Lecturas recomendadas

Nuevas reglas para un nuevo mundo

«Esta es mi estrategia en la Guerra Fría», dijo una vez Ronald Reagan a su asesor Richard Allen: «Nosotros ganamos, ellos pierden». Lo dijo en 1977, cuando parecía una quimera. Doce años después, era un hecho. Apuntemos a un mundo que no se vea acosado por gente como Vladimir Putin

Bret Stephens:

La invasión rusa de Ucrania se está describiendo como el fin de la era posterior a la Guerra Fría. Esto no es del todo exacto. Desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, hemos visto tres eras diferentes. Cada una de ellas duró aproximadamente una década.

Hubo los años del Fin de la Historia de la década de 1990, cuando Washington pensaba que la principal tarea de la política exterior era conducir al mundo hacia un orden más democrático, de libre mercado y basado en normas. Esas prioridades se desvanecieron tras el 11-S, cuando ningún asunto internacional importaba más a los responsables políticos que la lucha contra el islamismo militante. Una década después, tras la muerte de Osama bin Laden en 2011, Barack Obama puso efectivamente fin a la guerra contra el terrorismo, diciendo que era hora de «centrarse en el desarrollo interno de nuestra nación.»

Esta fue una década cuyos instintos animadores fueron tipificados por dos elocuentes y reveladoras reacciones de dos presidentes a dos crisis, ambas relacionadas con Ucrania.

 

Volodymyr Zelensky

 

La primera fue la tibia respuesta de Obama a la toma de Crimea por parte de Rusia en 2014, tras la cual se negó a proporcionar a Kiev ayuda militar letal con la teoría de que el futuro de Ucrania era un interés fundamental de Rusia, pero no de Estados Unidos. El segundo fue la amenaza y chantaje de Donald Trump a Volodymyr Zelensky en 2019, cuando intentó condicionar el envío de ayuda de seguridad a Ucrania a que Zelensky le consiguiera algunos trapos sucios sobre la familia Biden.

En otras palabras, Obama miró a Ucrania y preguntó: «¿Qué ganamos nosotros?». Trump miró a Ucrania y preguntó: «¿Qué gano yo?«. Para ninguno de los dos presidentes fue una prioridad la cuestión de evitar otra invasión rusa, y mucho menos promover el desarrollo democrático de Ucrania.

Mientras tanto, Vladimir Putin miró a Ucrania y concluyó: «Todo es para mí».

El presidente ruso puede haber tenido varios motivos para invadir Ucrania. Pero sería absurdo suponer que no se sintió atraído por nuestra aparente indiferencia hacia el destino de Ucrania; por la voluntad de los sucesivos presidentes estadounidenses de seguir haciendo negocios con él incluso cuando invadía a sus vecinos, envenenaba a los disidentes, pirateaba y atacaba nuestras redes tecnológicas y sociales y se entrometía en nuestras elecciones; por la debilidad militar de Europa y su creciente dependencia de la energía rusa; por la formación de un Eje de la Autocracia empeñado en derrocar el orden liberal liderado por Estados Unidos.

Todo esto hizo que la táctica de Putin en Ucrania pareciera un buen gambito, una apuesta aceptable, excepto por su incapacidad de tomar en cuenta el valor del pueblo ucraniano, su magnífico presidente y la ineptitud del propio ejército ruso. Esa valentía ha dado a Occidente tiempo para reagruparse y ayudar a salvar a Ucrania. También debería ser una oportunidad para repensar la forma en que miramos los asuntos exteriores para la próxima década. Necesitamos nuevas reglas para un nuevo mundo.

¿Cuáles deberían ser? Algunas ideas:

Libre comercio para el mundo libre. El nacionalismo económico nunca funciona. Desvincular la economía rusa del resto del mundo ya es doloroso. Y la única esperanza a largo plazo para desvincularse de China es a través de una mayor integración económica de las naciones libres y aliadas. Eso significa la reactivación de la Asociación Transpacífica, y un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y otro con Gran Bretaña.

Ayudar a los que se ayudan a sí mismos. Si una de las lecciones de los últimos 20 años es que no podemos luchar por la libertad de aquellos que no luchan por ella, la lección de Ucrania es que al menos podemos dar a los que luchan las herramientas para que puedan terminar el trabajo. Un modelo es el acuerdo de submarinos de propulsión nuclear que Estados Unidos y Gran Bretaña firmaron el año pasado con Australia, que la administración debe acelerar si quiere ser un elemento disuasorio para China. Otro modelo es Israel, al que armamos con aviones estadounidenses para que nunca tengamos que defenderlo con tropas estadounidenses.

Instituciones mundiales paralelas. China ha destrozado la Organización Mundial del Comercio al negarse a cumplir sus compromisos. Rusia ha destrozado la Interpol al utilizarla para perseguir a los disidentes políticos. Es posible que el gobierno de Biden no quiera salir de esas organizaciones heredadas, pero puede rebajar su relevancia invirtiendo en organizaciones nuevas o incipientes en las que la democracia compre la pertenencia.

Ser honestos con la energía. El mundo necesitará combustibles basados en el carbono durante las próximas décadas. Y es mejor que extraigamos más en Norteamérica -incluso en tierras federales estadounidenses- que pedir a Arabia Saudí que aumente la producción o esperar obtener más de Venezuela e Irán con el alivio de las sanciones. La alternativa al aumento de la producción nacional de petróleo y gas no es sólo la energía alternativa limpia. También es la energía sucia de los petroestados.

Hay que enseriarse en materia de defensa. El debate más tonto en los círculos de política exterior es si la amenaza más grave es China o Rusia. La respuesta real es que no podemos darnos el lujo de elegir. Pero sí podemos permitirnos el lujo de gastar más en defensa, que, con menos del 4% del producto interior bruto, es aproximadamente la mitad de lo que gastábamos en los prósperos años ochenta. Una Armada de 500 buques -un aumento de 200 naves- debería ser una prioridad nacional.

Jugar para ganar. «Esta es mi estrategia en la Guerra Fría», dijo una vez Ronald Reagan a su asesor Richard Allen: «Nosotros ganamos, ellos pierden». Lo dijo en 1977, cuando parecía una quimera. Doce años después, era un hecho. Apuntemos a un mundo que no se vea acosado por gente como Vladimir Putin.-

The New York Times

Traducción: Marcos Villasmil

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