«La teoría que pretende que el sexo dependa del género, una postura retrógrada de estereotipos rancios»
Los psicólogos Marino Pérez Álvarez y José Errasti analizan en el libro 'Nadie nace en un cuerpo equivocado' el fenómeno queer desde la psicología, la filosofía y la sociología con el que desafían esta nueva realidad
Marino Pérez Álvarez, catedrático de Psicología Clínica en la Universidad de Oviedo, y José Errasti, profesor titular de Psicología en la misma universidad, han lanzado a la palestra el debate sobre la teoría queer para desmontarla por completo en el libro ‘Nadie nace en un cuerpo equivocado’, (Deusto, 2022). Los autores dejan claro en las primeras páginas que no van en contra de las personas trans, sino de la teoría queer que está llevando precipitadamente a jóvenes, adolescentes y niños a una transición que en muchos casos no va a solucionar sus problemas y cuyos daños pueden ser irreversibles.
Antes de entrar en materia, es necesario aclarar en qué consiste la disforia de género, una sensación de malestar respecto de la realidad sexual de la persona cuya solución oficial es transicionar hacia otro sexo.
No obstante, Pérez asegura que «generalmente los problemas que presentan las personas con disforia de género suelen ser otros, sin descartar que para algunos el proceso de transición pudiera ser lo más conveniente, pero estamos a favor de estudiar si responde a otros problemas, que es lo más frecuente».
Por su parte, Errasti explica que en el libro hacen «un análisis de ese fenómeno que va más allá», ya que la explicación de la teoría queer, que defiende que hay personas que tienen una esencia discordante con su cuerpo, «es una explicación de una psicología basura, individualista, irracionalista, muy propia de la sociedad actual en donde las emociones y el subjetivismo se han elevado al criterio de verdad para todas las cosas, que no ayuda verdaderamente a las personas que están en esta situación». «Proponemos otra forma de entender el fenómeno de las personas transgénero, otra forma más atenida a los conocimientos de la psicología, de las ciencias clínicas», afirma Errasti.
En el libro hablan del «espejismo queer» para relatar cómo antes los estereotipos de género iban de la sociedad al individuo y con esta teoría es todo lo contrario. Según Errasti, con la teoría queer «se pretende que sea el sexo el que dependa del género, que sea el sexo el que se supedite al género». «Ya que tú tienes tal gusto, deberías plantearte que tu sexo se adecue a tu género y entendemos que es una postura retrógrada, por más que finja ser el colmo del progresismo y del avance. Está colando por la puerta de atrás los estereotipos más rancios de toda la vida, los más cutres, llevados a extremos grotescos y que están haciendo muchísimo daño a una generación de adolescentes que se han visto envueltos en esta retórica generista narcisista y sorprendente que está provocando graves problemas clínicos», sentencia el especialista.
Los autores recuerdan que la transexualidad es un problema de muy baja prevalencia, en donde las personas muestran desde un primer momento un rechazo a su condición sexual. «Alrededor de ese fenómeno clínico se reivindica que porcentajes bastante altos de adolescentes, fundamentalmente chicas, están ahora descubriendo que en verdad son chicos por el simple motivo de que no se ajustan al estereotipo machista de lo que se esperaría de ellas en la adolescencia». Errasti apunta que en este periodo vital tan tormentoso como es la adolescencia «no es de extrañar en absoluto que un porcentaje fundamentalmente de chicas no se sientan a gusto» con lo que se espera de ellas según los estereotipos machistas que priman en las redes sociales o la pornografía. «Hay un intento ahora de trasladar que si no te ajustas a estos estereotipos machistas, lo que te ocurre es que en realidad eres un chico y no lo sabes», indica.
Con esta teoría queer, el discurso que cala en niños y adolescentes es que deben transicionar. Además, se ven apoyados por el enfoque afirmativo como la única posibilidad de ‘tratar’ la disforia de género. «Si no fuera por las consecuencias que tiene en la infancia y la adolescencia, seguramente estaríamos hablando de un problema académico, pero esto ha saltado a la vida cotidiana y a la infancia», advierte Pérez.
El catedrático pone un ejemplo práctico: «De pronto una chica siente que es chico, lo cuenta a sus padres y estos quedan perplejos y desconcertados porque no tenían ninguna noticia, ni indicio de que tuviera problemas de este tipo. Si los padres tratan de entender y ver qué pasa se encuentran con que su hija ya tiene una narrativa muy establecida de cómo responder ante los padres (les dice que si no le apoyan son malos padres, que si no la apoyan probablemente se vaya a suicidar, etc.). Entonces los padres acuden al ‘doctor Google’ y encuentran discursos similares a estos. Además, si van a un clínico, a un pediatra o un psicólogo, se van a encontrar con que tienen también una perspectiva oficial, que no científica, de cómo atender y entender estos malestares. Y la manera de entenderlos oficial es el enfoque afirmativo, que consiste en afirmar esa disforia como debida a una incongruencia de la identidad de género con su cuerpo y que la única ayuda adecuada es el proceso de transición social, de bloqueo de la pubertad, hormonación cruzada y operaciones quirúrgicas».
