Lecturas recomendadas

Encuentros 16

 

Nelson Martínez Rust:

 

¡Bienvenidos!

Una vez que el Vaticano II, en el capítulo primero de “Lumen Gentium”, fundamenta la eclesiología en el íntimo misterio de Dios uno y trino pasa a considerarla, en el capítulo segundo, bajo la figura de “Pueblo de Dios”. Este capítulo es de un interés especial no solo por su contenido sino también por la historia de su elaboración, discusión y aprobación. Nos detendremos solo en el contenido teológico.

Es importante precisar desde el inicio que, el Concilio con la escogencia del título “Pueblo de Dios”, no descarta el de “Cuerpo de Cristo” (Cf. Lumen Gentium 7). Ambos títulos son complementarios en el conocimiento y vivencia del único misterio eclesiológico. En ningún momento está justificada la elaboración de una teología del “Pueblo de Dios” en contraposición o al margen del “Cuerpo Místico de Cristo”. En efecto, hay teólogos que le han atribuido a la figura de “Pueblo” la dimensión social e histórica de la Iglesia mientras que la figura “Cuerpo de Cristo” vendría a significar la dimensión espiritual, interna y vital.  Repetimos, lo que no debe admitirse es una doble visión de la única realidad mistérica de la Iglesia en cuanto dadora de la gracia. Desde este punto de vista y sin querer resaltar la dimensión social e histórica de la Iglesia – “Pueblo” – señalamos que ésta puede ser contemplada desde tres dimensiones: 1. Dimensión antropológica del Pueblo de Dios, 2. Dimensión histórica del Pueblo de Dios y 3. Dimensión universal del Pueblo de Dios.

  1. Dimensión antropológica

La Iglesia, lo hemos señalado (Cf. ENCUENTROS 13 y 14), está constituida por hombres con todas las notas que esta afirmación encierra. El hombre existencial, el concreto, es un ser caído, desposeído de muchas perfecciones que, en otras circunstancias, le serían debidas. Los hombres que constituyen la Iglesia son seres limitados, desposeídos, a causa del pecado, de algo que le debía ser connatural.

  1. Dimensión histórica

Este hombre, así descrito, es el beneficiario y, al mismo tiempo, el actor del designio salvífico de Dios. Por consiguiente, como ser humano, vive en el tiempo y no en la eternidad, y como actor y ejecutor de los planes divinos, su actividad la desarrolla en el espacio. De esta manera, “El pueblo de Dios” va realizando en el tiempo “La Historia de la Salvación”. Esta dimensión tiene tres etapas. La primera: etapa de la promesa que va desde Adán a Cristo (Antiguo Testamento). La segunda etapa es en la cual vivimos, la del peregrinaje cristiano hacia la Tierra Prometida y, finalmente, la tercera etapa es la de la escatología: del final del tiempo y de la historia, en donde se dará la consumación final.

  1. Dimensión universal

En los tres últimos números del capítulo segundo, siguiendo una secuencia, el Concilio relaciona la Iglesia con los cristianos no-católicos (No. 15), con los no-cristianos (No.  16) y finaliza enfatizando su carácter misionero (No. 17). Todos los hombres han sido invitados a pertenecer al “Pueblo de Dios”. Por otra parte, Cristo debe ser conocido por todos los hombres en cuanto que como “Hijo de Dios” es su Redentor y “Buena Nueva” para la humanidad. Ahora bien, todos los pueblos tienen una gran riqueza cultural. Por consiguiente, en razón de su universalidad, la Iglesia debe acercarse a todos los pueblos y a todas las culturas, para observarlas, estudiarlas, ver los puntos de convergencia y encuentro, y de esta manera aprovecharlas en su obra evangelizadora. Al “Pueblo de Dios” también se le califica de “universal” en el sentido de que debe aprovechar todo el bien que se pueda reconocer en el ser humano, todo lo moral, lo cultural y lo psicológico que poseen las personas y los pueblos para ponerlos al servicio de Dios y de la humanidad.

El elemento rector de este Pueblo es Cristo: “Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rm 4,25), y teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos” (LG 9), su ley es el amor: “Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (Jn 13,34)” (LG 9), y la meta la implementación del “Reino de los Cielos o de Dios”: “… como fin el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos Él mismo también lo consume, cuando se manifiesta Cristo, vida nuestra (Col 3,4)…” (LG 9).

Para llevar a cabo esta finalidad, el Pueblo de Dios ha sido constituido en un pueblo sacerdotal, real y profético, a la manera de su fundador, Jesucristo.

Valencia. Marzo 13; 2022

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