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Los alemanes bombardean el Vaticano

Bombas alemanas, inglesas, rusas y ucranianas sobre el Vaticano

P. Santiago Martín, FDM:

El Vaticano y sus alrededores son una fiesta. Más de doscientos cardenales han acudido desde todo el mundo a la invitación del Papa, no sólo para participar en la imposición del birrete cardenalicio a los 21 nuevos integrantes del más selecto grupo de sacerdotes y obispos católicos, sino, sobre todo, para poder participar en el Consistorio que, el lunes y el martes, reunirá a estos “príncipes de la Iglesia”. Que sea la segunda vez que este acontecimiento va a tener lugar, le da mayor importancia, trascendencia aumentada por el hecho de que la inmensa mayoría no se conocen entre sí, pues el Papa ha ido nombrando cardenales a lo largo de estos años a obispos de lugares remotos, algunos de los cuales apenas cuentan con unos pocos miles de fieles, mientras que ha dejado a tradicionales sedes cardenalicias -como Milán, por ejemplo, con muchos millones de católicos- sin esa distinción.

Pero en este ambiente de fiesta se ha colado alguien que no había sido invitado: Alemania. En todos estos años de pontificado, Francisco ha nombrado 122 cardenales, entre los que tienen derecho a voto y los que no lo tienen por haber pasado la berrera de los 80 años. Sólo uno de ellos, Rauber, fue nombrado cardenal cuando ya estaba jubilado. El único representante del ala liberal y díscola alemana es el cardenal Marx, de Münich, que fue nombrado por Benedicto XVI. En el lado opuesto están cinco: Kasper -muy crítico con el Sínodo alemán-, Brandmüller, Cordes, Woelki y Müller. De hecho, si ahora se produjera un Cónclave para elegir un nuevo Papa, los cardenales alemanes con derecho a voto serían tres, de los cuales dos son conservadores.

Ellos, sin embargo, han querido colarse en una fiesta a la que no habían sido invitados. Han esperado a esta semana para publicar las propuestas que llevarán a la nueva fase del Sínodo alemán, que empezará la semana que viene y con las que dan una nueva vuelta de tuerca a su proyecto de protestantización de la Iglesia católica: los obispos deben renunciar a su función directiva para ser sustituidos por un equipo de laicos, lo cual debe suceder también en las parroquias; la moral sexual y familiar de la Iglesia debe adaptarse a la legislación civil, de forma que deje de considerarse pecado lo que esté legalmente permitido en cada país -el aborto sería bueno en Alemania y malo en República Dominicana, por ejemplo, mientras que ejercer la homosexualidad no sería pecado en ese país y sería considerado moralmente bueno apedrear homosexuales en algunos países islamistas-; acceso de las mujeres al sacerdocio, en todos sus grados, incluido el de obispo y, por supuesto, cardenal e incluso Papa; y lo más llamativo, no sólo piden la aceptación plena del ejercicio de la homosexualidad, el sacramento del matrimonio para las parejas homosexuales, el sacerdocio para los homosexuales practicantes, sino que invitan a los obispos que son homosexuales a que “salgan del armario” y confiesen ante todos lo que son y lo que hacen.

Los alemanes se han colado en el Consistorio a lo grande, lanzando una bomba que tiene un enorme valor psicológico. Por mucho que, en sus remotos países, algunos cardenales no estén al tanto de lo que se está debatiendo no sólo en Alemania sino en todo Occidente, con esta acción a nadie le resultara desconocido el modelo de Iglesia que se pretende implantar lo antes posible. Por eso, este está siendo el tema principal de las conversaciones que, en grupos pequeños y disfrutando de los placeres de la comida italiana, están teniendo lugar entre los miembros del colegio cardenalicio. No es el único tema, pero es el principal, pues todos son conscientes de que la bomba alemana está respaldada por muchos fuera de Alemania y que ese será el problema mayor con el que se tendrá que enfrentar el sucesor de Francisco cuando llegue el momento, si es que el cisma no ha estallado antes.

No es ese el único tema de conversación y de preocupación entre los purpurados. La cuestión económica preocupa mucho. El Vaticano hace juegos malabares para afrontar la disminución e ingresos y echa mano a sus reservas, pero los problemas surgen por doquier, como por ejemplo la sentencia del Tribunal inglés contra la Iglesia, que no sólo supone pagar una multa millonaria sino un enorme desprestigio. Para hacer más pintoresca la situación, en el Consistorio participará el cardenal Becciu, que está siendo juzgado precisamente por la cuestión de la compra del palacio de Londres y del que no se sabe con seguridad si podrá participar en un futuro Cónclave.

Y luego está la guerra de Ucrania, con lo que está representando para el diálogo ecuménico con los ortodoxos. Por si ya era difícil el equilibrio que intenta mantener el Papa entre rusos y ucranianos, el recuerdo, en el ángelus del domingo, de la joven hija de un ideólogo ruso, muerta en atentado en Moscú, a la que el Papa calificó de víctima inocente, ha enfadado mucho a los ucranianos, que han protestado formalmente ante el nuncio del Papa en Kiev. Eso no ha servido para calmar el ánimo de los rusos, que han anunciado que el patriarca de Moscú no irá al encuentro de líderes religiosos en Kazajistán para no verse con el Papa, lo cual hubiera sido inevitable si hubiese acudido.

Bombas alemanas, inglesas, rusas y ucranianas sobre el Vaticano. Pero las más dañinas son las alemanas. Los cardenales, por lejanos que sean sus países de origen, ya están enterados de cuáles serán los problemas que tendrá que afrontar el próximo Papa, que será uno de ellos, y no me cabe duda de que están ya reflexionando sobre quién será el que tenga que llevar ese peso en sus espaldas.

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