De esta forma puede que los problemas iniciales planteados por la persona que quiere transicionar no se solucionen con el cambio y que incluso surjan otros a raíz del mismo. Todo fruto de «un mal diagnóstico a resultas del enfoque afirmativo que impide que los clínicos hagan su trabajo de exploración y análisis para ver cuál es la mejor opción». Es entonces cuando «surge el fenómeno de los arrepentidos, destransicionistas que quieren volver atrás, pero efectivamente ya hay pasos y daños que son irreversibles», indica Pérez.
Profesores como «policías del género»
Además, Errasti denuncia que en los centros educativos ocurren «cosas preocupantes al respecto» como que «activistas den charlas a niños de edades muy tempranas en las que se les dice que uno puede elegir el sexo que tiene» y que «en la práctica totalidad de las comunidades autónomas hay en marcha normativas en las que los profesores deben actuar como policías del género».
Se refiere el autor a protocolos que piden a los docentes que estén atentos a que ningún alumno se comporte de formas incongruentes con su género. Uno de ellos, concretamente el de País Vasco -citado también en el libro-, dice lo siguiente: «Cuando el tutor o tutora de un grupo o cualquier miembro del equipo docente observe en un alumno o una alumna de manera reiterada la presencia de conductas que pudieran indicar una identidad sexual no coincidente con el sexo que le asignaron al nacer en base a sus genitales, o bien comportamientos de género no coincidentes con los que socialmente se espera en base a su sexo, se procederá de este modo.» Protocolos como este, «además de sexistas, o más bien generistas, son ilógicos porque el sexo no se asigna al nacer, se observa».
¿Cuál es el papel de los padres?
Con el discurso de la teoría queer instalado completamente en las instituciones, ¿qué pueden hacer los padres que no confíen en el enfoque afirmativo? Según Pérez, «es una situación compleja porque en teoría no pueden hacer más que aceptar, ya que estaría excluida la posibilidad de explorar, analizar, esperar y ver, preguntar y analizar cómo se ha llegado a esa experiencia y si está respondiendo a otros problemas. Eso estaría prohibido».
Los autores recomiendan a los padres que pongan las decisiones de los centros escolares y de los clínicos en manos de la justicia y recuerdan que en España hay asociaciones de padres que han pasado por lo mismo y que pueden ayudar en estos casos. En España destaca la Agrupación de Madres de Adolescentes y Niñas con Disforia Acelerada (Amanda), «que nació el septiembre pasado y está creciendo a velocidades siderales», apunta Errasti.
«En general recomendamos prudencia. Hay que intentar comprender a la persona, que no está mintiendo, está sufriendo verdaderamente y hay que ayudarla pensando en el largo plazo y respetarla aplicando la razón. Como consejo básico no optar ni por una negativa radical ni por una afirmación radical», concluye el profesor.
La cultura de la cancelación
A pesar de que no están en contra de lo trans, sino que buscan un análisis lógico, Pérez y Errasti son muy conscientes de que, tanto por estas declaraciones como por su libro, les tacharán de tránsfobos, pero no quieren «ceder a la dictadura de las redes sociales». De hecho, ambos psicólogos reprochan a sus compañeros el silencio sobre la teoría queer. «Seguramente opinando como nosotros y viendo la locura que está moviendo esta problemática que afecta a niños y adolescentes no han dado el paso para responder desde su especialidad por miedo a ser cancelados», indica el catedrático.
Este apoyo casi incondicional al movimiento trans y queer se debe en parte a que han logrado ser incluidos dentro de las siglas LGTBIQ+. «Obviamente, nadie discute la igualdad total entre personas homosexuales o bisexuales, y a la gente que no está muy puesta en este tema lo queer le suena a una lucha de este tipo, pero estamos ante fenómenos completamente diferentes porque la orientación sexual y la identidad de género son independientes», añade Errasti.
La teoría queer y el feminismo
Ambos expertos coinciden en que teorías como la queer, «echan por tierra logros muy importantes del feminismo» porque durante años de lo que se ha tratado es de enterrar los estereotipos de género y «en la actualidad están más fuertes que nunca». Es por esto, además de otros factores como la abolición de la prostitución, por lo que hay dos posturas feministas distintas.
Se pudo ver claramente el pasado 8-M en Madrid, donde hubo dos marchas distintas. En la manifestación de las abolicionistas se podían escuchar cánticos y ver pancartas que decían ‘Ser una mujer no es un sentimiento’, ‘A los niños no se les hormona’, etc. Este tipo de feminismo «analiza de forma materialista la realidad que provoca la discriminación y explotación de las mujeres de todo tipo, que no comulga con esta visión tan posmoderna y que sí son capaces de poder definir qué es mujer», explica Errasti.
Por contra encontramos «la postura oficialista de Irene Montero completamente vendida a la retórica neoliberal, subjetivista, irracionalista queer, completamente demagógica, con un feminismo desnortado y mareado que ni siquiera sabe definir el término mujer», concluye.