficialmente no confirmada) destinada a empobrecer la vida de la Iglesia y a eliminar a las personas consagradas. Elaboraron una lista de sacerdotes considerados «insectos» que debían ser eliminados. Nunca más se supo de muchos seminaristas. Muchas iglesias de enorme valor artístico fueron destruidas.
Pío XII envió a monseñor Raffaele Mario Radossi (1887-1972) a dirigir las diócesis unidas de Parenzo y Pola [Porec y Pula, en croata]. Según los testimonios, iba todos los días a las foibe para rezar y administrar el último sacramento a los que aún estaban moribundos. En otras ocasiones ayudó a identificar los restos de las personas sacrificadas. En cada salida de la motonave Toscana desde Pola, estaba allí para consolar a los que dejaban su patria: 16.800 italianos salieron de Pola hacia Venecia.
Un reportaje de 1947 relata el éxodo de los italianos de Pola, que quedó como una ciudad desierta que sería ocupada por los comunistas de Tito.
Al final, la Santa Sede decidió trasladarlo a un lugar más seguro, y en 1948 lo nombró arzobispo de Spoleto. Allí promovió la publicación de Il Risveglio, una publicación periódica en la que no dudó en criticar el comunismo, denunciando las «desastrosas deficiencias de la gran prensa italiana» y la «política estúpida e hipócrita». Hasta sus últimos días, se preocupó de que los refugiados de Pola llegaran también a Spoleto.
En rojo, la Línea Morgan que separó la zona bajo control aliado de la zona bajo control comunista. Al sur de la península de Istria, la ciudad de Pola, de donde partían los barcos de refugiados hacia Venecia.
Monseñor Antonio Santin (1895-1981) era obispo de Trieste y Capodistria. En 1945 su territorio fue dividido por la Línea Morgan. El 6 de mayo de 1946 denunció, junto con el arzobispo de Gorizia, monseñor Carlo Margotti, la persecución contra la Iglesia.
Confesores y mártires
El 19 de junio de 1947, consciente de los peligros, Santin decidió ir a Capodistria, donde se celebraba el patrón local: los comunistas de Tito lo atacaron y lo molieron a palos en las escaleras del seminario. Sin embargo, no se echó atrás y sus homilías en la catedral se convirtieron también en ocasión de denunciar la violencia perpetrada por Tito en una línea pastoral que rechazaba los compromisos con el comunismo. Gracias a un llamamiento lanzado por radio, él y el padre Pietro Damiani, capellán militar de Udine, crearon un canal que salvó a más de mil niños.
Los sacerdotes Angelo Tarticchio (izquierda) y Francesco Bonifacio, dos de las numerosas víctimas consagradas de los partisanos de Tito.
El padre Angelo Tarticchio era párroco de Villa di Rovigno (Istria). Tenía 36 años cuando, en septiembre de 1943, los comunistas de Tito lo sacaron por la fuerza de la rectoría. Torturado, fue asesinado con una ametralladora y arrojado a la cantera de bauxita de Lindaro. A él habían atado a otros 43 prisioneros con alambre en las muñecas. Al cabo de dos meses, los bomberos de Pola encontraron el cuerpo de don Tarticchio completamente desnudo, con una corona de alambre de espino en la cabeza y los genitales cortados y hundidos en la garganta.
El padre Francesco Bonifacio tenía 34 años cuando fue nombrado capellán de Villa Gardossi, en Istria. Enseguida se dio cuenta de los peligros de la milicia comunista. Y era consciente de lo peligroso que era ir de parroquia en parroquia a confesar, y siempre con sotana. Habló con algunos sacerdotes al respecto: «Me están espiando». Al obispo Santin le confió que «los dirigentes comunistas me lo ponen difícil y me amenazan». Pero no quería ser trasladado. Tuvo una gran influencia espiritual y se erigió en un obstáculo para la ideología comunista que quería imponer el ateísmo a sus fieles. Hubo un largo silencio sobre su historia, cuya reconstrucción fue posible gracias a los relatos de los testigos oculares que, solo después de mucho tiempo, pudieron contar la verdad.
La noche del 11 de septiembre de 1946, el padre Francesco volvía a casa después de visitar a su confesor en Grisignana. De camino a casa, fue abordado y detenido por dos guardias populares. Se vio obligado a seguir a sus verdugos, mientras otros dos milicianos ahuyentaban a los fieles que habían acudido a defenderle. En el bosque, el padre Francesco fue despojado de sus odiadas vestiduras, insultado, torturado y humillado, apedreado y matado con dos puñaladas. Su cuerpo fue arrojado a la foiba conocida como de Martines, que nunca lo devolvió. Su hermano fue detenido por buscarlo. Es beato y mártir por voluntad de Benedicto XVI, que lo consideró asesinado in odium fidei.
Son solo algunos de los sucesos más elocuentes que la Iglesia católica ha sufrido en Istria, Fiume y Dalmacia a manos del comunismo eslavo.
Numerosos sacerdotes, seminaristas y monjas perdieron la vida en las foibe entre 1943 y 1948. Muchos se vieron obligados a abandonar sus comunidades y a sufrir la cárcel. Todos culpables de no estar cerca de la ideología comunista y de ser italianos. Nadie ha hecho nunca una estimación precisa.
En la vecina Bosnia, sin embargo, se sabe con certeza que 120 consagrados católicos fueron masacrados después de 1945. En cuanto al número de italianos que acabaron en las foibe, la comparación de los datos disponibles y de los distintos estudios lleva a una estimación final de unos 16.000.
Ningún miembro de las milicias comunistas nunca tuvo que rendir cuentas por sus crímenes.
Traducido por Verbum Caro.